CINE › CINCUENTA SOMBRAS DE GREY
› Por Ezequiel Boetti
Más de 40 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo transformaron la trilogía de Cincuenta sombras en un material demasiado tentador como para que los estudios de Hollywood no repararan en ella. Y así lo hicieron, iniciando una disputa por los derechos que terminó con Universal como gran ganador. Después, claro, vendría la habitual ola de rumores sobre la elección de los responsables del equipo creativo. Uno de los nombres que circuló fue el de Bret Easton Ellis, quien rápidamente manifestó que no le molestaría adaptar las novelas de E. L. James, tarea finalmente asignada a Kelly Marcel. Basta ver en pantalla Cincuenta sombras de Grey para imaginarse qué tan distinta hubiera sido en manos del autor de Psicópata americano. Distinta y seguramente mejor: más venenosa, más visceral, más retorcida, menos pulcra, menos pacata y menos anodina que la película que finalmente es.
La materia prima de la primera parte de la saga invitaba a pensar en la pluma de Ellis como la más adecuada para el salto a la pantalla grande. Al igual que su emblemático Patrick Bateman, Christian Grey (Jamie Dornan) tiene todo (guita, facha, poder, labia) para que cualquiera caiga rendida a sus pies, inclusive la virginal Anastasia Steele (Dakota Johnson, hija de Don Johnson y Melanie Griffith). Pasados los histeriqueos mutuos de rigor, a la hora de los bifes el tipo saca un contrato de confidencialidad. Podría pensarse, entonces, que se trata de la elevación a la enésima potencia del universo de Psicópata americano, un lugar donde el capitalismo avanzó hasta tal punto que logró la burocratización de las relaciones interpersonales. Pero no, eso sería demasiado interesante, así que todo es reducido a la afición personal de Christian por el sadomasoquismo. ¿Qué tiene de malo? Nada, pero para él y para el film, todo. Porque aquí el sexo se vive, a la manera de Crepúsculo, de forma culposa y penitente. ¿De dónde viene su gusto? “Soy así”, se justifica, ejemplificando así una recurrencia del guión a la hora de pensar y construir a sus personajes: sus actos aparecen escindidos de contexto.
En línea con los thrillers eróticos berretas de los primeros ’90 (El cuerpo del delito, Sliver), pero sin su goce culposo, la historia sigue con la chica dudando si someterse o no a los arbitrios de su dominador, mientras ambos se dan una panzada de lujos burgueses que incluye, entre otras cosas, autazos y un vuelo en planeador cuya funcionalidad narrativa es nula. Hasta que, claro está, ella empieza a tener sentimientos hacia él, llegando finalmente a las ansiadas y “polémicas” encamadas violentas. Un artículo publicado el último fin de semana en el sitio Otroscines.com muestra la disparidad de criterios a la hora de calificar un film de intenciones eróticas como Cincuenta sombras de Grey, desde la prohibición en Malasia al “Sólo apta para mayores de 12” de Francia. ¿Acaso vieron dos películas diferentes? Los galos deben haberse reído de lo lindo ante un autopromocionado “alto contenido erótico” que de “alto” tiene poco y nada, y abarca cuatro escenas de, por reloj, no más de quince minutos en total.
Fifty Shades of Grey
Estados Unidos, 2015
Dirección: Sam TaylorJohnson
Guión: Kelly Marcel, sobre la novela homónima de E. L. James
Duración: 125 minutos
Intérpretes: Dakota Johnson, Jamie Dornan, Jennifer Ehle, Eloise Mumford y Marcia Gay Harden.
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