Lun 23.02.2015
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CINE › RELATOS SALVAJES SE QUEDó FINALMENTE SIN LA ESTATUILLA AL MEJOR FILM EXTRANJERO

El Oscar fue a parar a manos de Polonia

La estupenda película polaca Ida, de Pawel Pawlikowski, rodada en blanco y negro y favorita en su categoría, obtuvo el premio al que aspiraba el film de Damián Szifron. Patricia Arquette y J. K. Simmons, mejores intérpretes secundarios.

Finalmente, el sueño no se hizo realidad. Anoche, en la 87ª ceremonia de entrega de los premios Oscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, Relatos salvajes no consiguió la estatuilla al mejor film extranjero. Tal como preveía la mayoría de las encuestas, el premio fue para la estupenda película polaca Ida, de Pawel Pawlikowski. “Hicimos una película contemplativa y en blanco y negro y ahora estamos aquí”, se sorprendió el director, que de esta manera logró el primer Oscar de la historia para Polonia, después de nueve intentos previos (la primera película polaca en competir por la estatuilla había sido El cuchillo bajo el agua, en 1962, ópera prima de Roman Polanski). En un estilo tan riguroso como despojado, Ida narra el revelador viaje de una joven novicia quien, antes de tomar sus votos como monja, descubre verdades concernientes a su identidad y a su país que desconocía, como su origen judío y las consecuencias del Holocausto.

De esta manera, la película de Damián Szifron se quedó a un paso apenas de los triunfos de La historia oficial (1985), de Luis Puenzo, y El secreto de sus ojos (2009), de Juan José Campanella, las dos películas argentinas anteriores que consiguieron el Oscar para el país, de hecho el único de toda América latina –incluidos México y Brasil– que ganó el trofeo de Hollywood para el sur del continente. Al cierre de esta edición, todavía quedaban por anunciarse la mayoría de los premios principales (el Oscar al Mejor film extranjero apareció inusualmente temprano, una hora después de iniciada la ceremonia) y no había tendencias claras, salvo el anunciado predominio de El Gran Hotel Budapest en los rubros técnico-artísticos, como mejor vestuario (para la gran diseñadora italiana Milena Canonero), mejor diseño de producción y mejor maquillaje y peinado.

La velada había empezado pasada por agua, con una lluvia persistente, que obligó a los organizadores a extremar la logística para que los invitados pudieran llegar a la alfombra roja –previsiblemente cubierta– sin salpicar sus vestidos de noche y sus tuxedos. Sobre todo el de Lady Gaga, una suerte de gigantesco kimono blanco con el que parecía a punto de levantar vuelo, que afortundamente cambió por uno un poco más sobrio, cuando le tocó subir al escenario. Y a las 22.30 hora argentina, con la puntulidad habitual, apareció sobre el escenario del Dolby Theater el anfitrión de la jornada, el debutante Neil Patrick Harris, sucesor de Ellen DeGeneres, que el año pasado hizo roncha con sus “selfies”.

Pese a su fama de comediante, le costó a Harris encontrarle el ritmo a la ceremonia, desde el comienzo mismo cuando el guión le impuso como apertura un soporífero número musical –y serían muchos en esa misma veta– dedicado a homenajear a las “moving pictures” y que ni siquiera pudo salvar una intempestiva intervención de Jack Black. Bastaba ver la cara de perplejidad de Ethan Hawke, por ejemplo, para dar una medida de lo que pasaba en la platea, donde a más de uno le costaba incluso forzar una sonrisa, como si estuviera en la sala de espera del dentista.

Citando en plan de chacota la famosa escena de Birdman en la que el protagonista, Michael Keaton, se queda afuera del teatro y debe volver casi desnudo al escenario, Harris hizo lo propio y –con solo de batería incluido (a cargo de joven actor de Whiplash) terminó después de un raid por los camarines en el centro del Dolby Theater, vestido solamente con medias y calzoncillos–. Esa módica audacia pudo al fin arrancar algunas sonrisas en la platea.

El premio al mejor actor de reparto, el primero en anunciarse, fue para el favorito de la noche en su rubro, J. K. Simmons por Whiplash: Música y obesión. El actor ya había ganado desde el Globo de Oro hasta el Bafta por su celebrada composición del sádico y narcisista profesor de batería, y también se llevó, sin sorpresas, el esperado Oscar. Otra favorita de la noche fue Patricia Arquette, que tal como habían anticipado todas las encuestas y premios previos, ganó el Oscar a la Mejor actriz de reparto por su madraza de Boyhood. Después de los agradecimientos de rigor, en los pocos segundos que le quedaban abogó por “la igualdad de derechos para las mujeres” en los Estados Unidos, unas palabras que al menos encendieron por un momento a la platea, donde se la vio celebrar particularmente entusiasmada a Meryl Streep, que hasta unos minutos antes había sido su rival en la misma categoría, por su composión de En el bosque.

Para ir empatando la competencia entre el film de Richard Linklater y el Birdman de Alejandro González Iñárritu, el virtuoso director de fotografía mexicano Emmanuel Lubezki se llevó el Oscar a la Mejor cinematografía por la película de su compatriota. Es la segunda vez consecutiva que gana ese premio, considerando que el año pasado también lo obtuvo por Gravedad, de otro mexicano, Alfonso Cuarón.

Un detalle cada vez más antipático de la ceremonia, durante los últimos años, es que relega los premios a la trayectoria a una fiesta previa –el llamado Governors Ball–, de la cual apenas se ven unos mínimos extractos en video. Y allí habían sido homenajeadas figuras legendarias, que han hecho a los cimientos mismos de Hollywood, como la actriz Maureen O’Hara, y el cantante y actor Harry Belafonte, o el exquisito animador japonés Hayao Miyazaki y el guionista francés Jean-Claude Carrière, recordado colaborador de Luis Buñuel. Para ellos, la Academia ya no tiene más que unos segundos en pantalla y ni siquiera parece guardarles al menos una silla en un palco del Dolby Theater. Allí donde antes toda una platea se hubiera puesto de pie, y hubiera podido brotar una emoción genuina, ahora queda apenas un resto de pixeles de recuerdo.

Ni siquiera el clásico momento “In Memorian”, donde la Academia recuerda a sus caídos, tuvo algo parecido a la emoción, con una triste sucesión de dibujos de los rostros de los fallecidos, donde ni siquiera hubo tiempo para los habituales clips en donde se podía recordar una mínima escena de un actor, una actriz o un director en plena actividad.

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