CINE › UN REPASO POR LA CARRERA DE WONG KAR-WAI ANTES DE LA FILMACIóN DE SU NUEVO PROYECTO
Ante el inminente rodaje de su nuevo largo, The Ferryman, donde volverá a narrar una historia de amor, el gran director de Felices juntos y Con ánimo de amar reconoce que se formó viendo a Bruce Lee. “Mi madre era una gran fanática”, cuenta.
› Por James Mottram *
“A veces comparo el hecho de hacer una película con cocinar”, dice Wong Kar-wai. “Algunos platos deben ser guisados, otros necesitan ser fritos.” Es una analogía intrigante para la carrera del auteur hongkonés. Ambos métodos produjeron resultados sublimes, sean películas freídas a alta velocidad –como Chungking Express, que significó su consagración internacional, filmada en una pausa de tres meses en la realización de su espectacular Ashes of Time de 1994– o Con ánimo de amar, su casi perfecto trabajo sobre una historia de amor que llevó quince meses de filmación. Como sea, a través de los años Wong se ha ganado una reputación de ser “lento”, que él no reconoce. “El tiempo que invierto en una película no es una opción, sino algo más bien dictado por su tema”, dice. Y también por la mala suerte: en 2004, la contemplativa ciencia ficción de 2046 terminó insumiendo cuatro años para ser completada, porque la filmación debió ser interrumpida por la epidemia de SARS. Su película más reciente, la décima de su carrera, es The Grandmaster, y también tuvo su cuota de mala fortuna: su estrella y musa regular, Tony Leung (con quien está por comenzar a rodar una nueva película, The Ferryman), se fracturó un brazo dos veces, lo que retrasó la producción.
Wong estuvo guisando su último esfuerzo desde que empezó a jugar con la idea en 1999; de hecho, dedicó los últimos siete años en investigar y filmar The Grandmaster, desde que terminó My Blueberry Nights, su película hablada en inglés de 2007. Cuenta la historia de Ip Man, el legendario maestro de kung fu que le enseñó a Bruce Lee, y trae a Lee de regreso a un género que exploró veinte años atrás en Ashes of Time. Desde entonces, Wong se volvió un maestro en el romance melancólico antes que en el espectáculo a gran escala, pero en The Grandmaster, donde aparece Zhang Ziyi (El tigre y el dragón) como interés romántico, se embarcó en su producción más costosa hasta la fecha.
Al menos no lo ha envejecido. A los 56, Wong se ve muy parecido –incluyendo sus onmipresentes gafas de sol– a un encuentro que tuvimos en 1997, durante las tareas de promoción de Felices juntos, un drama sobre una pareja gay en Buenos Aires que le valió el premio al Mejor Director en Cannes. “Es probablemente el único tipo en el mundo que puede usar gafas de sol en interiores”, dijo un entrevistador, explicando la encantadora sensación de misterio que flota sobre el hombre y sus películas. En las entrevistas Wong luce imperturbable, aunque admite que su última película fue una experiencia “agotadora”; de hecho, le llevó tanto tiempo producirla que en el ínterin llegaron a los cines dos películas rivales, Ip Man e Ip Man 2, protagonizadas por Donnie Yen. La filmación de The Grandmaster, que comenzó en 2009, sufrió retrasos por el clima extremo de China continental, y cuando los tres años de filmación salteada llegaron a su fin, uno de los dobles, Ju Kun, tuvo la desgracia de abordar el vuelo MH 370 de Malaysia Airlines.
Pero en la pantalla, de todos modos, no se advierte la más mínima pista de la problemática historia de la producción. El resultado final, cuyo vestuario y cinematografía le valieron nominaciones a los Oscar, es suntuoso y fascinante. “Siempre quise contar una historia sobre la rica tradición de las artes marciales chinas, más que usarla sólo como vehículo para golpes y patadas”, dice. La vida de Ip Man probó ser perfecta: “Lo que aprendí de él me voló la cabeza”. Comenzando en 1936, el director situó The Grandmaster deliberadamente en la parte más temprana de la vida de su sujeto, mucho antes de que entrenara a Bruce Lee en el arte del wing chun, el estilo de kung fu que él popularizó.
