Mar 28.10.2014
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CINE › EL TRIáNGULO ROSA Y LA CURA NAZI PARA LA HOMOSEXUALIDAD

“Es una historia que debe ser conocida”

Ignacio Steinberg y Esteban Jasper estrenan un documental de investigación en el que siguen la pista de Carl Vaernet, un médico danés que durante el nazismo experimentó una supuesta cura para la homosexualidad y que terminó sus días ejerciendo en Argentina.

El médico danés Carl Vaernet estuvo estrechamente ligado al nazismo porque tuvo la idea de experimentar con jóvenes homosexuales para encontrar una “cura” de lo que consideraban una enfermedad y una desviación. Los nazis discriminaban en los campos de concentración según las pertenencias políticas, religiosas, raciales y también sexuales. El símbolo con el que identificaban a los gays era el triángulo rosa. Vaernet tuvo la descabellada –y macabra– suposición de que la orientación sexual dependía de las hormonas. Por eso, los nazis le encomendaron la tarea de que experimentara con hombres de los campos de exterminio. Para postular su ocurrencia, Vaernet se basó en un estudio previo del profesor Kanud Sand, quien había determinado que los animales podían ser sometidos a estudios sexuales. Sand había descubierto que al castrar gallos e injertar los testículos en las gallinas se obtenía el crecimiento de una cresta en los animales trasplantados. Vaernet supuso que lo mismo podría suceder con humanos y fue destinado por los nazis a realizar su “trabajo” en Praga. Allí diseñó una glándula artificial con testosterona que introducía en la piel de la ingle de los humanos y la hormona se dispersaba por el cuerpo. En el campo de Buchenwald practicó ese experimento a diecisiete hombres. Luego de la Segunda Guerra Mundial, Vaernet viajó a la Argentina y se desempeñó en el Ministerio de Salud de la Nación, aunque se desconoce si trabajó como un médico común o siguió con sus siniestros experimentos. Al morir, en 1965, fue enterrado en el cementerio británico de Chacarita.

Ignacio Steinberg había dirigido una obra de teatro sobre el Holocausto, pero hasta ese momento no conocía la historia de Vaernet. Y recién la supo cuando se acercó un amigo historiador que es experto en la temática del nazismo en la Argentina. “Me contó esta historia que me interesó muchísimo y me motivó para armar la investigación”, cuenta Steinberg en la entrevista de Página/12, de la que también participa su colega Esteban Jasper. Juntos realizaron el documental El Triángulo rosa y la cura nazi para la homosexualidad, donde investigaron el tema. El film se estrenará este jueves en Bama Cine Arte y en el Arte Multiplex Belgrano. “Decidimos con Esteban formar un equipo y trabajar cinematográficamente esta historia porque consideré que el teatro iba a tener un alcance limitado y me parecía que era una historia que debía ser conocida, sobre todo en un momento especial de la Argentina y del mundo entero en cuanto al reconocimiento de la lucha por la igualdad de los derechos y del matrimonio igualitario”, agrega el documentalista.

–Cuando se habla de los crímenes del nazismo no se suele hacer hincapié en lo padecido por los homosexuales en los campos de concentración. ¿A qué lo atribuyen?

Ignacio Steinberg: –El exterminio judío es el más conocido porque murieron seis millones de personas. Pero con respecto a los otros exterminios, ahí es donde entramos a jugar nosotros como investigadores, dispuestos a mostrar la página negra que fue el nazismo en el siglo XX y a mostrar nuestra inquietud por ver otras minorías por las cuales nadie gritó. Esa fue nuestra decisión.

Esteban Jasper: –El auge de la homosexualidad en los años ’20 en Europa y en Berlín mismo era novedoso. Pero creo que lo que generó la persecución homosexual dentro de Alemania fue que se llegó a un punto en que la gente no quería hablar de eso. El judaísmo pudo salir adelante porque hubo judíos en todo el mundo que pudieron salvarse. Entonces, la contención judía, en este caso de la minoría judía en el mundo, hizo que pudiese trascender la historia del Holocausto. Lo que sucedió con los homosexuales, lo que generó ese no contar la historia ni abrir la boca fue la persecución, porque además cuando se terminó la guerra y salieron de los campos de concentración tuvieron que terminar su condena como homosexuales en las cárceles. El tema es que la homosexualidad no estaba reconocida a nivel social. Y recién en 2002 el gobierno alemán reconoció a la homosexualidad como minoría. Estamos hablando de hace pocos años.

