Mar 12.08.2014
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CINE › ROBIN WILLIAMS APARECIó MUERTO AYER EN SU CASA

El actor que sabía hacer reír y llorar

La causa de la muerte del protagonista de La sociedad de los poetas muertos habría sido, en principio, suicidio por asfixia. Tres veces nominado al Oscar como Mejor Actor Protagónico, lo ganó como Mejor Secundario, por En busca del destino. Tenía 63 años.

› Por Horacio Bernades

“Se sospecha que puede haber sido suicidio por asfixia, pero antes de determinar cabalmente el motivo del deceso deberá realizarse una investigación exhaustiva.” Eso informó ayer la oficina del forense de Tiburón, pueblito costero del condado de Marin, California, donde Robin Williams apareció muerto, en su casa, ayer al mediodía. Su tercera esposa, Susan Schneider, lo había visto por última vez con vida el domingo por la noche. Para el día de hoy se aguarda una autopsia que arrojará más datos sobre su muerte. Nacido en Chicago el 21 de julio de 1951, Robin McLaurin Williams tenía 63 años. Tres veces nominado al Oscar como Mejor Actor Protagónico, lo ganó en 1997 como Mejor Secundario, por En busca del destino (Good Will Hunting, Gus Van Sant, 1997). Además, ganó dos premios Emmy, cinco Globo de Oro e igual cantidad de Grammy. En el momento de conocerse la noticia del fallecimiento, su representante informó que el actor, que había vuelto recientemente a la televisión, atravesaba por una fase depresiva de larga data.

Surgido de la TV, Williams se hizo famoso gracias a su papel como el alienígena Mork, en la serie cómica Mork & Mindy (1978/1982), donde representaba a una suerte de Alf no-de-peluche. El programa era lo que se conoce como spin-off o derivación de una serie previa, Happy Days, donde por primera vez Williams había aparecido como Mork, haciendo furor. Curiosamente, ninguno de los dos Grammy que recibió fueron por ese papel popularísimo, sino por apariciones especiales en shows de otros. Creada por Garry Marshalll, realizador más tarde de Mujer bonita, Mork & Mindy giraba alrededor de Williams, con Pam Dawber como “proveedora de pies”, para que el coequiper pudiera colocar monerías, chascarrillos y desubicaciones de alien. Morcilleos, sobre todo. Williams tenía una marcada capacidad de improvisación, un poco a la manera de Alberto Olmedo, y eso siempre “paga bien” en televisión: en un medio tan esencialmente artificial, el espectador suele agradecer que el actor se salga de la letra, se tiente, haga reír a quienes lo rodean. Todo lo cual sucedía en abundancia en Mork & Mindy.

Con su remera rayada y tiradores, “heredados” tal vez del Chavo, Williams impuso allí una gesticulación de clown o de mimo, muy marcada y visible, estilo que ya no lo abandonaría. Aunque supo actuar eventualmente en teatro –medio en el que llegó a hacer, en dúo con Steve Martin, el Estragón de Esperando a Godot– y regularmente como stand-up comedian, el grueso de su carrera se desarrolló básicamente en cine. Medio contra el cual su estilo mímico paradójicamente tendía a chocar. No estaba mal la idea de hacerlo debutar como caricatura, en ese desatino de Robert Altman que fue Popeye (1979), y varios de sus papeles posteriores estuvieron ligados no casualmente a la animación, el efecto digital, el artificio en suma. Contradictorio destino para quien empezó improvisando en televisión. O no tan contradictorio, teniendo en cuenta que el morcilleo-Williams se exhibía ostentosamente como tal. Era, en otras palabras, una falsificación o exageración del morcilleo.

Williams hizo de Garp, otro ser lunar, en El mundo según Garp, en base a la novela homónima de John Irving (1982), y de otra clase de alienígena en Moscú en el Hudson (1984), donde hacía de ruso pregorbachoviano en Nueva York (Ninotchka masculina, sin mucho Garbo ni garbo), hasta que a mediados de los ’80 tuvo su primer papel consagratorio en cine, en esa compensación de Pelotón que fue la muy complaciente Buenos días Vietnam (1987), primera nominación al Oscar. De allí en más hubo un par de papeles para Terry Gilliam (Las aventuras del Barón Munchausen, 1988, y Pescador de ilusiones, 1992, segunda nominación). Entre uno y otro su papel-sorpresa, como el profe motivador y disparador de eslóganes humanistas, en La sociedad de los poetas muertos (1989), una-que-nos-guste-a-todos firmada por el muy talentoso Peter Weir. Uno de los problemas de esa película, más allá de los subrayados en que incurrió por el cineasta australiano, fue la sobreactuación de Williams, que conspiraba contra el pretendido mensaje de “autenticidad” que el film pretendía.

Era lógico que Disney & Spielberg se sintieran flechados por él. La compañía lo contrató como la voz del genio de la lámpara en Aladino (1992); el creador de Jurassic Park lo hizo en Hook (1991, donde le dio, de modo muy coherente, el papel de Peter Pan adulto) y en A.I. Inteligencia artificial (2001). Rol muy semejante le asignó Coppola en Jack (1996). Previamente había incursionado en el kitsch de altura junto a Robert De Niro, en Despertares (1990, tercera nominación a Mejor Actor) y el kitsch sensiblero en Patch Adams (1998). De hacer reír, Williams había pasado a hacer llorar. A moco limpio. Entre una cosa y otra y transitando su década de apogeo y caída, los ’90, se lo pudo ver o padecer en Toys (1992), Papá por siempre (Mrs. Doubtfire, 1993), Being Human (1994), la estimable Jumanji (1995) y la remake-Hollywood de La jaula de las locas (1996), antes de que Gus Van Sant le diera un cierto cambio de sentido (¿a Williams o a sí mismo?) en la mencionada En busca del destino.

En 2000, el hombre comprende que conviene ir dejando de lado las morisquetas, abordando interesantes papeles de psicópata gélido, en Noches blancas, Retratos de una obsesión (ambas de 2002) y La memoria de los muertos (2004). Por entonces entraba y salía de centros de rehabilitación. Algo que no era nuevo en su vida: créase o no, en los ’70 y ’80 fue uno de los principales compañeros de correrías heroinómanas de John Belushi, algo de lo que nunca se repuso del todo. Justamente, si había un desfase que su aparatosa condición de cómico sentimental no hacía más subrayar, eran esos ojos tristes y esas comisuras hacia abajo, signo de que algo allí adentro era bastante menos blanco de lo que su máscara quería hacer ver. Daría la impresión de que ese desfase se rompió del todo en la noche del domingo pasado.

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