CINE › MARIANA RONDON HABLA DE SU TERCER LARGOMETRAJE, QUE DESPERTO FASCINACION Y POLEMICAS
La directora venezolana afirma que, si bien hizo su película como una crítica a la sociedad de su país, la exposición internacional le permitió darse cuenta de que los temas que aborda son universales. El film ganó la Concha de Oro en San Sebastián.
› Por Oscar Ranzani
“Después del petróleo, el negocio más próspero en Venezuela es alisarse el pelo”, bromea la venezolana Mariana Rondón, directora de Pelo malo. Su tercer largometraje despertó tanta fascinación en los festivales internacionales por los que circuló como grandes discusiones en la sociedad venezolana. “El pelo malo es el pelo de la raza negra, pero en Venezuela y en gran parte del Caribe estamos tan mezclados que al pelo malo lo tiene todo el mundo, sea blanco, mulato o negro. El mestizaje es grandísimo. Entonces, es un gran negocio alisarse el pelo”, explica la directora acerca del sentido del título de la película que se estrena hoy en Buenos Aires. “Claro que por el machismo caribeño y la necesidad de la cultura militar tan fuerte en Venezuela es muy mal visto que un hombre se alise el pelo. Por eso es el punto de quiebre de la película”, reconoce esta cineasta, también artista electrónica que trabaja en el mundo de la robótica desde un lugar abstracto y que, sin embargo, abordó Pelo malo desde una mirada más realista. En la ficción, el que está obsesionado con alisarse el pelo es Junior, un niño de 9 años que vive con su madre desempleada y que quiere no solamente salir distinto en la foto de la escuela sino también parecerse a un cantante. Pero su madre sospecha que Junior tiene una tendencia homosexual. Y no le gusta nada la idea.
Pelo malo tuvo un amplio recorrido por festivales internacionales, que incluyó, entre otros, los de Toronto, Tesalónica, Mar del Plata, Viña del Mar y San Sebastián, donde obtuvo la Concha de Oro a la Mejor Película. Este premio significó una gran proyección internacional del film, pero la directora sostiene que antes estuvo en Toronto y la primera proyección de la película funcionó muy bien. “Al salir de esa proyección, que fue a la mañana, para la tarde ya habíamos hecho muchas ventas, se habían agotado las entradas para las otras funciones. Se corrió muy rápido la voz y la película también estaba seleccionada para muchos festivales en ese momento. Pero, sin lugar a dudas, la Concha de Oro iluminó la salida internacional de Pelo malo”, agrega Rondón.
–Se trata de una historia doméstica anclada en un contexto social. ¿Quiso señalar que lo social influye en la intimidad familiar?
–Sí, creo que es inevitable. Y estuve trabajando mucho tiempo en cómo somos también un reflejo del contexto. Hay una situación política crispada, hay una polarización muy fuerte y eso inevitablemente tiene un reflejo en la familia, los amigos, los amantes. Se ve cotidianamente.
–Usted señaló que la película “es un tratado sobre el respeto al otro o a la diferencia”. ¿Es una crítica a la sociedad venezolana?
–Lo hice pensando en Venezuela. Lo que es seguro es que se me volvió muy universal. En cada lugar donde la presenté resultó eso: muy universal.
–¿A qué lo atribuye?
–A cómo anda el mundo, ¿no? Creo que el mundo necesita de un respeto a las diferencias y a la posibilidad de convivir sin tener que pensar igual ni ser iguales.
–¿La homofobia es un ejemplo para hablar de la intolerancia a otros niveles y en otros aspectos?
–Sí, por supuesto. Creo que hace un espejo de muchas otras debilidades que tenemos como sociedades: el racismo, la política... Pero sobre todo busqué centrarme en el respeto a las diferencias. Me ha pasado que en cada lugar donde se proyecta empieza a surgir la necesidad de respeto a las diferencias de cada espacio. En Estambul, la discusión sobre la película se concentró en política, fundamentalismo y religión; es decir, cómo se combinaban las tres. En Washington, donde hubo una proyección para público negro, era sobre el racismo. En proyecciones donde el público era fundamentalmente homosexual, la homofobia y la sexualidad eran los temas fundamentales.
–¿En Venezuela lo que más pegó fue el tema del conflicto social interno?
–No, creo que también la relación entre esa madre y ese hijo fueron fundamentales en lo que el espectador venezolano estaba recibiendo. Pero también que el contexto social y político jugaba un papel.
–¿Cree que la violencia social es producto de la polarización política que usted mencionaba?
–No necesariamente. Es una más de las características que está teniendo esa sociedad.
–¿Y a qué atribuye la violencia social?
–A muchísimas cosas. Como, por ejemplo, el no respetar las diferencias. Volvemos ahí.
–Es el núcleo.
–Es el núcleo y lo que marca el eje de referencia para esa sociedad. Estamos como atrapados dentro de la violencia. Hay una violencia intrínseca de un país desde siempre y cada vez busca más formas de violencia.
–¿Considera que la familia es el primer ámbito donde se debe aprender el respeto por los demás? ¿Por eso sitúa la historia en un ámbito familiar?
–Sí. Y también es el primer lugar donde puedes ser herido para el resto de tu vida. Por eso también trabajé en esa edad.
–¿Eligió también un niño para reflexionar sobre la identidad desde un aspecto lúdico o sólo por cómo la violencia puede marcar a un ser humano desde la infancia?
–Las dos cosas. Generalmente trabajo con niños. Entonces, el mundo infantil y lúdico es muy importante para mí como persona. Creo que no termino de crecer. Y me siento cómoda en el mundo infantil y en la magia que puede tener el mundo infantil, pero también por lo que dije recién: es el momento donde esas heridas se pueden hacer irreversibles.
