CINE › RáPIDOS Y FURIOSOS 7, VERSIóN RECARGADA DE Sí MISMA
› Por Ezequiel Boetti
El agente Hobbs yace en un hospital con pierna y brazo enyesados después de caer de un quinto piso cuando recibe la visita de Dominic Toretto para debatir acerca de cómo proceder ante la irrupción del malvado de turno. A Hobbs no parece importarle demasiado el protocolo policial; está cegado por el espíritu de venganza. “Voy a pegarle tanto que va a desear que su madre nunca hubiera abierto las piernas”, dice. Queda claro que la sutileza, la complejidad, el realismo y la sofisticación no son parámetros aplicables a los personajes de Rápidos y furiosos 7. Ni a ellos ni a ninguna de las películas de la saga, ésta incluida. Construidas sobre la base del placer férrico, rabiosamente analógicas y con un fetichismo manifiesto por el crujir de las chapas y el movimiento, las primeras Fast & Furious supieron ser un cúmulo de misoginia –característica no del todo olvidada– y bólidos tuneados –ídem–. Hasta que en su quinta y mejor parte pegó un volantazo salvador desplazando a los autos a un segundo plano para convertirse en una de las franquicias de acción más autoconscientes y estimulantes del cine contemporáneo. Pero ahora los primeros síntomas de agotamiento ya están a la vista.
Atravesado por un tono elegíaco producto de la muerte de Paul Walker, uno de sus protagonistas, en plena etapa de rodaje, y con una escena final alusiva sorprendentemente emotiva para un universo narrativo vaciado de emociones, el film, ahora con James Wan (El juego del miedo, El conjuro) ocupando el sillón de director, es más de lo mismo. Más en el sentido literal: más delirante, más musculosa, más absurda, más hueca, más cosmopolita (la trama va de Emiratos Arabes a República Dominicana, de Japón a Estados Unidos) y más despreocupada por su lógica argumental. Esto porque calca la excusa de siempre con el único fin de volver a unir al grupo de conductores y ponerlos al volante. Esa excusa aquí tiene la forma de un pelado con cara de pocos amigos, de puño fácil y patada siempre lista para ser revoleada muy parecido a ese emblema del cine físico moderno que es Jason Statham. El ex transportador es un agente del servicio secreto británico retirado por la corona cuando dejó de ser funcional a sus intereses, y que ahora está con bastante ganas de moler a palos a los responsables de la muerte de su hermano, asesinado en el film anterior por el grupete protagónico.
Rápidos y furiosos 7 deja el regusto de un menú fast food regurgitado y no demasiado distinto a los anteriores. Menú compuesto por escenas “dramáticas” en las que los personajes intentan humanizarse escupiendo sus sentimientos con una rusticidad alarmante, y otras destinadas a torcer cualquier lógica física, gravitacional y biológica. Así se entiende que un auto atraviese ¡tres! edificios sin que Toretto (Vin Diesel, más pétreo e inexpresivo que siempre) sufra un rasguño. O también que Hobbs (Dwayne Johnson, cada día mejor comediante y más cerca del Guinness por sus bíceps tamaño Kohinoor) derribe un dron con una ambulancia para después empuñar él solito una ametralladora más grande que la pantalla.
Director: James Wan.
Guión: Chris Morgan y Gary Scott Thompson.
Duración: 137 minutos.
Intérpretes: Vin Diesel, Paul Walker, Jason Statham, Dwayne Johnson, Michelle Rodriguez, Jordana Brewster, Tyrese Gibson.
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