CINE › ¿QUé PUEDE UN CUERPO?, SEGUNDO LARGO DE CéSAR GONZáLEZ
El poeta y cineasta, surgido en su momento a la luz pública como Camilo Blajakis, aborda sin morbo ni búsqueda de impacto fácil la problemática del villero. González, que conoce la realidad de primera mano, la muestra sin juzgar a los personajes.
› Por Emanuel Respighi
En el siglo XVII, Baruch Spinoza se preguntaba “¿Qué es lo que puede un cuerpo?”, como un grito ético acerca de la capacidad infinita, imprevisible y variable, de lo que los individuos pueden llegar a ser en el plano de su relación con los otros y con el entorno. Ese concepto del filósofo holandés, el cuerpo como fuerza política, luego fue retomado por Gilles Deleuze, sugiriendo que el cuerpo es capaz de hacer lo contrario a lo que el sistema determina. Sobre esos ejes conceptuales parece montarse cada plano de ¿Qué puede un cuerpo?, el segundo largometraje de César González, que se exhibe diariamente a las 12.45 y 20.15 en el Espacio Incaa Gaumont. En la película, el poeta y cineasta se pregunta de qué son capaces los cuerpos que viven en un lugar tan particular como una villa, frente a las precarias condiciones y la estigmatización social.
Alejado de la búsqueda del impacto y/o del morbo con el que buena parte de los noticieros suelen abordar la problemática del “villero”, como si ésta fuera única y homogénea, la película filmada por González atrae por el tono con el que elige contar una historia que es ficción y realidad a la vez. Es ficción porque el film cuenta con un guión y una historia surgida de los laberintos esperanzadores de la mente de quien alguna vez salió a la luz pública como Camilo Blajakis. Pero es también realidad porque la historia que narra (o todas las historias que confluyen en esta película) no es más que la transposición a las reglas del cine de vivencias, situaciones y problemáticas que conviven en aquellos reductos de pobreza pero también de dignidad. La villa, la basura, sus necesidades, sus peligros y su dinámica interna, no exenta de delitos, le imprimen a ¿Qué puede un cuerpo? una verosimilitud que se refuerza por estar interpretada por actores no profesionales.
En ¿Qué puede un cuerpo? la cámara cuenta dos historias en paralelo: la de un cartonero que se la rebusca como puede para ganarse la vida dignamente y poder así ver a su hija y la de un grupo de pibes que salen a robar sin cuestionamiento alguno. Dos realidades tan parecidas como diferentes, paridas desde el mismo vientre villero, que se entrelazan como partes de un mismo todo. Sin juzgar a los personajes, apenas mostrando cómo un mismo “cuerpo” es capaz de tomar destinos tan disímiles, la cámara de González muestra la complejidad existencial de unos y otros. Este punto de vista, amplio y complejo, sobre el objeto “villero” en el que indaga el realizador de Diagnóstico esperanza, le permite al cineasta conformar un largometraje en el que vuelve a hacer foco en la violencia social, en sus causas y manifestaciones, en las maneras implícitas y explícitas que toma ante una sociedad que da la espalda, mira para otro lado o señala con el dedo acusador.
Lejos del abordaje a la violencia en las villas como un fin en sí mismo, ¿Qué puede un cuerpo? la expone en primer plano desde la complejidad, como una consecuencia implementada desde un sistema que construye necesidades e injusticias a cada paso, en cada lugar. Lo interesante de la mirada propuesta en el film es que ese concepto básico no lleva a que el guión se preste a concesiones e idealizaciones sobre el mundo de la villa. Con el conocimiento que le otorga vivir en una, haber estado preso y haberse recuperado a partir del arte, González no cae en la tentación de plantear una visión maniquea sobre un “afuera” maldito y un “adentro” hermoso, ni viceversa. Una de las principales virtudes de la película es, justamente, que no existe un afuera y un adentro en términos de buenos y malos.
Exponiendo el paso del tiempo del grupo de “pibes chorros” y del cartonero recorriendo los barrios en busca de desechos que le permitan ver a su hija, a fuerza de un ritmo cadencioso y de contrastes visuales entre los incluidos y los excluidos del sistema, la película retrata la complejidad que envuelve a quienes viven en una villa cualquiera cercana a cualquier gran urbe. Sin caer en el facilismo de ponerse en la vereda opuesta del discurso instalado sobre las villas, ¿Qué puede un cuerpo? expone los matices, dando herramientas a los ojos del gran público para complejizar una problemática que por lo general es simplificada y/o distorsionada por los grandes medios. Allí están el cartonero que trabaja a sol y sombra y los “pibes chorros” dispuestos a delinquir, la discriminación de la que el villero es objeto y los lazos de valores y códigos que en cada grupo circulan, la corrupción institucional y la droga y el alcohol llenando vacíos existenciales. Víctimas y victimarios de un mismo y perverso sistema.
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