CINE › EL DIRECTOR RUSO ANDREI ZVYAGYNTSEV HABLA DE SU PELíCULA LEVIATáN, ESTRENO DE ESTE JUEVES
El celebrado realizador de El regreso y Elena fue premiado en el festival de Cannes y consiguió una candidatura al Oscar de Hollywood por Leviatán, pero tuvo problemas en su país. “Sin el imperio de la ley, el Estado es una banda de ladrones”, afirma.
› Por Chris Dickens
Hacía mucho que el cine ruso no tenía la trascendencia internacional que adquirió Leviatán, de Andrei Zvyagyntsev, cuyo estreno local se anuncia para este jueves. De poco menos de un año a esta parte, los motivos de repercusión se fueron sumando. En mayo del año pasado, la película de Zvyagyntsev obtuvo el premio al Mejor Guión, en el Festival de Cannes. En enero de este año, fue nominada al Oscar al Mejor Film Extranjero y entre una cosa y otra se estrenó en su país, recibiendo acusaciones de ser “antirrusa”, de transmitir una imagen “deprimente” de la Rusia de Putin y hasta, créase o no, de “justificar el genocidio del pueblo ruso”. No es que esas reacciones hayan sido de algún particular excedido: las produjeron las autoridades, del Ministro de Cultura para abajo.
Leviatán no fue censurada ni prohibida. Pero ya está todo listo para que la próxima sí: el Ministro de Cultura presentó a la Duma un proyecto de ley para vetar las películas que “denigren la cultura rusa, amenacen la unidad nacional y minen los principios de orden constitucional”. ¿Qué fue lo que despertó la ira del gobierno, a pesar de que la película de Zvyagyntsev (conocido y premiado por sus previas El regreso y Elena) fue producida, en parte, con dinero oficial? Que el villano es el intendente de un pueblito realmente existente. Que el pope ortodoxo de la zona le certifica que “Dios lo apoya”. Y que en su oficina, el intendente tiene, bien grande y bien visible, el retrato de Vladimir Putin. Basada en un caso real sucedido en Estados Unidos unos años atrás, Leviatán cuenta la historia del modesto dueño de un negocio de autopartes, cuya propiedad el intendente de la zona piensa comprar o confiscar como sea, siempre protegido por unos ursos de casi dos metros e intoxicado por litros y litros de vodka.
–La película lleva el título de un célebre tratado político, escrito por Thomas Hobbes en el siglo XVI. ¿A qué se debe?
–El de Hobbes es uno de los ensayos claves sobre el funcionamiento del Estado. Pero el que describe Hobbes es un Estado ideal. En cuanto intervienen seres humanos, con todas sus fallas y vicios, todo ese ideal puede convertirse en su opuesto. Deja de ser un contrato social y deviene un pacto con el diablo, en el que el ciudadano cede su libertad a cambio de una falsa protección social.
–Leviatán se basa en un caso real, ocurrido en Estados Unidos.
–El caso de Marvin Heemeyer, dueño de una pequeña casa de venta de silenciadores para autos. A comienzos de la década pasada, una cementera le ofreció comprar su propiedad. El se negó y entonces la empresa bloqueó el acceso a la propiedad con un muro de cemento. En lugar de ceder, Heemeyer levantó la apuesta, haciéndose una topadora toda de acero y cemento, con la intención de demoler varios edificios públicos.
–¿Qué fue lo que lo llevó a adaptar esa historia?
–Lo primero que me impresionó fue que hubiera tenido lugar en Estados Unidos, donde se supone que rigen la ley y la justicia. Me dio a pensar que tal vez todo eso sea poco más que una fachada. Que en todas partes el Estado funciona de manera parecida, que la injusticia es universal. Poco tiempo después di con un fragmento muy bonito de La ciudad de Dios, en el que San Agustín se pregunta qué es lo que diferencia a un Estado de una banda de ladrones. Y responde: la ley. Sin el imperio de la ley, si la ley no es igual para todos, el Estado es igual que una banda de ladrones.
