CINE › PREMIOS Y FILMS DESTACADOS EN EL FESTIVAL CINéMA DU RéEL DE PARíS
En la muestra organizada por el Centre Georges Pompidou brillaron documentales que, como los del iraní Mehran Tamadon o el alemán Harun Farocki, trabajan la dificultad de filmar aquello que se resiste a ser filmado: el pensamiento abstracto.
› Por Luciano Monteagudo
Desde París
¿Cómo filmar el pensamiento? ¿Tiene materialidad cinematográfica la ideología? ¿Qué pesa más en un documental, la palabra o el cuerpo? Preguntas tan arduas como éstas encontraron algunas respuestas posibles en la edición número 36 del festival Cinéma du Réel, que se llevó a cabo hasta el domingo pasado en el Centre Georges Pompidou de París. La primera película en poner en escena estas cuestiones fue la estupenda Iranien, que se llevó el premio principal de la Competencia Internacional y que en pocos días más podrá verse en el Bafici porteño, también en concurso.
Dirigida por Mehran Tamadon, un iraní radicado en París, donde estudió filosofía y se recibió de arquitecto, Iranien es el producto de tres años de trabajo, concentrados en apenas un par de jornadas. Ateo confeso, a Tamadon le llevó ese tiempo convencer a cuatro mulás versados en el Corán y fervientes defensores de la República Islámica de Irán para que pasaran con él dos días de reflexión en una casa en las afueras de Teherán. ¿El objetivo? Discutir “un proyecto de convivencia”, el germen de una sociedad ideal en la que pudieran coexistir religiosos y no creyentes. El resultado no podría ser más fascinante. Y lo es porque ante la secularidad de Tamadon, que propone un “espacio público neutral”, los mulás (y sobre todo uno en particular) argumentan con toda su dialéctica hasta identificar al realizador con “un dictador” en nombre del laicismo.
No debe extrañar que en este debate a puertas cerradas uno de los campos de batalla –si no el único, al menos el principal– sea el cuerpo y hasta la voz de la mujer, casi por completo ausentes del film. Y que, comidas e infusiones de por medio, el proyecto ideal del director se cumpla al menos por 48 horas... aunque luego tenga sus consecuencias.
La dificultad esencial de filmar aquello que se resiste a ser filmado (la abstracción, el pensamiento) también está en el centro de Sauerbruch Hutton Architekten, el nuevo film del gran realizador alemán Harun Farocki. Inmerso de lleno en el trabajo cotidiano de ese famoso estudio de arquitectura berlinés, que suele participar de grandes concursos internacionales, el director de Fuego inextinguible (que en cuatro décadas de labor lleva realizados alrededor de cien films y videoinstalaciones) se diría que vuelve por primera vez en muchos años al documental puro y duro. Pero lo hace, claro, a su modo, enfrentando el verbo con la materia. Todo su film, que no pierde detalle de las discusiones de los arquitectos entre sí y luego con sus contratistas, apunta por un lado a descubrir la ideología que antecede a la vida cotidiana: dónde y cómo uno va a vivir, estudiar y trabajar ya está de alguna manera predeterminado en la etapa de diseño de un proyecto. Y por otro, como señala Charlotte Garson en el catálogo del Cinéma du Réel, pone en escena el arte esencial de la arquitectura: producir formas a partir de discursos.
El mundo del trabajo –que Farocki ha investigado exhaustivamente– es también el centro de otros films excelentes que pasaron por el festival del Pompidou, como Que ta joie demeure, del canadiense Denis Côté (también se verá en el Bafici). Ese deseo que expresa tan claramente el título del film –“que tu alegría permanezca”– está dirigido hacia aquellos que para ganarse el pan nuestro de cada día interactúan en su trabajo cotidiano con una máquina, casi hasta fundirse con ella.
Al margen de su esplendor visual, la originalidad del film de Côté está en que –lejos de conformarse con volver a registrar la alienación de la que ya dio cuenta Chaplin en Tiempos modernos (1936)– convierte esos escenarios industriales en zonas potenciales de libertad individual. Y lo hace introduciendo poco a poco, casi subrepticiamente, dispositivos de ficción (guión, actores), como si cada trabajador tuviera en sus manos no sólo las herramientas a las que está atado diariamente sino también la imaginación para liberarse de ellas.
Sangre de mi sangre, de Jérémie Reichenbach, participó de la Competencia Francesa del Cinéma du Réel, pero fue rodado íntegramente en la Argentina, en un matadero autogestionado del conurbano. Producido por el legendario grupo Iskra que nació al calor de Mayo del ’68 (asociado en la Argentina a El Desencanto, el sello productor de Carmen Guarini), el film de Reichembach elabora su discurso a partir del trabajo y la vida colectiva, como si ambas fueran una y la misma. Por un lado, Sangre de mi sangre se sumerge desde el alba en la faena cotidiana, en el mundo de esos jornaleros que, cuchillo en mano, carnean animales con la misma familiaridad con que se toman unos mates o discuten el futuro del matadero, que ya no depende del patrón alguno sino de ellos mismos. Y por otro, el film se instala cómodamente en la casa de la familia de Tato, uno de los matarifes, donde también todo parece discutirse y decidirse colectivamente. Allí todos son sangre de su sangre, lejanos descendientes de mapuches integrados a la cultura urbana, pero no por ello menos orgullosos de su origen.
¿Y qué trabajo hacen los bulliciosos chicos de Il segreto, el estupendo film italiano que se quedó con el premio a la mejor opera prima del festival? En principio, y casi hasta el final se diría, lo único que sabe el espectador es que esos pibes napolitanos, habitantes del proletario Quartieri Spagnoli, recolectan minuciosa, obsesivamente todos y cada uno de los árboles de Navidad de la ciudad que, después de las fiestas de fin de año, aparecen en la basura o se secan en los patios traseros de los comercios y las viviendas de la ciudad.
A pulso o en motoneta, de a uno o en malón, los chicos de todas las edades de Il segreto también hacen de esa extraña cosecha –en la que se intuye un viejo ritual, heredado de generaciones anteriores– una gran experiencia colectiva. Y el film en sí mismo también lo es, firmado por el grupo napolitano denominado “cyop&kaf”, que propone intervenciones urbanas capaces de volver a despertar “el adormecido espíritu crítico del pueblo italiano”. Y que ha hecho de Il segreto una obra de un vuelo, un espíritu anárquico y, sobre todo, de una energía absolutamente fuera de lo común.
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