CINE › DIEGO LERMAN HABLA DE SU NUEVA PELICULA, REFUGIADO
Protagonizado por Julieta Díaz, el nuevo film del director de Tan de repente se ocupa de un caso de violencia de género, pero desde el fuera de campo. “La idea era que el agresor se convirtiera en una fuerza dramática de peligro omnipresente.”
› Por Oscar Ranzani
Si la ficción se alimenta de la realidad, el caso del cuarto largometraje de Diego Lerman, Refugiado, es paradigmático para corroborarlo. Lerman tenía en mente realizar una comedia. Un día, se disponía como siempre a llegar a su productora y al bajar del auto se encontró con un panorama tremendo: estaban los medios de comunicación, los periodistas con sus micrófonos y había sangre en la calle. Toda la zona estaba alterada y los vecinos conmovidos. “Cuando pregunto qué sucedió me cuentan que un hombre disfrazado de viejo le había disparado a su ex mujer delante de sus hijos, que ella los estaba llevando a la escuela que queda enfrente de la productora”, recuerda el cineasta en diálogo con Página/12. Y a partir de indagar sobre ese caso y comenzar una pequeña investigación al respecto, lo vivido fue tan fuerte que se terminó transformando en el disparador de su nueva película, en la que aborda la problemática de la violencia de género. Pero no sólo eso: habla también sobre la disolución de una familia. “Me enteré de la existencia de refugios para mujeres que sufrieron violencia de género, visité algunos de estos lugares, entrevisté a un montón de mujeres, hicimos seminarios en los que cruzamos mujeres que habían estado en refugios con actrices”, relata el director de Tan de repente, Mientras tanto y La mirada invisible, sobre el trabajo que realizó en paralelo a la escritura del guión de Refugiado, que se estrenará el próximo jueves en la cartelera porteña.
El film tuvo su première mundial en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, celebrado en mayo de este año, y también circuló por diversas muestras cinematográficas del mundo. Presenta la historia de Laura (Julieta Díaz), una mujer embarazada que recibe una tremenda golpiza de su marido (al que nunca se lo ve, pero se lo escucha del otro lado del teléfono en numerosas ocasiones). Después del dolor que le causa, tanto físico como emocional, Laura decide escaparse de la casa junto a Matías (Sebastián Molinaro), su hijo de siete años, que es el que la da el título al largometraje, porque Refugiado adopta casi en su totalidad el punto de vista del niño. Y la historia muestra el peregrinar de madre e hijo por refugios y hoteles para encontrar un lugar en el que estar a salvo. Refugiado es antes que nada un drama, pero con un tono de thriller (del otro lado del teléfono se escuchan disculpas pero también hostigamiento) y con la estructura de una road movie urbana.
Al pensar en el relato, Lerman comenta que Refugiado “narra ciertas digresiones de la niñez, narra un viaje, la disolución de una familia, cuenta los rastros de la violencia y cierto nivel de destrucción que la violencia genera alrededor”. El director aclara que no hace foco en la violencia en sí misma. “No está puesta ahí. Está omitida y lo que está puesta es la mirada en las consecuencias de un acto de violencia como el que sufre Laura, lo que genera después con sus idas y vueltas, con su escape, con su fuga, con su persecución y con su búsqueda”, agrega el realizador.
–¿Cómo fue la elección del chico? ¿Qué buscaba?
–Básicamente lo que buscaba era alguien que tuviera mucha naturalidad y frescura frente a cámara. Ese fue el parámetro del casting, que lo hicimos con María Laura Berch, la directora de casting y la coach del chico. Sebastián Molinaro llegó al casting e hizo un par de cosas que tal vez no son las recomendables de hacer en esa prueba, pero a mí me pareció que tenía una espontaneidad y una naturalidad inmensas. Hizo una escena y había algo de dónde se paraba, que no tenía idea ni conciencia de la cámara. Y todo eso lo fuimos trabajando en la preparación. Después, hicimos diversas pruebas, ensayos con Julieta, generamos una dinámica de trabajo entre los tres y sumamos a María Laura. Empezamos a filmar y después de la primera jornada yo no sabía si él iba a volver, pero siguió viniendo e hizo un trabajo fabuloso y la verdad es que, además, la pasamos bien. Se iba enterando de partes de la historia a medida que rodábamos. Filmamos cronológicamente.