“Ip Man fue un hombre extraordinario que vivió en tiempos extraordinarios”, dice el realizador. “Nació en una familia rica cuando el país era aún una monarquía, y en su vida atravesó varias guerras civiles, revoluciones, la invasión japonesa y el establecimiento de la república. Para cuando llegó a su vejez estaba quebrado y vivía en Hong Kong.” En los ojos de Wong puede verse la admiración. “Ip Man fue un sobreviviente que preservó sus ideales, aun frente a enormes dificultades.” La película es cualquier cosa menos un biopic convencional y presenta escenas de lucha muy lejanas del estilo romántico del wuxia pian que puede verse en El tigre y el dragón, de Ang Lee, o la misma Ashes of Time de Wong. “The Grandmaster es mucho más realista, más cercana a la tradición wushu”, dice Wong, y aquí es donde revoluciona el estilo: es una rareza ver un enfoque artístico para una película de kung fu, siendo un estilo de lucha usualmente reservado a las películas masivas de acción.
El film marca la séptima colaboración con Tony Leung (y se viene la octava), una relación que se remonta a Days of Being Wild, de 1990. Pero en la película es igualmente importante su colaboración con Yuen Woo-ping, el celebrado coreógrafo de artes marciales que trabajó con los dobles de Matrix. “Ambos insistimos en representar diferentes estilos de lucha de un modo auténtico, de manera similar a como se aproximaba Bruce Lee a sus propias escenas de lucha”, dice Wong. “En The Grandmaster queríamos artes marciales reales, no artes marciales de película.” Aunque Wong le dijo recientemente a la revista Sight & Sound que ha pasado “30 años viendo películas de kung fu”, la verdad es que ha sido aún más tiempo. Creció en una calle que estaba llena de escuelas de artes marciales. “Cuando era chico, las artes marciales eran extremadamente populares en Hong Kong. Estaban por todos lados: en películas, programas de TV, programas de radio, novelas. Mi madre era una gran fanática, con lo que crecí viendo películas del estudio de Hong Kong Shaw Brothers, particularmente las protagonizadas por Lau Kar-leung, y películas de Bruce Lee.”
Nacido en Shanghai, Wong se fue a Hong Kong con su madre cuando tenía cinco años. El plan era que su hermana y hermano mayor y su padre, que era manager de hotel, se les unieran, pero la eclosión de la Revolución Cultural llevó a que las fronteras fueran cerradas de improviso. Le escribía regularmente a sus hermanos en Shanghai pero tuvo una infancia solitaria, rodeado de adultos y limitado a hablar sólo mandarín. “No entendía el cantonés, y no teníamos relaciones. Me convertí en un observador.” El cine se convirtió en una guía de vida. Después de la escuela, estuvo dos años en un curso de diseño gráfico antes de pasarse a la televisión como guionista, y luego a las películas. Escribió guiones en los ‘80 antes de hacer su debut como director en As Tears Go by, un melodrama criminal que tomaba fuertemente prestado del Calles peligrosas, de Martin Scorsese. Luego llegó su segunda película, Days of Being Wild (1990), una obra reflexiva y climática sobre la juventud perdida en la Hong Kong de los ’60. Sus marcas de estilo ya se estaban volviendo evidentes: una paleta exuberante, una banda de sonido inefablemente cool y cierta fascinación con la memoria.
A pesar de ser adorado en ultramar –su popularidad fue disparada por Quentin Tarantino, que lanzó Chungking Express en los Estados Unidos a través de su efímera compañía de distribución Rolling Thunder–, Wong nunca la pegó en el mercado angloparlante del modo que lo consiguió su compatriota John Woo. My Blueberry Nights, una road movie con Norah Jones, fue un raro error de cálculo, mientras que La dama de Shanghai, un proyecto de film protagonizado por Nicole Kidman, nunca llegó a arrancar. ¿Considera la posibilidad de hacer otra película hablada en inglés? “He leído algunos guiones últimamente”, concede. Es igualmente elusivo cuando se le pregunta sobre el hecho de que The Grandmaster existe en tres versiones diferentes: un corte chino, un corte para festivales y una versión algo más lineal que fue lanzada en los Estados Unidos por The Weinstein Company. ¿Hay alguna que prefiera, que le parezca mejor resuelta? “Es difícil definirlo. Cada versión le habla a una audiencia diferente”, dice, diplomáticamente. “Realmente, es como tratar de elegir a un hijo favorito.”
Al menos la naturaleza experimental de la producción no mermó su entusiasmo. En estos momentos se prepara para dirigir The Ferryman, otra vez con Leung: una historia basada en el best seller I Belonged to You de Zhang Jiajia. A pesar de haber recibido hace poco un premio por toda su carrera en el Goa Film Festival (que dedicó a su esposa, Chan Ye-cheng), este chef maestro no tiene el retiro en sus planes inmediatos. “Seré honesto”, sonríe. “Creo que todavía estoy medio cocinado.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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