CINE › ZANAHORIA, DEL DIRECTOR URUGUAYO ENRIQUE BUCHICHIO
› Por Diego Brodersen
Mucho cine uruguayo en este fin de 2014: al estreno la semana pasada del documental El casamiento y al próximo lanzamiento de Una noche sin luna, se suma el segundo largometraje del realizador y crítico de cine Enrique Buchichio. Lejos del drama íntimo de El cuarto de Leo, su ópera prima, Zanahoria intenta trasponer un caso real y reciente del periodismo charrúa a la pantalla grande, echando raíces en ese género de múltiples aspectos llamado, usualmente, thriller político. Intentar es, por cierto, el verbo adecuado: sin que habiten referencias directas, es posible sentir las vibraciones del cine de Costa Gavras, de clásicos populares como Todos los hombres del presidente o la más reciente Zodíaco, pero todas y cada una de esas posibles claves formales, narrativas y tonales aparecen raídas, usadas sin demasiada convicción, desplegadas desde el guión para cumplir con ciertas reglas autoimpuestas.
Con imágenes televisivas reales, Zanahoria ubica la acción rápidamente en el año 2004, pocos días antes de las elecciones presidenciales que llevarán al Frente Amplio por primera vez al gobierno. Dos periodistas de la revista semanal Voces, interpretados por Martín Rodríguez (joven y algo inexperto) y Abel Tripaldi (veterano y experimentado) entran en contacto con un militar retirado (César Troncoso), que afirma poseer no sólo gran cantidad de datos sobre los detenidos-de-saparecidos durante la dictadura militar, sino filmaciones de sesiones de tortura e incluso detalles de una operación de ocultamiento de cadáveres, la Operación Zanahoria del título. ¿Qué es verdad, qué mentira? ¿Estarán a punto de obtener la primicia de sus vidas profesionales o, por el contrario, sólo serán manipulados con fines tan secretos como non sanctos? Con ese interesante punto de partida –basado en una nota periodística y en hechos verídicos–, Buchichio dispone los elementos como si tuviera en sus manos un manual de clasicismo narrativo, pero entendido éste no tanto como sostén del relato, sino como una serie de casilleros a completar, de items a tildar regular y progresivamente.
Zanahoria es vehemente en su cualidad repetitiva: el dúo de reporteros pasea y vuelve a pasear a bordo de un automóvil con su informante, en una serie de viñetas que van dinamitando el dispositivo de suspenso que el film pone en funcionamiento en un primer y aparentemente arriesgado encuentro. El rompecabezas que uno de los periodistas nunca termina de completar como metáfora de la investigación, el embarazo de la pareja del otro (ese lugar común utilizado como tal, esté o no basado en la realidad), el inicial apoyo y posterior repliegue del editor del medio, el énfasis en casi todos los diálogos: casos y cosas que ambicionan catapultar la reflexión sobre el pasado reciente y sus consecuencias directas e indirectas en la sociedad uruguaya contemporánea, impugnadas por la pereza y el exceso de obviedad. Las buenas intenciones se tienen o no se tienen, filmarlas es otra cosa.
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