CINE › LA HISTORIA DE SHIN SANG-OK ESTá CONTADA EN EL LIBRO A KIM JONG-IL PRODUCTION
El director más importante y prolífico de Corea del Sur fue secuestrado por el líder de la República Democrática Popular de Corea del Norte para convencer a Occidente de las bondades del régimen a través del cine. Y entonces, Shin Sang-ok tuvo una vida de película.
› Por Horacio Bernades
La historia parece escrita a pedir de Hollywood. Tanto, que según se cuenta ya hay un proyecto en puerta, liderado por Jeremy Thomas, famoso productor de El último emperador y Polvo de estrellas, de David Cronenberg. Movido en partes iguales por el cálculo político y la pasión cinéfila, en algún momento de los años ’70 el futuro autócrata norcoreano Kim Jong-il –por entonces príncipe heredero de la dinastía comunista fundada por su padre en la posguerra– llegó a la conclusión de que para convencer a Occidente de las bondades del régimen no existía nada mejor que el cine. Pero el cine de Corea del Norte nunca llegó a tener el desarrollo del de su vecino capitalista del sur, por lo cual la ecuación no le cerraba. Padre del actual Kim Jong-un –presunto responsable del ciberataque a la Sony, a fines del año pasado–, Kim Jong-il no se hizo demasiado problema. Mandó secuestrar a quien por entonces era considerado “el príncipe del cine coreano” (del sur) y, tras unos años de prisión y reeducación, lo puso a filmar para él y el Estado, haciendo de productor ejecutivo. Cuestión de que el hombre no se dejara tentar por la libertad artística.
La historia es narrada con generosidad en A Kim Jong-il Production, volumen escrito por un tal Paul Fischer y recién publicado en Estados Unidos, que lleva por subtítulo The Extraordinary True Story of a Kidnapped Filmmaker. Considerado el cineasta más importante y prolífico de su país, durante décadas Shin Sang-ok rodó a razón de tres películas al año, incluyendo algunas de las de mayor repercusión del cine coreano. Pero la censura impuesta desde comienzos de los ’70 por la dictadura militar del general Park Chung-hee hizo mermar su producción, hasta que en 1978 el gobierno terminó cerrando su compañía productora. Poco después, Choi Eun-hee, su ex esposa y estrella top del cine de su país, desapareció durante un viaje a Hong Kong. Shin fue tras ella, siendo atacado por desconocidos en la isla-estado y rociado con un polvillo que lo dejó inconsciente. Sí, como en un episodio de El agente de C.I.P.O.L. o Superagente 86, pero de veras.
Cuando volvió en sí, Shin se encontró en una instalación secreta de Pyongyang, capital de Corea del Norte, rodeado de gente de uniforme. Dos intentos de fuga lo hicieron pasar los cuatro años siguientes en un campo de prisioneros. Le prohibían bañarse, lo alimentaban con porotos, agua y arroz, y lo adoctrinaban en las bondades del régimen de Kim Il-sung, papá de Kim Jong-il y fundador de la República Popular Democrática. Cuando por fin anunció su falsa conversión al régimen (siempre fue un anticomunista visceral), Shin se vio, como en un sueño, frente a Kim Jong-il y... Choi Eun-hee. Corría el año 1983. Era, más precisamente, el 6 de marzo, aniversario de bodas de Shin y Choi. Cinco años más tarde de haber ido en su búsqueda, Shin Sang-ok descubría ahora dónde había ido a parar su ex mujer.
En medio de una recepción con honores, su anfitrión Kim Jong-il, que ya por entonces acumulaba cargos en el Partido y el Estado, hizo dos propuestas a sus huéspedes. La primera era que trabajaran para él, ayudando a mejorar el nivel cinematográfico de las producciones de la república. La segunda, que fueran tan amables de volver a casarse. Sabiendo que se trataba de ofrecimientos difíciles de rechazar, Shin y Choi aceptaron. Pero –otra vez la intervención del cine de espionaje en la realidad– Choi había llevado consigo un grabador a la reunión con el hijo del Gran Líder, registrando la conversación y presentándola tres años más tarde a la Inteligencia estadounidense. Pero eso fue una vez que ella y su ex lograron fugar de la jaula de oro de Kim Jong-il: en 1983, la relación entre unos y otro recién comenzaba.
