CINE › MARTíN REJTMAN PRESENTA SU PELíCULA DOS DISPAROS, QUE SE ESTRENA MAñANA
El director de Silvia Prieto y Los guantes mágicos vuelve al cine de ficción y al retrato de cierta clase media suburbana, pero con mayor capacidad digresiva y humor. “Me parece un poco falso decir que se trata de una comedia”, advierte.
› Por Diego Brodersen
Bar de Palermo, uno de los últimos días de un invierno primaveral. Faltan algunas semanas para el estreno. El entrevistado acaba de llegar de Canadá y está a punto de viajar a Europa para presentar su última película en una serie de festivales internacionales, incluidos San Sebastián, Londres y Viena. Por esa razón adelanta las entrevistas y esa jornada viene cargada de encuentros con la prensa; la ronda continuará por algunas horas más. Martín Rejtman se enoja un poco al inicio de la entrevista. Dice que casi todos los periodistas le preguntan lo mismo: ¿por qué tardó once años en dirigir Dos disparos, su cuarto largometraje? “No sé si está bien formulada la pregunta. Como si lo único que contara fueran los largometrajes de ficción.” Hay algo –o bastante– de razón en el cabreo, porque lo cierto es que el director de Silvia Prieto no estuvo precisamente inactivo durante la última década: un documental, Copacabana, y ese extraño y fascinante experimento codirigido junto al dramaturgo Federico León, Entrenamiento elemental para actores, por un lado; dos libros escritos y publicados (Literatura y otros cuentos y Tres cuentos), por el otro.
“Además, el cine es una actividad muy complicada. Nada es automático y a mí las películas me llevan un tiempo de reflexión. No hago una película por año y no la haría aunque pudiera, hay un proceso de elaboración bastante largo. En el caso de Entrenamiento elemental..., con Federico nos tomamos un año para escribir el guión, cuando usualmente una película por encargo como ésa se hace de un mes para el otro. Me gusta pensar lo que hago y hacer las cosas bien. Y creo que ese tiempo se ve en las películas. Independientemente de la calidad que tengan las cosas, ese tiempo es algo que debería poder percibirse en la obra.” Más allá de la espera, lo cierto es que Dos disparos es Rejtman en estado puro. Ya en la primera escena –en la cual un adolescente encuentra un arma de fuego en su casa y, como quien no quiere la cosa, acciona el gatillo sobre su cuerpo, dos veces, aunque sin consecuencias trágicas– el tono, el ritmo, los ambientes remiten inconfundiblemente al universo de sus películas anteriores, en particular Silvia Prieto y Los guantes mágicos. Hay un cuarteto de flautas, un celular antiquísimo que no puede ser apagado, una chica que trabaja en una hamburguesería, un perro perdido, varios equívocos y hasta un viaje a la costa que no se parece en casi nada a otros viajes a la costa del Nuevo Cine Argentino.
Hay también un par de novedades importantes: la calidad digresiva del relato y un aumento momentáneo –como si fueran inyecciones– en las dosis de humor. “Creo que Dos disparos es rara en ese sentido, es una película mucho menos compacta que las demás y, por lo tanto, más difícil de catalogar. Hay situaciones con bastante humor y otras donde éste no está presente en lo más mínimo. Hablar de la película como una comedia es algo que a veces hago, porque me parece que sirve para advertir a cierto público que está permitido reírse, pero al mismo tiempo me parece un poco falso decir que se trata de una comedia”, afirma el realizador.
–Existe nuevamente un sentido del absurdo cotidiano, que está dado por algunas situaciones, pero también por la utilización de ciertos gags, incluso algunos recurrentes.
–Es cierto, pero son cosas que ya había hecho, no veo novedad alguna en ese sentido. Lo que sí veo como una novedad es la dispersión, el hecho de cerrar la supuesta historia central de manera difusa. El film termina con una historia relativamente secundaria y elegí hacerlo de esa forma porque no quería cerrarla prolijamente. Mis películas previas tienen un final un poco más clásico, para decirlo de algún modo. Creo que la novedad está un poco en lo expansivo: es como si hubiera tomado esa secuencia de Silvia Prieto en la que aparece la muñequita tirada en la calle y un adolescente la levanta, y la hubiese llevado más al extremo.
–Hay precisamente una extensa digresión, que traslada la acción urbana a la costa bonaerense, y que ocupa casi un tercio de la película. ¿Cree que hay alguna relación con sus cuentos en esa idea de correrse del centro?