–La referencia al Leviatán tiene una segunda fuente, que es el Libro de Job.
–En la Biblia, Job pierde todo lo que tiene, de a poco e indefectiblemente, a manos de un monstruo marino llamado Leviatán, que Hobbes utilizó a su vez como metáfora del Estado en su tratado.
–Asociación a la que usted adhiere, a partir de la asociación que en su momento hizo Herman Melville, al apodar Leviatán a Moby Dick...
–Eso tiene que ver con una asombrosa intervención del azar. Después de haber elegido la locación, en zonas aledañas al Mar de Barents, gente del lugar me comentó que a unos kilómetros de allí se podían avistar ballenas. Lo tomé como un signo definitivo de que era allí donde debíamos filmar.
–Más allá de todas esas referencias, usted inserta la acción con pelos y señales en la Rusia actual, lo cual no fue muy bien recibido por las autoridades.
–Uno de los detalles que más irritaron fue el hecho de que en la oficina del intendente haya un retrato de Putin. ¡Pero es el retrato que estaba colgado allí cuando filmamos!
–¿A qué se refiere?
–Filmamos en la oficina del intendente de la ciudad de Pribrezhny, y allí estaba colgado el retrato de Putin. Como sucede en todas las oficinas de los intendentes de cualquier ciudad, en mi país y cualquier otro, donde suele estar el retrato de la máxima autoridad del país. No haberlo hecho habría sido poco verosímil.
–Sin embargo, la película fue producida con dinero oficial.
–Así es. El Estado no la solventó en su totalidad, pero sí cubrió un 35 por ciento del costo.
–¿En ningún momento temió represalias?
–Nuestra película está en línea con las declaraciones sobre la lucha contra la corrupción que desde hace un tiempo vienen haciendo las más altas autoridades de mi país. Si la película produce irritación por su denuncia de la corrupción, tal vez sea que esa voluntad oficial de combatirla es más declamatoria que real.
–¿No es raro que la hayan elegido como candidata rusa al Oscar al Mejor Film en Lengua No Inglesa?
–A partir de un episodio sucedido en 2011, el comité que elige las candidatas al Oscar amplió considerablemente su número de miembros. En aquel año, la elegida había sido Sol ardiente 3, de Nikita Mijalkov, postergando a Fausto, de Aleksandr Sokurov, y mi película Elena. Sucede que Mijalkov no sólo es el presidente de la Asociación de Cineastas Rusos, sino que tiene una amistad personal con Vladimir Putin. Esa elección generó tanta insatisfacción que hasta hubo una huelga de periodistas. En respuesta a ello, el propio Mijalkov decidió ampliar el número de miembros de ese comité, incorporándose varios con una mayor voluntad de independencia.
–¿Se trata de excepciones dentro del panorama de la política cinematográfica actual en su país?
–En líneas generales, se observa una gran dependencia de los funcionarios del sector con respecto al Poder Ejecutivo. No hace falta que nadie les diga qué tienen que hacer, a quién votar y a quién no. Ellos ya saben.
–¿El presidente Putin intervino en alguna ocasión para marcar algún modelo explícito de cine oficial?
–En una ocasión dio un discurso ante un montón de cineastas, señalando la conveniencia de evitar películas que fueran “deprimentes”, filmando en su lugar ficciones de mensaje más “positivo”.
–¿Encuentra usted alguna relación entre esta línea oficial y la del cine soviético de propaganda?
–Creo que Putin considera que el cine es la forma de propaganda más eficaz, y lo mismo pensaba Lenin.
–De hecho, el Ministro de Cultura dijo que Leviatán...
–Así es.
–¿Se siente cómodo trabajando en estas condiciones?
–Tengo 50 años, amo a mi país y mi gente. Sé que mis conciudadanos tienen una “sustancia” que no en todas partes se halla. Todo ello me lleva a querer seguir viviendo y filmando en Rusia, siempre y cuando el ambiente no se vuelva irrespirable.
* Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.
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