CINE › EL CINE URUGUAYO FUE LA SORPRESA EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE PUNTA DEL ESTE
El panorama gris de la competencia apenas superó la media, pero fuera de ella llamaron la atención el documental Maracaná, de Sebastián Bednarik y Andrés Varela, y El lugar del hijo, de Manolo Nieto.
› Por Juan Pablo Cinelli
Tras una semana de películas, llegó a su fin el Festival Internacional de Cine de Punta del Este, que a última hora de hoy entregará sus premios en una competencia integrada por producciones latinoamericanas. Dentro de la misma, la presencia más fuerte fue la de Brasil, con tres películas, a las que se sumaron otras seis provenientes de la Argentina, Perú, México, Chile, Venezuela y Paraguay (realizadas respectivamente en coproducción con España y la Argentina). De gran variedad estética, los films mostraron predilección por algunos tópicos como la problemática política e histórica de la región, la temática de género y las miradas sobre las diferentes idiosincrasias nacionales. Sin grandes favoritas, curiosamente la más sólida de la competencia fue la comedia de animación Hasta que Sbornia nos separe, del brasileño Otto Guerra, cuya historia está basada en una muy popular pieza teatral que los músicos Nico Nicolaiewski e Hique Gómez mantuvieron en escena durante 25 años.
Ante el paisaje por lo menos gris de una competencia que apenas superó la media, la gran estrella de esta edición fue el cine uruguayo. Sin películas dentro de la categoría principal ni de los panoramas, los trabajos locales se limitaron a la función de apertura y a exhibiciones especiales que terminaron siendo el inesperado y bienvenido plato principal. El festival comenzó con Maracaná, documental dirigido por la dupla integrada por Sebastián Bednarik y Andrés Varela, que reconstruye la leyenda del mundial de fútbol obtenido por la selección uruguaya en el torneo que se disputó en Brasil, en 1950, cuando derrotó inesperadamente al equipo local. Hito no sólo de orden deportivo, el Maracanazo –nombre con el que se conoce a aquella gesta que sacudió como pocas al deporte más popular del mundo– es un acontecimiento central de la cultura uruguaya y parte fundamental del ser nacional al otro lado del Río de la Plata.
Aunque los directores eligieron abordar el tema a partir de los recursos tradicionales del género, de las cabezas parlantes a mucho del material de archivo (dentro del que se supone se encuentra buena cantidad de imágenes nunca antes vistas), saludablemente el relato dista de ser aséptico. Cargado de pasión futbolera y sobre todo de un espíritu heroico que no desentona con el carácter de patriada que aquel acontecimiento aún tiene para los uruguayos, puede definirse a Maracaná como un film épico. Al estilo de 300, la película de Zack Znyder basada en la historieta de Frank Miller que ya se ha vuelto un clásico a pesar de sus limitaciones, este documental es una versión futbolera de la batalla de las Termópilas, en la que la figura del inolvidable Negro Jefe, Obdulio Varela, prócer del fútbol uruguayo, es la reencarnación del espartano Leónidas.
Con inteligencia, Maracaná traza las parábolas inversas que recorrieron ambas selecciones: de cenicientas a héroes olímpicos los de celeste; de campeones consumados a genocidas de un sueño colectivo en el caso de los brasileños. Una curiosidad: la proyección contó con la presencia en sala de Alcides Ghiggia, el otro gran héroe de aquella hazaña, único sobreviviente de aquel equipo y autor del gol que le valió a Uruguay su segundo título del mundo y al mismo tiempo dio vida a la leyenda más grande de la historia del fútbol. Su presencia, sumada al emotivo (y algo patriotero) montaje imaginado por Bednarik y Varela, crearon el ambiente perfecto. Eso explica que la secuencia que culmina en el 2 a 1, tras la corrida interminable de Ghiggia por la banda derecha, desatará el grito de gol de los 500 espectadores, convirtiendo a la sala Cantegrill en una tribuna, algo que en el siglo XXI es muy difícil de ver.
Otra de las producciones uruguayas proyectadas fue El lugar del hijo, del montevideano Manolo Nieto, que fuera parte de la programación del último Festival de Cine de Toronto. El film cuenta con el director argentino Lisandro Alonso entre sus productores y muestra algunos puntos de contacto estéticos y narrativos con el Nuevo Cine Argentino post Mariano Llinás. La película sigue contra viento y marea a Ariel Cruz, un joven militante universitario que ante la repentina muerte de su padre debe volver a su pueblo, en el interior uruguayo, para hacerse cargo de algunas cuestiones pendientes. Con notorias incapacidades físicas cuyo origen, con acierto, el relato no se ocupa de aclarar, Ariel Cruz realizará un itinerario con tres paradas que es a la vez uno y muchos y que de alguna manera puede leerse como el descenso de Dante hacia el infierno. Nadie queda bien parado en el retrato escéptico que el director hace del Uruguay a través de su protagonista, una suerte de Forrest Gump que, como aquél, se va encontrando casi azarosamente ante situaciones puntuales que terminan por trazar un mapa ácido de la historia reciente de su país.
La presencia uruguaya en el festival se completó con los documentales Carretilleros de Aiguá, de Camila Rijo, el divertido Manual del macho alfa, en el que Guillermo Kloetzer pone en paralelo las conductas de humanos y lobos marinos, y El padre de Gardel, documental de corte clásico y fondo engañoso realizado por el director Ricardo Casas, que pese al título profundiza en la historia del coronel Carlos Escayola, uno de los hombres que forjaron el Uruguay decimonónico.
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