–Más que de una violencia física, Pelo malo habla de una violencia psicológica.
–Cuando empecé a trabajar en esta historia, lo primero que hice fue salir a recolectar gestos y miradas. Trabajé mucho tiempo en la calle viendo los gestos y las miradas de violencia que podía conseguir cotidianamente. Pueden ser pequeños pero también infinitos. Ni siquiera llegué a la violencia física y, sin embargo, esa violencia de gestos y miradas puede llegar tan profundamente.
–En ese sentido, la película se basa más en miradas que en diálogos.
–Absolutamente. Además, la película habla de las miradas, de la posibilidad de que me veas, de verte y de reconocerte y de que me reconozcas. Y también del reconocerte a ti mismo frente a un espejo: qué te gusta de ti, qué no te gusta, cómo buscar tu propia identidad. Ver el pelo malo me servía de metáfora para entrar en esa intimidad y de la construcción de esa identidad.
–Usted señaló que la madre del niño “no tiene miedo de que sea homosexual sino que tiene miedo de que no sea heterosexual”. ¿Cuál es la diferencia que quiere marcar con esto?
–Un poco porque los prejuicios de la madre son también muy fuertes y surgen del contexto. Son los mismos prejuicios que seguramente ella ha recibido para sí misma. La actitud que ella tiene y lo que quiere que su hijo aprenda es lo que ella misma hace. Ella se sabotea, se escamotea su propia sensualidad, su sexualidad. Y le pide al hijo que sea como ella.
–¿Cómo es el trato a los homosexuales en Venezuela?
–Se ha hablado mucho de los derechos civiles, pero no existe ninguno. Se dice: “Vamos a hacer y tendremos...”. Pero no. En muchos casos, los políticos –y sobre todo los del poder– han usado la homosexualidad como un arma contra cualquiera que se les oponga, acusándolo de homosexual. Eso marca un poco la conducta social de ese país y de esa sociedad.
–¿Es discriminatoria la sociedad venezolana con los homosexuales?
–Sí, sí lo es.
–De todas maneras, la homofobia y la intolerancia no son características únicas de la sociedad venezolana.
–Totalmente. Antes decía que Pelo malo se me ha devuelto como una historia universal. Y también, más preocupante de lo que yo pensaba. Después de cada función en cualquier lugar del mundo siempre hay alguien en la sala que termina hablando sobre cómo eso lo ha golpeado y lo ha herido. Y en este caso se ha sentido reflejado como espectador.
–¿Cree que la película abrió un debate inexistente hasta el momento de su estreno en Venezuela?
–Ojalá. Todavía no estoy segura. Es verdad que muchísima gente ha escrito, que muchísima gente ha usado a Pelo malo como un referente para poder hablar de muchas cosas, pero todavía es temprano para medirlo. Pelo malo acaba de salir de cartelera: estuvo cinco meses. A la salida de los cines, la gente discutía y se peleaba por la película. Y, en ese sentido, sí se cumple la idea de poder hablar y reflexionar sobre todos los temas que hay dentro de la película.
–Si bien establece una crítica a ciertos mensajes desde el poder, que usted haya podido filmarla también habla bien de la libertad de expresión en Venezuela. ¿Cómo lo observa?
–Ojalá. En realidad, lo complejo en relación con la libertad de expresión y con el poder es que cuando hice un comentario, ni siquiera apasionado sino que fue casi como un análisis, fui bastante atacada por el poder. Mucha gente dijo que no se me debía dar dinero, aunque no es el Estado el que me da el dinero. En el sistema venezolano el dinero es parte del impuesto que pagamos todos los que participamos en el medio audiovisual. Pero un poco lo que se pedía era que a gente como a mí no se le debía dar dinero. Entonces, sí hay una libertad de expresión, pero no sé en qué medida me afectará o no ahora.
–Bueno, ¿cómo analiza la cantidad de producciones latinoamericanas que circularon y de las cuales muchas de ellas fueron premiadas, como la suya, en los festivales internacionales? ¿Cree que hay un boom del cine latinoamericano en los últimos años?
–No sé si es un boom; hay una madurez en el cine latinoamericano. Hay una capacidad de estar muy bien parado en cualquier lugar del mundo. Y lo más interesante para mí es mostrar sus diferencias. Latinoamérica no es un bloque cerrado. Y lo que tiene más bonito y más interesante es que podamos mostrar nuestras diferencias. No tiene nada que ver una película hecha en el Caribe con una película argentina. Y eso es genial. Es genial que podamos mostrar lo distintos y ricos que podemos ser en nuestras filmografías.
–¿Se puede decir que en Venezuela el cine es una industria o es exagerado?
–No, en Venezuela el cine no es una industria. Sí estamos teniendo un muy buen momento. Tenemos una ley de cine por la que se luchó durante treinta años. En medio de la polarización política que no se aprobaba ninguna ley en el Congreso, de repente llegaron los cineastas con la ley de cine. A los congresistas de un lado y del otro no les pareció mal ponerse de acuerdo en algo. Y se aprobó la ley de cine. Gracias a eso, tenemos este sistema de impuestos que pagamos toda el área audiovisual y eso nos permite tener un buen pozo de dinero para concursar. Después, a la hora de distribuir tenemos garantizadas dos semanas de permanencia en sala. Eso ha ocasionado que el boca a boca sea grande, que las películas resistan y, además, hagan muy buenos números. Este año, por primera vez en 27 años, Venezuela está logrando una audiencia record del cine nacional.
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