CINE › TRANSCENDENCE: IDENTIDAD VIRTUAL, CON JOHNNY DEPP
¿Una de anticipación sobre el futuro de la inteligencia artificial? ¿Una reflexión sobre la identidad, la cibertecnología, las relaciones entre lo virtual y lo real? ¿Un thriller con investigador, revelaciones de falsas identidades y cambios de bando? ¿Una de acción, con resistentes analógicos combatiendo, armas en mano, contra el desarrollo de lo artificial? Transcendence, que para peor y de puro tilinga se estrena en la Argentina con su casi impronunciable título en inglés (“una para la de Johnny Depp”, dirá seguramente más de uno cuando vaya a comprar su entrada), quiere ser todo eso y no es nada. Casi ni es siquiera “la nueva de Johnny Depp”, teniendo en cuenta que el rompecorazones de Kentucky –en la función a la que asistió el cronista, ante cada una de sus apariciones las damas suspiraban, contenían el aliento, aullaban piropos, sudaban y aplaudían– aparece de cuerpo presente unos veinte minutos. Los restantes cien es un montón de bits en una pantalla.
Primera película que dirige Wally Pfister, director de fotografía de cabecera de Christopher Nolan, Transcendence: Identidad virtual gira alrededor del doctor Will Caster (Depp, en modo apático). Todo un genio de su especialidad (en Hollywood, el que no es un genio no califica para protagónico), el Dr. Caster está convencido de que la mente humana es transferible. No en el sentido de un Manu Lanzini, sino en cuanto a que se pueden traspolar los códigos que la rigen a un semejante... o incluso a un no tan semejante, como pueden ser una computadora, Internet y una buena conexión. Bastará entonces con que el grupo de anti ciberterroristas acaudillados por Kate Mara (la periodista arribista de House of Cards) cometa un atentado, haya un disparo y alguien infectado de un virus mortal, para que Evelyn, esposa y socia de Caster (Rebecca Hall, pura peca y ojitos melancólicos) decida tirarse a la pileta y probar el invento de su marido, junto al compañero de aventuras de ambos, el doctor Waters (Paul Bettany).
De ahí en más todo se despelota, siempre manteniendo el tono muy serio, como de ensayo de Sabato. Y eso que Morgan Freeman no está tan engolado como supo estar en otras ocasiones. Hay mucha pantalla líquida, mucho Depp en pantalla, efectos raros producidos por su mente, que revive cosas a distancia haciéndolas crecer de la nada, como una especie de musgo virtual.
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