Jue 11.12.2014
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CINE › EL BLANCO AFUERA, EL NEGRO ADENTRO, DEL BRASILEÑO ADIRLEY QUEIROS

Una libertad plena e incondicional

Ganador hace un par de semanas de la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata, el segundo largo de Queirós se revela como una fantasía comunitaria que excluye la idea de venganza, pero no la de justicia poética.

› Por Diego Brodersen

Los saludables Encuentros con el cine brasileño, que vienen teniendo lugar en el cine Gaumont desde hace algunos meses, han permitido tomar contacto con películas que, de otra forma –a pesar de la cercanía de nuestros vecinos–, difícilmente hubieran llegado a las salas comerciales argentinas. Luego de las notables Sonidos vecinos y Avanti popolo, entre otras, el año se cierra con El blanco afuera, el negro adentro, film que lleva recorridos varios kilómetros en festivales internacionales y que viene de ganar, hace un par de semanas, el premio mayor en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata. Su director, Adirley Queirós, fue jugador profesional de fútbol hasta que una lesión le impidió seguir en carrera; detalle biográfico que, tal vez, tenga alguna relación con los personajes de su última película. Luego de varios cortos y trabajos para la televisión, su primer largometraje, el documental A cidade é uma so? (2011), cruzaba la arquitectura, la historia y los mitos fundacionales de Brasilia para investigar no el centro sino la periferia de esa ciudad, concentrándose en la génesis y crecimiento de Ceilândia, megabarrio satélite surgido de un proceso de erradicación de favelas, del cual Queirós es además oriundo.

Branco sai, preto fica regresa a Ceilândia y, si bien las filiaciones con su película previa son evidentes, las intenciones y resultados del nuevo proyecto resultan mucho más expansivos, atractivos y rabiosamente originales. Más de una reseña crítica ha calificado al film acertadamente de ovni cinematográfico; es cierto que no hay aquí visitantes de otro planeta, pero la libertad con la cual Queirós tensa, cruza, amolda y dinamita los límites entre ficción y documental, entre fantasía y realidad, lo coloca en un lugar tan indiscernible como estimulante. El título remite a un hecho trágico del pasado al cual dos de los tres personajes centrales vuelven una y otra vez, una violenta redada policial en un baile popular durante los años ’80 que, odio racial y abuso de autoridad mediante, tuvo consecuencias determinantes: la pérdida de una pierna, en un caso; la imposibilidad de por vida de volver a caminar, en el otro.

Marquim vive en una suerte de bunker en altura perfectamente preparado para movilizar su silla de ruedas. Melancólico, en su programa de radio amateur recuerda los pasos de breaking practicados junto a sus amigos de juventud, rapea sobre una base rítmica y hace sonar su colección de vinilos para quien quiera escucharla (la banda de sonido es de radical importancia e incluye perlas y rarezas como el primer hit de Jean Knight en el sello Stax, “Mr. Big Stuff”, o el himno dance “I Can’t Wait” de Nu Shooz). Sartana vive de la venta y reparación de brazos y piernas ortopédicos, quizá como consecuencia de tener que utilizar él mismo un miembro artificial. Finalmente, Dimas anda en busca de Sartana y se la pasa entrando y saliendo de un container industrial que, cada tanto, vibra, se sacude y es iluminado internamente por un juego de luces de discoteca.

No es evidente desde un primer momento, pero cuando el film ha avanzado bastante el espectador cae en la cuenta de varias cosas, entre otras que Dimas es un hombre del futuro y que su casa de chapa no es otra cosa que una suerte de transportador temporal. O que Marquim y Sartana, habitantes de un gueto que es en parte real y en parte sets construidos especialmente, forman parte de un grupo de revolucionarios enfrascados en la preparación de un atentado para socavar el poder central que emana de Brasilia. Más allá de los elementos de ciencia ficción o del registro documental de sitios, calles y edificios siempre algo herrumbrados, El blanco afuera, el negro adentro se revela como una fantasía comunitaria que excluye la idea de venganza pero no la de justicia poética.

Las referencias a la música afroamericana en general y al hip hop en particular ligan indefectiblemente el film con otros black powers presentes y pasados, pero Queirós nunca se rinde a la manipulación ideológica del espectador ni encuadra su obra según dictados o normas al uso. Una libertad plena e incondicional para pensar el cine y sus posibilidades narrativas, expresivas y políticas, acompañada a su vez por una amorosa empatía con sus criaturas, un particular sentido del humor y cierta tristeza por lo que podría haber sido pero nunca fue.

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