Vie 06.06.2014
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CINE › AMAPOLA, DEL ARGENTINO EUGENIO ZANETTI

Sobrepasada por los excesos

› Por Juan Pablo Cinelli

Eugenio Zanetti se ha ganado un lugar destacado en el universo del cine como director de arte. Se lo considera un artista versátil y su trabajo es reconocido en todo el mundo. Su currículum da sobrada cuenta de eso. El mismo incluye un catálogo de películas con puestas en escena sumamente disímiles, que comienzan con La tregua, de Sergio Renán, primera película argentina nominada al Oscar en 1975; que va de ahí hasta la muy subvalorada comedia fantástica de acción El último gran héroe (John McTiernan, 1993) y tiene su punto más alto en las nominaciones al Oscar por Más allá de los sueños (Vincent Ward, 1998) y Restauración, de Michael Hoffman, por la que además recibió dicho premio en 1996. Es indiscutible que Zanetti es un director de arte de enorme talento pero, lamentablemente, todos esos antecedentes no sirven de nada a la hora de hablar de Amapola, su debut como director y guionista.

Se trata de una película emparentada con ciertos trabajos de Giuseppe Tornatore como Cinema Paradiso o Baaria, con los que comparte algunas características. Un tono nostálgico, romántico, de algún modo operístico y con tendencia al desborde sentimental; la pretensión de usar el relato como excusa para atravesar un determinado período de la historia de un pueblo o un país; las idas y venidas en el tiempo; la mixtura entre costumbrismo y lirismo, y sobre todo una producción desmesurada. Amapola introduce además un importante elemento de realismo mágico que las películas de Tornatore no tienen, pero que tranquilamente podrían haber tenido. Como se ve, se trata de una película que tiene en el exceso una de sus matrices.

Excesos de un guión que pretende ser poético a partir de diálogos sobrecargados de un lirismo artificial y pomposo. Excesos musicales que se manifiestan en la compulsión de interrumpir la continuidad cada diez minutos con intermezzos coreográficos y números de canto o danza. Excesos de contexto histórico, intercalando transmisiones radiales o televisivas que refieren a momentos claves de la historia argentina, pero sin incidencia real sobre la trama. Excesos en las actuaciones, que van sin balance de una solemnidad impostada al folletín, muchas veces superponiéndose, sin conseguir nunca que lo que se actúa resulte verosímil. Excesos fotográficos, filmando todo con una empalagosa luz anaranjada que induce a creer que la película completa transcurre en los 30 minutos que dura la hora mágica del amanecer o el ocaso. O con un tono azul metálico cuando la cosa deviene tragedia. Excesos de diseño que se hacen evidentes en el barroquismo con que Zanetti recarga todo, como queriendo mostrar en cada escena que es capaz de pintar cuadros visuales. Y los excesos narrativos, los más graves, que hacen de Amapola una versión melosa, mística y kitsch de la cada vez más revisitada Hechizo del tiempo. Excesos que prueban que los talentos de un director de arte no siempre son análogos a los del director de cine.

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