–¿Por qué la película adopta en su mayoría el punto de vista del niño?
–Había una voluntad personal, a partir de haber sido padre, de ver desde dónde los niños miran el mundo. Incluso, lo miran con una inocencia y desde un lugar mucho más despojado de carga. Eso fue cruzado con la anécdota de cómo nació la idea de la película, de lo sucedido en la puerta de la productora. Había algo de esa anécdota inicial cruzada con la mirada de los nenes, con una mirada más inocente, despojada, desapegada, más fresca. A esa edad son como una esponja. Todo este viaje está focalizado básicamente en la mirada del nene. Y desde ahí me parecía una buena distancia para contar finalmente esta historia.
–¿Su mirada de padre está volcada en la mirada del niño?
–No sé si diría mi mirada de padre. Por ahí sí tiene que ver con sorprenderme desde dónde miran los nenes y alucinarme con ese lugar desde donde miran, que es un lugar muy inocente y, a la vez, muy sabio.
–¿Por qué?
–Porque siento que es motivado muchas veces por la simpleza más grande y, por otro lado, por el mayor sentido común frente a un montón de cosas que suceden en el mundo que nos rodea y que, por ahí, el mundo adulto deja que existan. La mirada de un nene se posiciona desde un lugar que cuestiona el statu quo, se pregunta por qué ciertas cosas suceden como el mundo está dado. Hay algo de esa mirada y de ese planteamiento (en este caso, sobre la violencia familiar, pero también puede ser sobre el orden del mundo, sobre el estado de ciertas cosas) que resulta muy esencial también.
–El chico toma un poco el deambular por diferentes lugares como algo lúdico. ¿Hasta qué punto cree que los chicos pueden ser conscientes del peligro?
–Lo que narra la película es esa toma de conciencia. Del inicio del viaje hasta el final el cambio que se da en el personaje de Sebastián es la toma de conciencia y la toma de posición. Más metafóricamente hablando, es el viaje hacia ese estado de conciencia frente a lo que está sucediendo en su casa y frente al acto concreto en el que su papá le pegó salvajemente a su madre casi hasta matarla.
–¿Por qué decidió no mostrar al violento a través de la utilización del fuera de campo?
–Uno de los desafíos que tenía con la película era que había un lugar del que yo me quería correr y no me interesaba que el film tuviera ese lugar más amarillista en el que suele aparecer la temática en algunos medios: “Un hombre quemó a su mujer”, señalan, y describen cómo el hombre quemó a la mujer. Y detrás de todo eso hay un megadrama. También en las entrevistas con las mujeres surgía mucho el tema de la violencia psicológica que padecían, que era igual o tal vez hasta más fuerte que la violencia física. Y hay algo de esa búsqueda de un lugar seguro que finalmente es lo que emprende Laura y su viaje con todas las contradicciones y ambigüedades que también han sucedido en muchos casos que investigamos. Como, por ejemplo, replantearse, en algún momento, si volver o no, no encontrar un lugar, el ser amparado, sostener cierto lugar de amparo. En varios casos, las mujeres están en los refugios y permanecen allí hasta que salga legalmente el amparo para que el hombre no pueda acercarse a la mujer. Pero otras no quieren acceder al sistema legal; entonces se escapan. Nosotros elegimos contar un caso como ése. Y, entonces, a partir de esta decisión, de esta realidad, me parecía una diferencia dejar fuera de campo lo que era la violencia, lo que era también el agresor. La idea fue que sea alguien omnipresente, que circula y que sea también una fuerza dramática de peligro. Concretamente, es un peligro latente, porque es alguien que los persigue, los acosa. También medio psicóticamente. Pide perdón después de haber cometido una atrocidad. Son todas las ambigüedades y patologías que surgieron de la investigación.
–¿Cómo fue la construcción del personaje de Julieta Díaz, que por momentos debe expresar más sensaciones que palabras?
