CINE › PABLO MOYANO HABLA DE SU DOCUMENTAL SILENCIO ROTO, 16 NIKKEIS
El cineasta fue convocado por la productora Karina Graziano para narrar la historia de los descendientes de japoneses desaparecidos por la dictadura. “Tratamos de dejar plasmado el proceso de toma de conciencia de esa comunidad”, asegura el director.
› Por Oscar Ranzani
Uno de los aspectos que los genocidas argentinos no discriminaron al momento de secuestrar, torturar y desaparecer personas fue la nacionalidad de las víctimas. Así lo demuestra el hecho de que dieciséis miembros de la comunidad japonesa en la Argentina permanecen desaparecidos. Ellos eran Nikkeis; es decir, la primera generación de hijos de japoneses nacidos en el exterior. Llevaban su cultura y sus tradiciones en la sangre y, a su vez, interactuaron con la sociedad argentina, formaron su propia visión de la militancia y la ejercieron en tiempos en que el terrorismo de Estado buscaba arrasar con las ideas de un país mejor. Sus familiares eran, en general, reacios a que los jóvenes japoneses militaran. Pero como dice la canción, “el amor es más fuerte”. En este caso, el sentimiento tenía que ver con una manera de entender la vida política. Todo un hallazgo es la historia que cuenta el cineasta Pablo Moyano en su documental Silencio roto, 16 Nikkeis, que se estrenó ayer en el Espacio Incaa Gaumont, en el marco de una semana significativa para recordar a quienes permanecen desaparecidos por cumplirse 39 años del golpe cívico-militar.
La idea de la película surgió de la productora Karina Graziano. Hace unos años, Graziano trabajaba en una canal de televisión y en uno de los aniversarios del golpe de Estado le solicitaron cubrir la marcha del 24 de marzo. A la productora le llamó la atención que un grupo de personas asiáticas sostenía un cartel que indicaba “Japoneses desaparecidos”. Casi sin pensarlo, entró en contacto con el grupo y estableció una relación que luego perduró. Durante casi dos años relevó cada una de las dieciséis historias de los Nikkeis y se juntó con los familiares. Cuando ya tenía perfilada su investigación periodística, convocó a Moyano para dirigirla. “Por supuesto que acepté en el momento”, asegura el director del documental.
–Generalmente, cuando se habla de los desaparecidos se tiende a pensar en argentinos y latinoamericanos, pero los genocidas no discriminaban tampoco por nacionalidad...
–Totalmente. Esta era la primera generación de argentinos de la comunidad japonesa (por eso Nikkeis), los que se fueron ensamblando en las escuelas secundarias con la realidad del país, pretendiendo cambiarla. Fueron los que no quisieron continuar con la tradición japonesa de seguir con los trabajos que la familia llevaba adelante: horticultura, tintorería y, por lo general, trabajos donde no hiciera falta hablar mucho. Y, sí, evidentemente, los militares no hicieron discriminación ni con nacionalidad, edad, sexo ni nada.
–El documental también muestra que para muchos japoneses no era bien visto que sus hijos participaran en política. ¿Cuál era el motivo de esto?
–Primero, los hijos de japoneses que comenzaron a militar empezaron a tener diferencias con sus padres. Por ejemplo, los que trabajaban en el campo defendían a los peones que, a veces, eran maltratados o no trabajaban en buenas condiciones. Ya eso provocaba un enfrentamiento con los padres. Entonces, para los padres no estaba bien. Y, en segundo lugar, hay una conducta del japonés que cuando es un inmigrante entiende que en ese país tiene que ser el ejemplo. Por otra parte, para muchos saber que entraran la policía o el ejército y se llevaran a un miembro de la familia, bueno... Para ellos, la policía y el ejército seguían siendo el poder, el mandato imperial, la autoridad. Y desafiar o estar en contra de la autoridad estaba mal visto.
–¿Cuándo se abrió la comunidad japonesa a hacer visibles las desapariciones de algunos de sus miembros?
–Creo que todavía la comunidad japonesa en sí no está abierta o lo está muy poco. Sí se armó un grupo de familiares de desaparecidos de la comunidad japonesa que fueron los que empezaron después de muchos años a romper ese silencio. Empezaron a juntarse y a hacer presentaciones. Hasta ese momento, todo había sido muy individual, alguna presentación ante la embajada que, por lo general, nunca llegaba a buen puerto o no había noticias. Ultimamente, tanto la embajada como la comunidad lo aceptan, de alguna manera, pero creo que igualmente siguen pensando que es un tema del que preferirían no hablar.
–¿Y cómo llegaron a involucrarse con los organismos de derechos humanos?
–Se involucraron tardíamente. Diría que hace pocos años. Más bien se fueron juntando entre ellos. Por supuesto que había enlaces y se dieron a conocer recién hace poco como organización de familiares de desaparecidos de la comunidad japonesa. Diría que hace siete u ocho años. No más.
–Antes que centrarse en cada caso puntual, la idea del film fue reflejar parte de la historia de la comunidad japonesa durante la dictadura y de cómo los familiares pasaron del dolor a la toma de conciencia, ¿no?
–Exactamente. El documental no tiene una preocupación concreta de dar data dura del tipo: “Tal militó en tal lado, desapareció en tal lado”. Sí lo graficamos con algún caso, pero el interés concreto del documental fue tratar de dejar plasmado con imágenes y con climas este proceso de toma de conciencia de la comunidad japonesa y cómo, a veces, tenían que pelear contra su propia tradición.
–¿Y cómo reconstruyó la manera en que la comunidad japonesa en la Argentina vivió la dictadura militar?
–Realmente la vivió con indiferencia. Salvo estos miembros que se vieron tocados porque algún familiar militaba, de los demás sí se podría decir que no sabían mucho lo que pasaba. Estaban retraídos en sí mismos, como un ghetto, y al no tener militantes conocidos veían que pasaba algo, pero que no era algo que tuviera que ver con ellos concretamente.
–¿Y cómo entienden la militancia los familiares de los desaparecidos de la comunidad japonesa en la actualidad?
–El hecho de valorizar las posiciones que tomaron sus hermanos o sus hijos y participar de las marchas del 24 de marzo y de algunos actos, los ha hecho tomar conciencia de que aquello que hacían sus familiares estaba bien. Incluso, algunos dicen en el documental que la actitud de ellos hasta ese momento había sido egoísta con respecto a la sociedad en que vivían.
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