Lun 08.12.2014
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CINE › JOSé CELESTINO CAMPUSANO Y EL PERRO MOLINA, SU NUEVA PELíCULA

“Es un país hiperviolento”

El realizador de Vikingo pone el foco en una historia de violencia familiar, en la que también se entrecruzan códigos que nada tienen que ver con la “vieja escuela”: “El asesinato gratuito era condenado dentro de las áreas delictivas. Y hoy está asimilado”.

› Por Oscar Ranzani

Tras su paso por la Competencia Internacional del Festival Internacional de Cine Mar del Plata, el quinto largometraje de José Celestino Campusano, El Perro Molina, se estrenará el jueves 18 de diciembre en la cartelera porteña. El núcleo de la historia, como suele suceder con el material del “Pappo” del cine argentino, está inspirado en situaciones que el director de Vikingo vivió o que fue testigo de ciertos hechos y de determinadas experiencias. En este caso, un amigo del cineasta (que falleció) fue testigo de la violencia que ejercía un comisario con su mujer. “El lo conoció y vio las consecuencias de ese amor tan tortuoso. Y, a partir de ahí, surgieron los pormenores de este guión”, dice Campusano en diálogo con Página/12. En su nueva ficción, ese personaje es el comisario Ibáñez, que suele encamarse con prostitutas. Hasta que Natalia, su mujer, cansada de sus infidelidades, decide abandonarlo y dedicarse a... la prostitución. Pero el personaje que le da el título a la película no es policía: el Perro Molina es un veterano delincuente que en su juventud tuvo mucha “actividad” y que, en la actualidad, se verá involucrado en una tragedia a raíz del deterioro amoroso de Ibáñez y su mujer.

–¿Buscó una estructura más clásica que en sus otras películas?

–No, lo que sucede es que hay dos factores que por ahí te impiden inspeccionar ciertas progresiones de planos: el foco y el cronograma. El foco es muy determinante y, cuanto más desplazamientos y movilidad de personajes tengas, más te presiona el tema del foco porque ponerlo, corregirlo, seguir al personaje implica tiempo de toma. Y, a su vez, implica que si tenés un cronograma lo tenés para cumplir. En realidad, no es que sea clásica. No queremos para nada lo clásico. Simplemente filmamos con un dinero de segunda vía del Incaa y tuvimos que acotarnos cuatro semanas porque no había más recursos.

–¿Usted la ve como un western o como un policial?

–Si le debemos algo a alguien es a un griego llamado Homero. De alguna forma, todos nos hemos inspirado en la Ilíada y en la Odisea, pero yo para nada tengo en cuenta el cine norteamericano y no creo que tenga que ver con un western. Los norteamericanos pueden adueñarse de ciertos patrones narrativos que son propiedad de la humanidad. Pero no hay que pagarle ninguna franquicia ideológica a nadie, menos a ellos.

–Algo característico de sus historias es que se ponen en juego las lealtades. ¿Por qué trabajó más de una vez sobre esta idea?

–Hay un tema: yo conozco ciertos periplos de vida y, en realidad, lo que puede derivar en una tragedia o puede evitarla es el tema de la palabra. Una persona califica por el respeto que tenga por su propia palabra y por cómo exige a los demás que hagan valer la propia, es decir, con qué elementos obliga a los demás a que respeten también su palabra. Es muy esencial en ciertos estratos. Y básicamente hablo de lo que conozco. Muchas diatribas se dirimen de esta forma.

–¿Hay una suerte de denuncia de su parte a través de El Perro Molina? El representa a los viejos delincuentes. ¿Los actuales carecen de los códigos que tenían los viejos?

–Hay todo un tema con eso. Desde hace unos doce, catorce años surgieron nuevas camadas delictivas que, acuciadas por drogas de exterminio han quebrantado bastante. Tengo entendido que desde Villarino (el viejo pistolero de los años ’50) en adelante siempre hay como una degradación de la actividad delictiva. En un momento, el asesinato gratuito era muy condenado dentro de las áreas delictivas. Y hoy está asimilado en un punto. Y, por ahí, ya son pocos los motivos por los cuales la propia delincuencia defenestra a un delincuente. Antes era todo mucho más estricto. Justamente, ya sabemos en lo que derivan estas nuevas camadas delictivas de gente muy joven, muy inexperta. Pero todas nuestras películas tienen un alto grado de autocrítica con nuestra sociedad. Es más: somos autocríticos con nosotros mismos. Yo creo que es la función de este tipo de cine.

–¿El Perro Molina busca algún tipo de redención?

–No, en realidad, lo que le sucede es que está perplejo porque no entiende qué está haciendo mal. Por lo cual toda su vida es un caos y lo ha sido siempre. Tampoco entiende por qué es tan adulado cuando a él le surge defenestrarse. No entiende dónde está la dicotomía, por qué lo avalan cuando tendrían que defenestrarlo. A pesar de que pone sus oídos y sus ojos en función de entender, nunca logra comprender qué es lo que está haciendo mal. Y todas las tragedias vuelven una y otra vez a montarse delante de sus ojos.

–¿Buscó también que la película reflexione acerca de la violencia de género?

–Absolutamente. Yo creo que éste es un país hiperviolento. Hay un entusiasta que prende fuego a una mujer y salen treinta a hacer lo mismo. Es una cosa muy espantosa. Yo creo que si no hacemos algo con eso desde todos los órdenes, bueno... Sabemos lo que está pasando en Ciudad Juárez, ¿no? Y aquí en la zona del norte nuestro, como Salta o Formosa, el tema de la misoginia está a la orden del día. Las estadísticas son bastante pavorosas.

–En sus películas anteriores la violencia sucede pero, en general, no es buscada. En este caso, parece haber un giro en relación con esa postura por parte del comisario Ibáñez. ¿Usted lo ve así?

–Sí, por eso comentaba antes que no hay que rendirle pleitesía a ninguna cinematografía y menos a la de Hollywood. Este personaje está basado en el verdadero comisario que existió hace un par de décadas en Quilmes. Pero de ninguna manera hace honor o lo referenciamos en función de un personaje de Hollywood. A Molina tampoco.

–Otra de las características de su cine es el trabajo con personas que, casi en su totalidad, no son actores profesionales. ¿Cómo fue el trabajo en este caso?

–En este caso fue más así que nunca. Las personas que conocemos no hablan como hablan los actores en la televisión o en el cine. Para nada. Entonces, es muy extraño que a nosotros se nos pida que para alcanzar un supuesto grado de verosimilitud tengamos que mentir. O sea, tenemos que poner gente que se exprese como todos los días pero hablando con una voz impostada, con una cadencia que no es la propia. O sea, debe mentir en su forma de expresarse para hacerse creíble. Es muy particular. Yo no puedo seguir a alguien hasta semejante grado de abstracción. Para mí, lo verdadero es verdadero.

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