Mié 08.10.2014
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CINE › CARLOS SAURA CUENTA ACERCA DE SU RODAJE EN BUENOS AIRES

“Todas mis películas son, de un modo u otro, musicales”

A los 82 años, el gran director español está filmando Zonda: Folclore Argentino, un musical con importantes artistas del género. “Hay una colaboración difícil de explicar entre los artistas y la luz y el ritmo a conseguir”, afirma.

› Por Oscar Ranzani

El legendario y prolífico director español Carlos Saura, autor de una extensa filmografía compuesta por más de cuarenta películas, muchas de ellas premiadas en los festivales más importantes del mundo, está nuevamente en la Argentina. El motivo de su estadía en el país tiene acento local: desde el lunes el director de Cría cuervos y La prima Angélica está rodando Zonda: Folclore Argentino, donde se propone nuevamente abordar una género musical como lo hizo, por ejemplo, en Sevillanas, Fados, Flamenco y Tango. A diferencia del film que representó a la Argentina en la carrera de los Oscar 1999 –con polémica incluida–, protagonizado por Miguel Angel Solá, Zonda no tendrá ningún argumento ficcional. Tampoco el cineasta aragonés es amante de catalogar su nuevo largometraje como un documental. “Lo que pasa es que yo he hecho muchas películas musicales que son musicales en estado puro. Yo les llamo así y no documentales”, precisa Saura.

Zonda se trata de una coproducción argentino-española que le propuso su hijo Antonio. “Y como a mí me gusta muchísimo la música argentina dije que sí. Eso fue en 2012. Viajamos por Salta y por todo el Norte, estuvimos escuchando canciones y me llevé una impresión muy buena sumada a la idea de que había que hacer la película”, comenta el realizador que a sus 82 años es dueño de una vitalidad y una verborragia admirables. Los músicos locales que desfilarán en el nuevo film de Saura van de iconos del folklore como Jaime Torres, Liliana Herrero y el Chaqueño Palavecino a figuras más actuales como Soledad y Los Nocheros. Pero también estarán presentes Horacio Lavandera, Pedro Aznar, Luis Salinas, Jairo y Polo Román, entre otros artistas. Además, la producción rendirá dos homenajes especiales a Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui. “En el caso de Mercedes, vamos a filmar la presentación de una de sus canciones, ‘Cambia todo cambia’, con un público infantil, seguramente de un colegio”, anticipa el realizador aragonés. El film contará con coreografías de Koki y Pajarín Saavedra, dirección musical de Lito Vitale y fotografía de Félix “Chango” Monti.

–Usted es también amante del tango, al que le dedicó una película, y una vez señaló que el tango “es una de las cosas más hermosas de la vida”. ¿Cómo nació su pasión por el 2x4?

–De niño. Para empezar, mi padre cantaba siempre tango cuando se afeitaba. Y luego porque cuando yo tenía catorce o quince años se editaron en Francia unos discos sobre música argentina y los compré. Eran una maravilla y tenían milongas y tangos. Pero también había chacareras, zambas, de todo. Y siempre he creído que el tango es un ritmo musicalmente fantástico y extraordinario.

–¿Cuándo y cómo nació su interés por vincular la música con el cine o hacer cine sobre géneros musicales?

–Creo que la explicación está en que durante años yo he sido fotógrafo de los festivales internacionales de música y danza de España. Estuve muy vinculado con la música folklórica, también con el flamenco y con la música clásica. Además, mi madre era pianista de música clásica. Entonces, tuve una educación musical. Siempre digo que de mis cuarenta películas, las cuarenta son musicales, de alguna forma o de otra. Unas son más musicales que otras, pero toda la música que hay en mis largometrajes es la que siempre me ha gustado. Nunca hubo nada que no me gustara.

–¿Qué ve de cinematográfico en la música o cómo usted busca darles un sentido cinematográfico a los géneros musicales? ¿Cómo es ese trabajo?

–Este tipo de películas musicales son muy especiales. Hay una especie de colaboración difícil de explicar entre lo que son los artistas y la luz, la escenografía y el ritmo a conseguir durante toda la película. Trato de estudiarlo. Va pasando del día al atardecer, luego a la noche... Es decir, todo eso va muy cuidado para lograr algo envuelto en una sensación donde la música y el ritmo tienen una importancia fundamental y esencial. Es difícil de explicar, hay que verlas.

–¿Es cierto que se siente un músico frustrado?

–Sí, es verdad, porque yo debería poder leer una partitura y no sé. Me da vergüenza.

–¿Cómo recuerda sus tiempos en la Argentina cuando filmó Tango?