–Creo que sí tiene que ver con algunos cuentos, en particular los de mi último libro. Es decir, se pierden algunos personajes, otros toman la posta. En el primero de los relatos de Tres cuentos, durante la primera mitad, la protagonista es una chica; en la segunda, el centro de atención es un chico con el que ella tuvo un encuentro fugaz. Creo que mis películas y mis libros hacen un camino paralelo. Los cuentos de Rapado, por caso, tienen que ver con la película Rapado. En Silvia Prieto aparece por primera vez la voz en off y algunos de los cuentos de esa época, por ejemplo en “Velcro y yo”, están escritos en primera persona. Son actividades paralelas, pero muy relacionadas. A pesar de que nunca volví a adaptar uno de mis cuentos, reconozco un mismo universo, el mismo tipo de personajes y de historias. Al mismo tiempo es distinto, porque hay cosas que podés escribir y no filmar y viceversa.
–¿Qué se puede filmar, pero no escribir?
–La inmediatez del cambio de decorado constante, que es uno de los recursos que más me gustan del cine, esa posibilidad de trasladarte de un corte a otro a un espacio completamente diferente. Esa idea de elipsis espacial es lo que hace que el cine sea el cine; la literatura no lo tiene porque no es visual. Por supuesto que se puede hacer un equivalente en un texto, pero nunca el efecto va a ser parecido.
–El reparto de Dos disparos repite apenas a un par de actores de sus films previos. ¿Cómo fue el proceso de casting?
–Fabián Arenillas y Susana Pampín son los únicos con los cuales ya había trabajado. En su mayoría son actores con experiencia, sobre todo en teatro, como Benjamín Coelho, el chico que interpreta a Ezequiel (el hermano del protagonista), pero también hay gente con amplia experiencia en cine, como Walter Jakob. El casting fue bastante complejo, porque no quería repetir actores y había que concentrarse no sólo en una cuestión de imagen sino de tono. Y acá, a veces, los actores tienden a no respetar mucho el texto escrito, van más hacia la improvisación. Creo que eso tiene que ver con la tele.
–En el trabajo con los actores vuelve a utilizar una forma particular de decir los diálogos, que va en contra de cierta idea de naturalismo.
–Para mí eso no es así. No lo veo como antinaturalista, de hecho lo veo como algo bastante real. Para lo que están diciendo, en el momento en el que lo están diciendo, ésa es la manera de decir las cosas. Sí creo que se puede contraponer a la manera en la cual los actores hablan en la televisión, porque ahí hay una búsqueda de naturalismo que, en mi opinión, es lo más falso que hay. Si eso es naturalismo entonces esto es antinaturalismo. Tampoco veo otra forma de filmar las situaciones. En algún momento del rodaje de Dos disparos me sentí repitiendo los mismos planos de otras películas, poniendo la cámara en el mismo lugar que en Silvia Prieto, por ejemplo en las escenas en la cocina. Por supuesto que hay una cantidad limitada de planos que uno puede hacer, pero en mi caso es más limitada todavía, porque sé que hay ángulos de cámara que no me interesan. Y me gusta jugar con un número limitado de elementos para hacer las películas, me parece algo sano. Volviendo a la manera de hablar de los actores: para mí esa forma es algo natural. Me han hablado del deadpan, de la falta de expresión, y es cierto. Es una tradición muy larga en el cine, que va de Buster Keaton a Robert Bresson, y que cada uno usó de maneras muy distintas. Me gustaría pensar que no estoy “usando” ese estilo, sino que es la forma que uno encuentra para que las cosas tengan su función en una película. Si pongo a los actores a hacer caras mientras dicen cosas absurdas terminaríamos en una tontería, un grotesco absoluto. Es como si dejara espacio entre una frase y otra para que el público se pueda reír tranquilamente. Tendría que poner risas grabadas. Y todo eso está en el guión, hay cero improvisación. Cuando escribo lo hago pensando en cómo van a ser dichos los diálogos. Hay mucho trabajo de ensayo y ahí se memorizan las líneas y se encuentra el ritmo justo.
–Es sabido que no le gustan mucho las interpretaciones sociales acerca de sus películas, pero seguramente se intentará algún tipo de lectura sociológica.
–La crisis. Hay que decir que es la crisis. Me empezaron a hablar de la crisis con Los guantes mágicos, como algo evidente, y yo luchaba contra eso diciendo que la Argentina estuvo siempre en crisis. Por eso de ahora en más voy a contestar siempre que es la crisis. Y listo (risas).
–De todas formas, sigue concentrado en esa zona de clase media que podríamos llamar... ¿suburbana?
–Bueno... los exteriores están filmados en Ituzaingó. Y sí, es el mundo de la clase media, una clase media un poquito desintegrada.
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