–¿Por qué creen que el Estado alemán recién reconoció en 2002 a la minoría gay como sujeto de exterminio?

I. S.: –Por la fuerte presión y la lucha del colectivo homosexual en el mundo entero. Aunque parezca paradójico, porque este médico era danés, Dinamarca fue el primer país que aceptó el matrimonio igualitario. Fue la primera iglesia que lo aceptó. Entonces, en Europa empezó a aparecer la lucha del colectivo gay por la igualdad de los derechos. Alemania no tuvo más remedio que reconocer esto como realidad. Además, salió a la luz el tema de las listas rosas, todo lo que el nazismo fue generando y lo que algunos sobrevivientes pudieron llegar a contar. La presión social sobre el colectivo gay no ha sido exclusivamente nazi. Para ser homofóbico no hace falta ser nazi: se es homofóbico. Entonces, como dice Esteban, la permisibilidad que generó el relato judío por las comunidades que recibieron a los refugiados, a los sobrevivientes y que querían hablar no fue la misma permisibilidad o flexibilidad social para el colectivo gay.

–¿Cuál era el objetivo de combatir la homosexualidad más allá de lo discriminatorio? ¿Tenía que ver con una política pronatalista para generar hombres que Hitler necesitaba para su proyecto bélico?

I. S.: –Absolutamente. Aparte de la idea de degeneración de la especie que el nazismo cobijaba con respecto a la homosexualidad, había una necesidad concreta de tener hombres, de tener soldados, porque el proyecto de la conquista de Europa era de largo alcance, porque además tenía en cuenta otros lugares. De hecho, el nazismo cruzó Europa para ir hacia Africa y en Sudamérica había muchas colonias alemanas pronazis. De manera tal que el nazismo tenía un proyecto imperialista universal. El primer objetivo era barrer al comunismo. Y después, quedarse con el mundo entero.

–¿La supuesta “cura” para la homosexualidad que experimentó Vaernet puede leerse también como parte del proyecto nazi de una “raza superior”?

E. J.: –Me parece que forma parte de un todo. Por ejemplo, Daniel Feierstein, que testimonia en la película, nos transmitió algo importantísimo: el hecho de que había dos ramas de la homosexualidad que ellos distinguían: la activa y la pasiva. Entonces, ellos prácticamente a la activa no la perseguían tanto. La “cura” iba contra el pasivo. Tampoco las lesbianas eran tan perseguidas, porque poder concebir y procrear era lo más importante para la ideología nazi.

–No fueron solamente experimentos con total falta de moral los de Vaernet, sino también errores científicos garrafales, como creer que la orientación sexual depende de la aplicación de hormonas, ¿no?

I. S.: –Tiene que ver con que en los primeros años del siglo XX, en Europa todavía existía, justamente a partir del prejuicio, la idea de que la sexualidad era exclusivamente animal. Y la diferencia entre el animal y el ser humano es que la sexualidad humana es psicosexualidad. Entonces, no es una droga que a uno le cambia la orientación sexual. La elección no tiene nada que ver con la droga. La elección tiene que ver con otras cosas. Entonces, al no entender la sexualidad como psicosexualidad, este señor sabía que al experimentar con gallinas, a éstas les crecía la cresta porque se les aplicaba testosterona, y dijo: “Oh, a los muchachos homosexuales también les falta testosterona. Entonces, vamos a probar”. Y probó. El único lugar de experimentación posible, o el más fácil, era el campo de concentración, donde no había que preguntar: “¿Me permite que experimente con usted?”.

–¿Cuál fue su actividad cuando llegó a la Argentina? ¿No se sabe si continuó con su “investigación”?

I. S.: –El contrato que encontramos habla de un médico dedicado a enfermedades infecciosas. Fue un contrato de un año y medio y no hay mucho más que sus huellas dactilares, su domicilio y su sueldo. Nunca pudimos atravesar el muro de silencio que es su familia. Entonces, no podemos saber realmente qué es lo que hizo. Tampoco pudimos encontrar pacientes homosexuales que pudieran decirnos: “Yo fui a lo de Vaernet. Mis padres me llevaron para inyectarme”. Esto no lo pudimos encontrar. Sabemos dónde estaba su clínica, dónde estaba su casa. Y, a través de cartas de él con su hijo en Dinamarca, y de la esposa y los hijos que habían quedado en Dinamarca, sabemos de las investigaciones que el tipo continuaba. Una de las locuras, por ejemplo, era la posibilidad de hacer leche sin pastoreo o leche sin vaca.

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