–Bueno, yo estuve antes en la Argentina, en 1991, para filmar una película que se llamaba El sur.

–La del cuento de Borges.

–Eso. Y ésa fue mi primera experiencia aquí en Buenos Aires. Recuerdo que el tango había desaparecido por completo de la ciudad. No había manera de encontrar algún disco de Carlos Gardel. Y me sorprendió muchísimo. Cuando volví para rodar Tango ya la cosa había cambiado: estaban las milongas, y el tango empezaba a resurgir un poquito. Mi amor hacia el tango es tan grande que cuando me propusieron hacer la película dije inmediatamente que sí.

–Recién mencionaba El sur. Usted no es sólo amante de la música argentina, sino también de su literatura.

–Sobre todo de Borges.

–¿Qué es lo que le fascina de la narrativa del autor de El Aleph?

–Yo estoy muy influenciado por Borges en todas las cosas de que hago, aunque de una manera indirecta. Esta especie de espejos, de laberintos, de darles vuelta a las cosas, de la imaginación aplicada a la literatura, pero también a las imágenes es algo que siempre me ha influenciado muchísimo. Admiro muchísimo a Borges. Creo que es uno de los grandes escritores contemporáneos.

–A su otra pasión, la fotografía, ¿le sigue dedicando tiempo?

–Sí, claro, un rato todos los días. Siempre llevo una cámara guardada por si acaso. Nunca se sabe.

–¿Y hace exposiciones en España?

–A veces, sí. Ahora se va a editar otro libro mío (publiqué varios sobre fotografía) en Alemania con toda mi obra de los años ’50 y ’60 que tiene como 500 páginas.

–¿Cómo fue el pasaje de los estudios de ingeniería a los del arte cinematográfico? ¿Cómo fue ese cambio de una carrera racional a una más emocional?

–No lo sé muy bien. Lo que me ha mantenido una cierta estabilidad llamémosle “artística” hasta ahora es la fotografía. Es lo que ha unido todas las cosas que yo he ido haciendo desde que era muy niño. Lo que pasa es que a la ingeniería la veía de una manera muy especial. Yo quería diseñar automóviles. También quería ser bailaor flamenco, quería dedicarme al periodismo... Hasta que, de repente, me di cuenta de que lo que quería era hacer cine. Todas esas cosas fueron semiparalelas, pero al final me di cuenta de que lo que más quería era hacer películas.

–¿Cómo era hacer cine en la España franquista?

–Para algunas personas era muy fácil y para otras era muy difícil. Había un cine que a Franco le interesaba: el cine del régimen, que no presentaba problemas. A veces, ése era un cine político, sobre todo al comienzo. Luego, ya menos: era más bien un cine frívolo, con comedias, lo que no quita que había directores inteligentes y algunas películas muy interesantes. Pero claro, nosotros los más jóvenes queríamos modificar eso. No estábamos de acuerdo con el cine que se hacía y queríamos hacer un cine diferente, más actual, más “moderno”. Queríamos hablar de los problemas que había realmente en España: de la familia, de la Iglesia, del ejército. Queríamos hablar de cosas que estaban prohibidas, lo que nos llevaba siempre a tener problemas con la oficialidad, con la policía, con el ejército, con la censura. Pero bueno, poco a poco pudimos ir haciendo nuestro cine. No tanto por España. Si hubiera dependido de España no habría hecho más que mi primera película. Yo tuve la suerte de ir a los festivales internacionales: sobre todo el de Cannes, también Berlín y Venecia. Eso me permitió seguir haciendo cine porque ya no dependía de España, sino de la distribución internacional. Y eso facilitaba mucho al productor: podíamos hacer las películas con mayor libertad y más medios.

–¿Su amistad con Luis Buñuel le hizo conocer el surrealismo?

–Yo creo que hay un error: una cosa es el surrealismo francés y quizás el surrealismo de Buñuel está en sus dos primeras películas. Pero al resto del cine de Buñuel no lo podría llamar surrealista. Lo llamaría imaginativo creativo. Y está muy entroncado con la literatura española del Siglo de Oro, con Quevedo, con tanta gente; incluso con Cervantes.

–¿Usted tuvo influencia de Buñuel en su cine?

–Era imposible eso. Lo que pasa es que coincidíamos en muchas cosas. Yo lo admiraba tanto... Lo he querido como amigo. Quizá más como amigo que como cineasta, al margen de toda mi admiración como director. En las conversaciones que mantenía con Luis, me daba cuenta de que había una comunión muy grande entre los dos. Seguramente estoy influenciado por Luis, pero no de una manera consciente, aunque puede ser porque coincidíamos en muchas cosas.

