Dom 25.05.2014
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CINE › WINTER SLEEP, DE NURI BILGE CEYLAN, GANO EL FESTIVAL DE CANNES

Melancolía chejoviana al modo turco

El director de Nubes de mayo y Lejano, todo un favorito en el festival, donde ya había ganado varios premios, se quedó finalmente con la Palma de Oro por un film inspirado en la obra de Anton Chéjov. No hubo premios para la argentina Relatos salvajes.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Cannes

Y se hizo justicia. La excelente película turca Winter Sleep (Sueño de invierno), del Nuri Bilge Ceylan, ganó ayer la Palma de Oro al mejor film del Festival de Cannes, en lo que significa la consagración definitiva del director en la principal vidriera del cine mundial. Auténtico favorito del festival, donde ha presentado casi toda su obra desde Koza (1995), su primer cortometraje, Bilge Ceylan es el director de Nubes de mayo (1999) y Lejano (2003), por la que obtuvo aquí en Cannes el Grand Prix del Jurado. Con Tres monos (2008) se había adjudicado el premio al mejor director y con la extraordinaria Erase una vez en Anatolia (2001) volvió a ganar el Grand Prix. Y ahora, con este retrato –a la vez íntimo y épico– de un hombre refugiado en su egoísta soledad, Bilge Ceylan consiguió finalmente el premio mayor de Cannes, la codiciada Palm d’Or. No es casual que en los títulos finales, Winter Sleep agradezca a “la obra de Anton Chéjov”, porque si algo prevalece en el riguroso, exigente film de Ceylan, de casi tres horas y media de duración, es una profunda melancolía, de ribetes inconfundiblemente chejovianos.

“Es una hermosa coincidencia recibir este premio en el año del centenario del cine turco”, declaró Bilge Ceylan cuando recibió el premio de manos de Quentin Tarantino y Uma Thurman, quienes vinieron especialmente a Cannes a festejar los veinte años de Pulp Fiction, ganadora en 1994 de la Palm d’Or y proyectada el viernes al aire libre en el Cinéma de la Plage. El director turco aprovechó la ocasión para dedicar su premio “a la juventud de mi país y a todos aquellos que han perdido la vida en el último año”, en alusión no sólo a los más de 300 mineros que fallecieron hace una semana en el accidente de Soma sino también a las víctimas de la represión del gobierno de Recep Tayyip Erdogan, desde que se produjeron los levantamientos de la plaza Taksim. A su vez, los memoriosos de Cannes recordaban ayer que esta es la segunda Palma de Oro para Turquía: en 1982 ya la había ganado por Yol, de Yilmaz Guney, filmada en la clandestinidad porque daba cuenta de los padecimientos de cinco presos políticos kurdos.

El Grand Prix del jurado parece demasiado para Le meraviglie, el sensible pero menor film italiano de Alice Rohrwacher, en una decisión en la que seguramente tuvo su peso la presidenta del jurado, la directora neozelandesa Jane Campion. También parece mucho el premio al mejor director para Bennett Miller por Foxcatcher, un film sin duda de una gran solidez narrativa, que ya suena –demasiado tempranamente– como uno de los posibles candidatos al Oscar del año que viene, pero que no puede sino empalidecer, por caso, frente a la creatividad y el riesgo artístico de Adieu au langage, de Jean-Luc Godard, que apenas alcanzó a compartir el Premio del Jurado con Mommy, del canadiense Xavier Dolan, de sólo 25 años. Si el premio al mejor actor para Timothy Spall por Mr.Turner, de Mike Leigh, era un número puesto desde que la película se exhibió el primer día del festival, el premio a la mejor actriz para Julianne Moore no dejó de ser una sorpresa. Está magnífica, sin duda, pero no es la protagonista absoluta de Maps to the Stars, de David Cronenberg, y tenía además fuertes contrincantes, como las dos actrices canadienses del film Mommy, sometidas por el director Dolan a un exacerbado tour de force.

Al margen del palmarés –donde la argentina Relatos salvajes, de Damián Szifrón, estuvo completamente ausente–, el balance de esta edición de Cannes puede decirse que fue desigual, particularmente en la competencia oficial. Los grandes autores –Bilge Ceylan, Cronenberg, Naomi Kawase, Olivier Assayas, los hermanos Dardenne– trajeron todos películas sin duda valiosas, consecuentes con su obra previa, pero que no estuvieron a la altura de sus films mayores, aquellos que los instalaron en el mapa cinematográfico mundial. Otros, como el inglés Ken Loach y el canadiense Atom Egoyan, hace tiempo que siguen participando del concurso de Cannes, pero repiten distintas variaciones, cada vez menos afortunadas de una misma fórmula, como fue el caso de Jimmy’s Hall, de Loach.

Una selección más audaz y menos atenta a los dictados del mercado hubiera debido incluir en la competencia oficial a un documental como Maidan, del ucraniano Serguei Loznitsa, que trasciende el mero registro de la crisis política de su país para convertirse en una obra maestra que quedará como un modelo en su género, pero que pasó injustamente inadvertida.

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