El cine no le resultaba ajeno al futuro dictador de la República Popular Democrática de Corea (1994/2011). En 1973, Kim había publicado Sobre el arte del cine, donde sostenía que “el desafío del cine actual es contribuir al desarrollo del pueblo como verdaderos comunistas. Este desafío histórico requiere, sobre todo, una transformación revolucionaria de la práctica de la dirección cinematográfica”. Teniéndola tan clara, era obvio que Kim no iba a conformarse con poner medios, financiación y extras al servicio de su director cautivo y presuntamente convertido. A lo largo de tres años, fue el productor de las siete películas que el príncipe del cine coreano filmó para él, el Estado y el Partido. Films de propaganda, se supondrá. Pues no. No al menos de manera evidente, porque por lo visto Kim tenía sus gustos.
La película más conocida de las que Shin filmó para Kim es Pulgasari, estrenada en 1985. Film histórico en el que los soldados del ejército de Corea del Sur actuaron como extras, Pulgasari presenta a los vecinos de un pueblito luchando contra un rey explotador, ayudados por... un Godzilla coreano, que es el que da título a la película. Quien quiera arriesgarse a verla puede hacerlo, bajándola de Internet. Antes de morir de inanición, un anciano herrero, capturado por los secuaces del corrupto gobernador de una aldea, modela un muñequito con puñados de arroz. Adoptado por los sobrinos del herrero (uno de ellos una percanta), el muñeco cobra vida, emite unos ruiditos de cachorro y su piel comienza a endurecerse, hasta parecerse a una suerte de osezno con armadura. El cachorro, que es el Pulgasari en cuestión, tiene una peculiar fuente de alimentación: se vuelve loco por todo lo que esté hecho de hierro, devorando espadas, hachas, azadas, instrumentos de labranza. Crecidito, comienza a ponerse agresivo con los soldados, sembrando el terror entre ellos y la felicidad en el campesinado. A esa altura pasó de osezno a dragón con cuernos, dueño de la capacidad de tragar los cañonazos rivales y devolverlos en forma de escupitajo letal. En una palabra, el Godzilla comunista.
En la vida de Shin Sang-ok, más interesante que las ficciones parece haber sido la realidad. Al menos en los últimos años, ya que hay quienes rescatan varias de sus películas más tempranas, tanto por la audacia sexual como por sus innovaciones formales. Era tal el entusiasmo de Kim Jong-il por Pulgasari, que recibió de muy buen grado la propuesta de su cautivo de viajar a Austria para establecer allí una compañía de distribución. En Viena, Shin y Choi se encontraron a almorzar un mediodía con un crítico japonés amigo, éste los metió en un taxi y se los llevó a la Embajada de Estados Unidos. Otra vez interviene el cine, ahora en formato de acción: un auto con agentes de seguridad al servicio de Corea del Sur los persigue, pero no los alcanza. Vuelan a Estados Unidos, les dan refugio en el estado de Virginia y les sacan toda la información posible sobre su cautiverio en manos del loco amarillo y comunista. Incluido el casete que Choi había grabado aquella vez, y que previsoramente llevó consigo en la huida.
Shin escribe un libro sobre su experiencia (In Kim’s Kingdom), se cambia el nombre por Simon Sheen y bajo ese apodo produce a comienzos de los ’90, en Estados Unidos, tres entregas de la difícilmente memorable saga 3 ninjas, y dirige una de ellas. En 1994 fue invitado como jurado al Festival de Cannes, el mismo año recibió un trasplante de hígado y murió dos años más tarde, por complicaciones hepáticas, meses antes de cumplir 80. Ahora que su historia está publicada, ya nadie podrá decir que tuvo una vida de película, antes de recordar la de este equivalente contemporáneo de Sheherezade y alter ego real del Ethan Hunt de Misión: Imposible.
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