–Antes de seguir con su carrera, ¿qué recuerdos tiene de su infancia en medio de la Guerra Civil?

–Es complicado, porque cuando empezó tenía cuatro años. Estaba en Madrid y toda esa época la recuerdo con mucha nitidez porque eran tiempos de bombardeos, de muertos, de disgustos, de fusilamientos. Era una época tremenda. Luego estuve en Valencia, también en Barcelona, porque mi padre era uno de los secretarios del ministro de Finanzas y viajó con el Ejército Republicano hasta Barcelona. Y siempre se sentían los bombardeos, se veían muertos... Lo que pasa es que los niños son un poco insensatos e inconscientes. Por ejemplo, cuando venían los aviones, me parecía fascinante cuando caían las bombas. Era consciente de lo que sucedía por mis padres, pero un niño no es muy consciente de esas cosas. Incluso, parecía una nueva aventura. No era consciente de que nos podía costar la vida en ese momento.

–¿La caza fue un ejemplo en su manera de reflejar las consecuencias de la Guerra Civil Española?

–No tanto, pero es una reacción a muchas cosas. Por un lado, desde el punto de vista cinematográfico fue una reacción a lo que sucedió con mi película anterior, Llanto por un bandido, que me la destrozaron los italianos en el montaje. Entonces, a partir de ese momento, decidí hacer las películas que yo pudiera controlar siempre ciento por ciento. Filmé La caza en cuatro semanas. Rodé la película en uno de los escenarios de Llanto por un bandido, que era un lugar donde estaban las cuevas que habían servido en la Guerra Civil como refugio para los milicianos. Entonces me pareció que era un tema muy interesante relacionar La caza con la guerra española, aunque lejanamente.

–¿Esa fue la película que marcó el inicio de su proyección internacional?

–Sí, porque fue premiada en el Festival de Berlín. La caza fue el punto de partida, aunque ya mi primera película, Los golfos, fue al Festival de Cannes, estuvo en Mar del Plata y fue seleccionada para muchos otros festivales.

–Unos años después estrenó Cría cuervos, que conquistó el Premio Especial del Jurado en Cannes. ¿Cree que es su obra cumbre sobre el tema de la memoria?

–No, nunca creería haber hecho nada cumbre. No me preocupa mucho eso.

–Pero es una película que marcó su filmografía.

–Pero la marcó porque tuvo mucho éxito, no por otras razones. Es más, cuando acabé Cría cuervos pensé que no la vería nadie.

–¿Por qué?

–Porque en España tuvo unas críticas muy negativas, terriblemente negativas. Cuando ya ganamos en Cannes, todos empezaron a decir que era una maravilla (risas).

–¿Qué significó en su carrera haber trabajado con el productor Elías Querejeta?

–Fue un amigo, un colaborador estupendo, una persona entrañable que me permitió hacer muchas películas con una gran libertad. El confiaba en lo que yo hacía y nunca me dijo: “Esto no lo hagas”. Jamás. Siempre ha estado a favor en todos los sentidos y me ha permitido hacer una gran parte del cine en aquella época. Yo he tenido mucha suerte con los productores. Lo digo de verdad porque un director como Marco Ferreri decía que había que odiar a los productores. Yo siempre he tenido una gran amistad con todos los productores.

–También adaptó piezas teatrales al cine como, por ejemplo, ¡Ay, Carmela! ¿Es dificultoso ese trabajo de trasposición del lenguaje teatral al cinematográfico?

–Lo que pasa es que en ¡Ay, Carmela! dimos vuelta la obra totalmente. Es una obra de dos personajes solamente que están no se sabe dónde, y hablan de sus recuerdos de la Guerra Civil Española. Y nosotros hemos hecho totalmente lo contrario: una película con un argumento, con un drama. Está basada en la obra, pero de una manera muy libre.

–¿Cómo vive un rodaje después de tantos años de trayectoria?

–Lo vivo como siempre: es lo que más me gusta hacer en la vida. Hacer una película es una maravilla. Es de las cosas más divertidas que hay. Además cambia mi ritmo de vida. Estás acostumbrado a estar en tu casa, a escribir y, de repente, entras a una dinámica distinta y colectiva, a tener colaboradores que, a veces, no conocías y empiezas a conocer.

–¿El cine es una aventura?

–Debe ser una aventura. Si no lo es, no vale la pena hacerlo. Si piensas que no es una aventura, mejor que te dediques a otra cosa.

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