Mar 23.09.2014
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CINE › MASIVA PRESENCIA ARGENTINA EN EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIáN

La mitad más uno es celeste y blanca

La princesa de Francia, de Matías Piñeiro, fue una de las primeras películas nacionales en comenzar a copar la grilla del festival. Aire libre, de Anahí Berneri, debuta hoy en la Competencia, donde ya se lució Phoenix, del alemán Christian Petzold.

› Por Horacio Bernades

Desde San Sebastián

El cine argentino copa hoy la grilla del festival. Se proyecta por primera vez Aire libre, de Anahí Berneri, única representante criolla en Competencia Oficial, y a ella se le suman nada menos que cinco en la sección Horizontes Latinos. Sección en la que la mitad más uno no es de Boca, sino de Argentina. La avanzada nacional se inició en verdad ayer, con la proyección de una película vista y comentada en el último Bafici (Ciencias naturales, de Matías Lucchesi, que arrancó su carrera internacional en el lejano febrero pasado, en la Berlinale) y la nueva de Matías Piñeiro, La princesa de Francia, estrenada en Locarno en agosto pasado. Ultima entrega hasta la fecha de la serie que el propio Piñeiro llama “las shakespereadas” (variaciones sobre obras de Shakespeare, de las cuales ésta es la tercera, luego de Rosalinda y Viola), la brevísima La princesa de Francia (dura 65 minutos) se inspira en Trabajos de amor perdidos. Una comedia. Y una comedia de enredos amorosos es, en toda la línea, el nuevo opus del realizador de Todos mienten.

“Espero que disfruten del ritmo, la música de la película”, hizo votos Piñeiro en la sala del Kursaal 2, antes de la proyección. Una espectadora lo logró. Fue la única que intervino en el coloquio posterior a la proyección, donde el realizador y guionista se presentó frente al público junto al protagonista, Julián Larquier. “Me llamó la atención la velocidad de la película”, complació la única espectadora parlante (el resto de la sala permaneció mudo, desorientado tal vez por las vertiginosas referencias cruzadas que la película dispara). El propio Larquier, que veía La princesa de Francia por primera vez, confesó que él mismo se perdió un poco entre tantos nombres de mujeres y tantos amoríos enrevesados alrededor de su personaje. Risa general de la sala: no pasa todos los días que el actor se pierda en la trama.

“Que el espectador se sienta algo confundido es parte de la propuesta”, reconoció Piñeiro, para quien decididamente la trama es una partitura. Partitura para poner en escena una coreografía amorosa y dramática, orquestada con la precisión en velocidad de un Leo Messi. “Las referencias culturales las agrego sobre la marcha, no apuntan a un público entendido”, aclaró Piñeiro, que abre la película con una referencia bien concreta a Schumann y convierte una reproducción de Bouguereau en toda una clave de sentido. A pesar de que el título parezca anunciar lo contrario, La princesa de Francia es la primera de las “shakespereadas” con protagonista masculino. Como en el cuadro de Bouguereau que circula por la trama (o partitura) en forma de postal, Víctor, el personaje de Larquier, es un fauno acosado por cuatro ninfas. Todas ellas, miembros estables de la troupe piñérica.

Los personajes de Agustina Muñoz, María Villar, Elisa Carricajo y Romina Paula son, fueron o quieren ser novias o amantes de Víctor, que se dedica a la emisión radiofónica de versiones de Shakespeare (emisiones musicalizadas por Julián, grupo de música groovie que Larquier lidera junto a su colega y amigo Julián Tello y que está por editar su primer CD en días más). Con una puesta de total fluidez y una brillante (en todos los sentidos) fotografía en colores de Fernando Lockett, La princesa de Francia es algo así como una pequeña sinfonía filmada. De allí la referencia a Schumann, claro.

Absolutamente coreográfica es también la sorprendente película ucraniana Plemya (La tribu), ganadora del premio Semana de la Crítica en la última edición de Cannes y presentada aquí en la sección Perlas de Otros Festivales. La ópera prima de Myroslav Vasyanovych es un film de iniciación, en el que un recién llegado a un internado debe hacerse valer como en una película de cárcel, trompeando a los chicos malos del lugar (que son básicamente todos) y ganándose a una de las chicas lindas (que son dos).

El internado de Plemya es bastante raro. Cuando no tienen clases regulares, dictadas por profesores, los pupilos salen a robar. Y las chicas, a trabajar como ruteras, subiéndose a los camiones de la zona. Pero hay algo más raro: unos y otras (todos en la película) son sordomudos. Lo cual obliga al espectador a dominar el lenguaje de señas o quedarse en babia durante dos horas quince. Y, sin embargo, se entiende todo, ya que la comunicación entre los protagonistas es de una fisicidad, un énfasis y una violencia (física y gestual) que cualquiera comprende. Enteramente filmada en largos planos secuencia que recuerdan a los del cine rumano (la cámara, lejos de todo exhibicionismo, se queda quieta o sale a correr en travellings, siempre siguiendo a los protagonistas), Plemya es una de las películas más físicas y brutales que se hayan visto en mucho tiempo. Es una brutalidad orgánica y naturalizada la que Vasyanovych pone en escena, con rotunda, magnética coherencia. El final, en el que cuatro mesitas de luz cumplen la función de machaca-cabezas, dará que hablar.

Phoenix, la nueva del nativo de Westfalia Christian Petzold, es tal vez su mejor película y sin duda lo mejor visto hasta ahora en Competencia Oficial de San Sebastián. Por primera vez en su carrera el realizador de Gespenster y Barbara retrocede en el tiempo varias décadas para producir una dolida fábula sobre el olvido voluntario, en tiempos del inmediato post-nazismo. La infaltable Nina Hoss vuelve del campo de concentración donde fueron aniquilados todos los miembros de su familia y donde ella recibió un balazo en el rostro, que hace que en las escenas iniciales se la vea con el cráneo cruzado de vendas, en lo que tal vez sea una alusión deliberada a El hombre invisible. Aun cuando le hayan reconstruido el rostro, ella será para los demás la mujer invisible. La que fue su casa ahora son ruinas, el que fue su rostro también.

“No existo más”, confirma Nelly, que lo único que quiere es reencontrarse con su marido. Pero como el viejo criado de La casita de mis viejos, el marido no la reconoce. Por el contrario, y en un doble salto mortal de verosimilitud (que Petzold da con la elegancia de un kamikaze), su ex intentará reconstruir a través de ella a la que fue su esposa, con la miserable intención de hacerse con la herencia. Film doliente, tan triste como el rostro de la propia Hoss, Phoenix invierte el sentido de su título, al conjeturar que cuando una sociedad se niega a recordar, nada puede reconstruirse de las cenizas.

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