CINE › APUESTAS PERVERSAS, DIRIGIDA POR EL ESTADOUNIDENSE E. L. KATZ
En una época en la que suelen abundar argumentos basados en la bondad y las acciones en pro de la humanidad, el film protagonizado por Pat Healy pone en escena lo peor del género humano: se propone como comedia negra, pero al cabo es más negra que comedia.
› Por Horacio Bernades
Poner en cartel esta película en Navidad debe ser –junto con el estreno, la semana pasada, de la última de Godard en catorce salas– el gesto más subversivo que haya producido el campo de la distribución y exhibición cinematográfica en la Argentina de toda la temporada. Frente al despliegue de buenos sentimientos que los festejos de ocasión traen aparejados, Apuestas perversas ofrece una cabalgata de los peores sentimientos (y acciones) humanos imaginables, motorizados por la más deletérea de las tentaciones: la de Don Dinero. En esta pequeña pero pegajosa pesadilla de cámara, el tsunami se lleva puestos la dignidad personal, el respeto por el otro, la amistad, la familia, la identidad y la vida ajena. En suma, todo lo que las fiestas cristianas y occidentales intentan poner a salvo del naufragio. Desde qué punto de vista y con qué finalidad lo hace, es cuestión digna de discusión.
David Koechner no es un señor agradable. Surgido de las filas de Saturday Night Live y reiteradamente utilizado en el papel de white trash primitivo, grosero y prepotente, tanto en films cómicos (Anchorman, Ricky Bobby) y series (American Dad, The Office), como en películas de terror (Destino final 5, Piraña 3D), este sujeto semicalvo tiene cara de mal bicho, habla a los gritos, sus carcajadas aturden. Es la clase de tipo que puede despegarse el calzoncillo en público como si nada. Koechner no es el protagonista, pero sí el motor, objeto de fascinación y hasta tal vez el oculto eje moral de Apuestas perversas. La película, escrita por el dúo de raros nombres David Chirchirillo y Trent Haaga y dirigida por E.L. Katz –ex crítico de sitios bizarros y ex guionista de films de indie horror–, supone una nueva variación del pacto fáustico, doblemente duplicado. Un par de losers ocupan el papel del médico medieval, mientras Koechner y su objetual muñequita rubia cubren... el otro rol.
Improbable mixtura de empleado de taller mecánico con periodista frustrado, casado hace un par de años y con un bebé de quince meses, el mismo día en que Craig Daniels (excelente Pat Healy) encuentra un aviso de desalojo pegado en la puerta, su jefe le avisa que por necesidad de achicamiento se ve obligado a despedirlo. Desesperado frente a la barra de un bar, se creería que el ex amigo arrollador, que primero amaga estrangularlo y después lo saluda, es el que va a abusar de él. Pronto se ve que Vince (Ethan Embry) es tan perdedor como él, aunque con más testosterona. Cuando vuelve del baño, Craig encuentra a Vince acompañado de un tal Colin (Koechner, a los gritos y con sombrerito) y su rubia Violet, que ni se molesta en saludar (Sara Paxton). A Colin los dólares se le caen de los bolsillos y no tiene ningún interés en ocultarlo. Más bien lo contrario. Por lo visto es un fan de las apuestas, con una peculiaridad: no participa de la apuesta. La propone y la paga, en caso de que el otro gane. No es difícil adivinar que el jueguito que empieza con el desafío de ver quién se baja primero un vaso de tequila va a escalar sin parar hasta la sangre y la ignominia, formándose una perfecta familia de dos lobos y su par de ovejas. Perfecta e infinitamente perversa.
Es inevitable comparar esta comedia negra –más negra que comedia– con la arrasadora Killer Joe (William Friedkin, 2011), igual de podrida pero, a diferencia de ésta, tan shockeante como inquietante. Adaptando una obra de Tracy Letts (insospechable autor de Agosto), el film de Friedkin hunde en el tabú, la monstruosidad y la sangre los mismos valores familiares, occidentales y cristianos que Apuestas perversas. La diferencia reside, como siempre, en el punto de vista. Mientras que Killer Joe lo hace con asco, no por nada Cheap Thrills (título original de Apuestas perversas) asume la estructura de un juego. Juego de apuestas crecientemente psicopático y horroroso, pero juego al fin. Mientras Killer Joe deja al espectador en estado de shock, la ópera prima de E. L. Katz repele, pero no sacude. Salvo el plano final, donde lo que hasta el momento se planteó como juego macabro pretende subrayar un componente alegórico que ya antes era evidente.
Cheap Thrills, EE.UU., 2013.
Dirección: E. L. Katz.
Guión: David Chirchirillo y Trent Haaga.
Fotografía: Andrew Wheeler y Sebastian Wintero.
Duración: 88 minutos.
Intérpretes: Pat Healy, Ethan Embry, David Koechner y Sara Paxton.
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