CINE › BARROCO, LA OPERA PRIMA DE ESTANISLAO BUISEL
El director narra con detalle, observando a sus personajes con una suerte de empatía a distancia que nunca muestra más de lo que ellos dejan ver. Es evidente la influencia de Eric Rohmer, fundamentalmente en el modo de poner en escena.
“Escribí: Buenos Aires, 21 de agosto de 2011”, le dicta un personaje a otro. Un par de años le llevó a Estanislao Buisel terminar su ópera prima, y uno más estrenarla. Barroco –donde el boleto del colectivo sale
$ 1,25 y se paga con monedas– fue parte de la Competencia Argentina del Bafici 2013 y se estrena ahora en el Malba. No le sienta del todo mal la ucronía a una ficción dentro de la cual se produce una segunda ficción, que transcurre en una Buenos Aires del futuro inmediato, donde el cese de la provisión de gas genera un escenario posapocalíptico. Eso, en la fotonovela que dos amigos producen, y que incluye un robo, mientras uno de ellos involucra al otro en un robo “real”. Estamos, como en otro estreno de esta semana (El amor y otras historias), en el terreno de la interpenetración entre lo “real” y la ficción.
Estornudarán ante Barroco los alérgicos a “la línea FUC”. La ópera prima de Estanislao Buisel es, se supone, un nuevo emergente de esa línea. ¿Pero existe acaso una “línea FUC”? En principio, lo que comparten algunos films producidos por graduados de esa casa (Historias extraordinarias, las películas de Matías Piñeiro, El escarabajo de oro, estrenada ayer; otras menores, como Ostende y La carrera del animal) es un gusto por las tramas más o menos novelescas, la relectura de los clásicos, referencias cultas, algún juego metalingüístico eventualmente, puestas en escena que suelen buscar la transparencia y el cuidado del plano y, en algunos de esos casos, nombres en común, tanto detrás de cámara (el fotógrafo Fernando Lockett, el músico Gabriel Chowjnik, las compañías productoras El Pampero Cine y El Rayo Verde) como delante de ella (los actores Julián Tello, Julián Larquier, Julia Martínez Rubio, Walter Jakob y William Prociuk, entre otros).
Los cinco actores nombrados constituyen, sin ir más lejos, el núcleo del elenco de Barroco. Como en la mayoría de los films mencionados, el guión, escrito por Buisel junto al actor y dramaturgo Walter Jakob, se desliza de lo cotidiano a una forma de aventura, de intento de ruptura o escape de lo real, representado en este caso tanto por la fotonovela que Julio (Julián Larquier) y Lucas (Julián Tello) están en proceso de armar, como en el intento de robo en el que el primero embarca al segundo. Las referencias cultas están dadas en este caso por el gusto del protagonista por la lectura, su trabajo como vendedor de librería y hasta el nombre de algunas editoriales realmente existentes (Bruguera, Losada, Cátedra), así, como el título indica, por la música barroca que Laura, novia de Julio (Julia Martínez Rubio), ejecuta en flauta traversa junto a su amiga clavecinista y a las órdenes de un organista que supo ser su novio. Como en El escarabajo de oro, la banda de sonido de Gabriel Chowjnik tiene un alto peso dramático, empujando las acciones con sus impromptus y allegros. Con una evidente influencia de Eric Rohmer en el modo de poner en escena (transparencia, preferencia por el plano americano, fluidez de las acciones, diálogos cuidadosamente escritos), Buisel narra con detalle, observando a sus personajes con una suerte de empatía a distancia, que nunca muestra más de lo que ellos dejan ver. Sin embargo, cuando Julio se pone a maquinar sus trapisondas, se las arregla para permitir que el espectador siga el hilo de su pensamiento. El punto de vista es lo suficientemente abierto como para que las acciones del protagonista puedan verse como forma de escape aventurero o autodestrucción lisa y llana: hace semanas que a Julio le cortaron el gas por falta de pago, y en cuanto consigue un empleo ansiado, en una librería, se pone a buscar la forma de “cagar” a sus empleadores.
El arte puede servir, si no de solución, al menos de compensación o sublimación para los problemas de “la realidad”, parece sugerir el epílogo, enteramente ocupado por la fotonovela que los amigos imaginan. Particularmente picante y logrado es el corneo de ciervos machos en el que se entreveran Julio y el organista. Que no sólo es el ex novio de su novia, sino que además es bastante mayor que él, transpirando una forma de autoridad bastante odiosa. Desde el momento en que se ven, saltan chispas, y esas chispas terminarán en una trompada que por lo imprevista se siente, en medio de una puesta tan inalterable como la de Barroco, como toda una explosión. En la fotonovela, esa explosión tiene lugar “en realidad”. Ecos entre lo “real” y lo imaginado que Buisel trabaja con delicadeza y un tono asumidamente menor.
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