–Con Julieta hicimos un trabajo que fue bárbaro y de mucha generosidad y confianza de parte de ella y con una entrega absoluta. A Julieta la sumamos a la investigación: se introdujo en la temática visitando refugios, entrevistando a mujeres que yo había entrevistado en la etapa de guión. También, algunas mujeres que conocí en los refugios o que entrevisté y que ya no están más en una situación tan extrema participaron en la película como extras. Y con Julieta tenía el doble desafío de un personaje que, por un lado, era de mucho compromiso con la actualidad y compromiso dramático, porque es una mujer que está padeciendo una situación extrema y había que ponerle el cuerpo a eso. Y por otro lado, tenía el desafío de que el coprotagonista era un niño que nunca había actuado en una película, que íbamos a buscar una manera de relacionarnos entre los tres y de generar situaciones y un trabajo conjunto. Yo buscaba cierta naturalidad y frescura frente a la cámara. Entonces, se armó toda la estructura cinematográfica en función de esta idea más que al revés. Se pensó así la película desde la concepción de producción.
–El trabajo de Julieta Díaz era doblemente difícil no sólo porque tenía que trabajar con un niño, sino porque tenía que componer a una mujer que tiene miedo pero que, a la vez, es valiente, porque a pesar del miedo sigue adelante.
–Algo de la concepción del personaje trabajamos con Julieta como eso: es una mujer que está decidida a poner un límite pero que, a la vez, la cuesta y busca maneras y ayuda.
–Si bien son diferentes las historias y los personajes, la protagonista de La mirada invisible también sufre la violencia de un hombre. ¿Le interesa particularmente abordar el dolor y la sensibilidad femenina?
–No sé si conscientemente. Tal vez inconscientemente sí, pero la verdad es que a la hora de pensar un proyecto no me lo planteo tanto. Este proyecto surgió cuando estaba empezando a escribir otra cosa. Después de La mirada invisible quería escribir una comedia. Y, de golpe, surgió esto y dije: “La verdad es que quiero hacer esta película”. Y fue por ese lado. Por ahora no tengo un plan ni una conciencia muy trazada, pero, en general, en las películas que hice hasta ahora hay personajes femeninos fuertes.
–¿Cómo notó que se percibe esta problemática en el extranjero, sobre todo en España, donde hay altos índices de criminalidad por violencia de género?
–Esa fue una sorpresa, porque yo pensé que era una película absolutamente local, y a partir del estreno en Cannes y en los festivales que después fue, y de charlas con el público después de las proyecciones, en diversos países yo no sabía de esto. España y México son como un clásico. Pero, de golpe, en otros países como Francia o Suecia hay muchos casos. Incluso hasta pensaba que era, por ahí, algo más latinoamericano, como que en el mundo más occidental-europeo-primermundista no sucedía o no sucedía en esta magnitud. Mi percepción es que, más allá de ser algo interclasista (porque es un conflicto que atañe a todas las clases sociales), me parece que está arraigado al mundo occidental. Al mundo oriental lo separo porque es más compleja la situación de la mujer. Es mucho más difícil o distinta.
–¿Cuál debería ser la función del Estado en la búsqueda de soluciones, sobre todo por ser un problema que sucede en la intimidad de los hogares?
–Hace poco se inauguró una línea de teléfono nacional. La verdad es que no sé plantear cuál debería ser. Siento que los especialistas y quienes están al mando deberían pensar en soluciones. Yo puedo decir lo que veo de la realidad cotidiana. Hay algo que tiene la película y que después de hablar con especialistas se está empezando a pensar: cuál es el lugar de los nenes en todo este tema, porque la mujer es víctima, pero el nene también. Y por ahí, muchos de los casos de hombres que ejercen la violencia es porque replican modelos que han vivido. Entonces, hay algo de todo eso que la película aborda de una manera muy parcial porque es una película y una temática complejísima. Pero si este film sirve y es un canal para darle más visibilidad, para mí es súper bienvenido.
–Tal vez no sirva para contrarrestar la problemática, pero sí para que más mujeres se animen a denunciar el maltrato y la violencia, ¿no?
–Ojalá. Si después sirve como una herramienta de trabajo para quienes se desempeñan en la temática, si es un canal de difusión, sería alucinante. Sería buenísimo. No está pensada desde un lugar que tenga un objetivo social, pero sí parte desde una realidad actual muy concreta. Entonces, hay un correlato directo en eso y la verdad es que así como Refugiado se nutrió de testimonios, de casos, de una investigación concreta en lo real, si una vez estrenada genera un círculo de ida y vuelta, terminaría lo que ha sido la experiencia. Y al estrenarla ya pertenece a quien se la apropie. Y está para eso: que se la apropie la gente que sienta que puede ser una herramienta para visibilizar o para trabajar la temática.
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