CINE › ¿PUEDE UNA CANCION DE AMOR SALVAR TU VIDA?, DE JOHN CARNEY, CON MARK RUFFALO Y KEIRA KNIGHTLEY
No se trata de una comedia con romance de fondo ni de una historia de amor que a veces hace reír: el director consigue que la gracia y el espíritu romántico surjan directamente de las situaciones que entrelazan las vidas de sus personajes.
› Por Juan Pablo Cinelli
La comedia romántica es uno de los géneros más injustamente maltratados y menospreciados del cine. En principio, se lo suele reducir a la categoría de “cine para chicas”, definición que tiene tanto de verdadero como aquella que dice que los géneros de acción o aventuras son “para varones”. Es cierto que, tampoco hay que ser necios, en ambos casos existe un fondo de verdad: cuando una de las variables desde las que se construye una película es el mercado (y no hay dudas de que gran parte del cine industrial se elabora desde ahí), es imposible no aceptar la presencia de la noción de target en el proceso de producción; es decir, el hecho de pensar las películas como productos con un público específico como objetivo. Más allá de eso, a quien le guste el cine no se limitará a fraccionarlo de ese modo, sino que en todo caso se permitirá categorías tanto más amplias y personales: logrado o fallido; agradable o detestable; generoso o egoísta; sabroso o insípido; bueno o malo. Si hubiera que definir así a ¿Puede una canción de amor salvar tu vida? lo más justo sería recurrir a la primera mitad de estos dípticos. Claro que eso tampoco es decir mucho, porque las películas son más que una mera suma de adjetivos genéricos que en sí mismos agregan poco a la hora de hablar de cine.
¿Puede una canción..? es eficaz como comedia romántica, porque hace honor al género, trascendiendo con naturalidad esa dualidad de origen. No se trata de una comedia con romance de fondo ni de una historia de amor que a veces hace reír: Carney consigue que la gracia y el espíritu romántico surjan directamente de las situaciones que entrelazan las vidas de sus personajes, evitando los golpes de efecto que harían que la cosa se pareciera a un injerto de dos géneros metidos a presión dentro de una sola trama. El director, que también es guionista y eso multiplica sus méritos, tuvo la prudencia de no reducir el universo de sus criaturas a la claustrofobia de lo que le ocurra a su inesperada pero efectiva pareja protagónica, integrada por dos buenos intérpretes como Keira Knightley y sobre todo Mark Ruffalo, uno de esos actores que pasan por la pantalla como por la vida, y que cuanto menos parecen lucirse es porque mejor lo están haciendo. Acá los roles secundarios no se reducen a ser excusas para contar una historia principal, sino que conforman una red de individuos, cada uno con sus gracias, necesidades y deseos a los que la película siempre les hace un lugar. Aunque por momentos algunos queden algo desenfocados.
Entonces no importa tanto que Ruffalo sea un notable productor de rock y fundador de un prestigioso sello independiente, divorciado con una hija adolescente, alcohólico y venido a menos, ni que a Knightley le toque el papel de una compositora talentosa y desconocida que de golpe se queda sola en Nueva York cuando a su novio, una estrellita del indie rock en ascenso, se le da por aprovechar los beneficios de la fama. Lo importante serán las diferentes formas en que el amor irá manifestándose en torno de ellos a través de los vínculos que ligan a los personajes entre sí. Así es cómo el amor romántico se convierte sólo en uno de los engranajes de un gran dispositivo sentimental, en el que también hay espacio para el amor paterno-filial, la amistad, el amor platónico, el amor perdido y el recuperado. En esa riqueza se ubica lo mejor de ¿Puede una canción...?, un film que siendo comedia romántica no teme incluir al drama, la amargura o el desengaño como parte de un mecanismo que se parece a la vida misma, pero enmascarada y vista con lente de aumento, y cuyo peor defecto es ese título en castellano explícito y pegoteado que reemplaza al mucho más simple Begin Again (Empezar de nuevo) del original.
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