CINE › CLAIRE DENIS HABLA DE LOS CONCEPTOS QUE GUIAN SU OBRA
En ocasión de la retrospectiva que comienza mañana en la Sala Leopoldo Lugones, la gran directora francesa, autora de films esenciales como Bella tarea y 35 rhums, dice: “Hay una cuota de obsesión personal detrás de cada una de mis películas”.
› Por Ezequiel Boetti
La escena no llamaba demasiado la atención del transeúnte promedio. Al fin y al cabo, se trataba –o al menos eso creía– de una de las tantas señoras de casi 70 años, pequeña y de apariencia frágil, que aprovechaba los primeros calores de noviembre y la ausencia de turistas para patear a paso cansino la rambla marplatense, siempre mirando de reojo la inmensidad del Atlántico. Pero el espectador más avezado, arrimado hasta allí con el único objetivo de someterse a maratónicas sesiones de sala oscura en el marco de la 29ª edición del Festival de Cine, torcía la cabeza y abría los ojos hasta la redondez perfecta, seguramente descreyendo que ella, Claire Denis, una de las directoras fundamentales del último cuarto de siglo, había pasado a su lado. Pero era verdad: la autora de películas enormes como Bella tarea (1999), Trouble Every Day (2001) y 35 rhums (2008) visitó Mar del Plata para acompañar una jugosa retrospectiva de su obra y brindar una charla abierta ante un auditorio repleto. Podría pensarse que esta digresión de casi cinco meses es un capricho dominguero del cronista, pero no: el recuerdo viene a cuento de una nueva oportunidad para reencontrarse con la filmografía de la parisina, en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, donde desde mañana y hasta el próximo domingo se realizará el ciclo Claire Denis: una revisión (ver recuadro).
Líneas abajo, Madame Denis hablará a solas con Página/12 sobre la reticencia a plasmar su dolor en un guión, alegando la importancia minúscula del propio por sobre el ajeno. Esto no impidió que las vivencias personales se colaran a lo largo y ancho de sus trabajos. Nacida en París en 1948, pasó gran parte de su infancia en Africa acompañando a su padre durante sus deberes como funcionario colonial. Décadas después, los recuerdos de aquella época serían el caldo de cultivo de su imaginario artístico: Chocolate, su ópera prima, transcurre en Camerún, mismo país del que proviene el grupo Les Tetes Brulées, cuya gira francesa es el eje del documental Man No Run (1989); Bella tarea ilustra los recuerdos de un soldado durante su paso por la Legión, y White material (2009) se sitúa en un país innominado del continente negro.
Pero para lanzarse a la aventura de filmar faltaba bastante. Primero, ingresar a la carrera de Economía. Después, abandonarla un par de años para anotarse en la reconocida escuela de cine Idhec (Institut des Hautes Études Cinématographiques). Más tarde, trabajar como asistente de directores de la talla de Jaques Rivette, Costa-Gavras, John Cassavetes, Jim Jarmusch y Win Wenders. Y por último, superar las limitaciones no tanto del entorno como las autoimpuestas. “Creo que siempre quise hacer películas, pero no podía porque me daba miedo. La sola idea de tener que salir a buscar dinero, sufrir y exponer mis propias fallas me aterraba. Hasta que un día me di cuenta de que estaba decidida, sentía una voz interior insoportable que me llamaba a expresarme”, recuerda.
–Gracias a esa decisión filmó Chocolate. ¿Fue la más difícil de hacer? ¿Cuántos de sus temores finalmente se concretaron?
–No, no fue la más difícil. Al contrario, durante toda mi carrera, cada vez que terminé de filmar me dije que había sido el rodaje más difícil, y no iba a atravesar nunca más por todo ese proceso. En la primera película, en cambio, había una liviandad general no sólo porque me permitió volver a Camerún, sino porque sentía que había invitado a un grupo de amigos y técnicos de visita a un país que amé y sigo amando muchísimo. Fue un viaje hermoso, una experiencia donde compartí muchas cosas. Filmé prácticamente a ciegas, porque no pude ver nada del material hasta que volví a Francia, así que todas las noches pensaba que si la película no funcionaba y era una mierda total, al menos me quedaría todo eso que humanamente fue muy enriquecedor. Después, con la segunda película, S’en fout la mort, comprendí que quería hacer cine, que ese era un medio de expresión que no dejaría nunca.
–Chocolate transcurre en la época colonialista y no es la única de sus películas situadas en Africa. Más allá de haber vivido su infancia ahí, ¿siente algún interés cinematográfico particular por ese continente?
–Sí, totalmente. Africa es inmensa, un territorio similar al de América del Sur, con una variedad de paisajes y culturas enormes. Es el continente donde los primeros hombres habitaron la Tierra, y creo que todo eso le da una magnitud impresionante. Pero hay otro elemento fundamental en mi interés, y tiene que ver obviamente con los recuerdos de la infancia. La idea del calor, los gustos y el perfume de aquellos años me acompañaron siempre. Creo que envejecemos con nuestra infancia en el interior.
–¿Hay una relación entre esos recuerdos y la sensibilidad de su cine?
–Es que los sentimientos... Soy una persona muy emocional, entonces amo la música y el cine que de alguna forma me movilizan interiormente. Y eso es lo que busco cuando hago películas. Si pienso en un guión que sea simplemente una idea sin un sentimiento muy fuerte detrás, no va a funcionar para mí. Tiene que haber una cuota de obsesión personal detrás de cada uno de mis trabajos.
–Muchas de sus películas comienzan con la idea de una partida o de un regreso, desde Chocolate y Trouble Every Day hasta su largo más reciente, Les salauds, que arranca con el protagonista volviendo a París. ¿Qué papel cree que juega la distancia temporal y física en sus personajes?
–Sinceramente no lo sé, pero pienso que es un interés muy particular nacido en el gusto que me da agarrar un auto e irme a donde sea, o subirme a un tren y sentarme durante largas horas a mirar el paisaje. Creo que por esa razón es muy fácil imaginarme películas que comiencen con un viaje. Me encanta la idea del viaje como disparador de emociones, como un elemento fundamental para generar quiebres internos dentro de mis personajes.
–Una crítica de White material decía que la historia “iba de lo íntimo a lo político”, y da la sensación de que esa característica cuadra con gran parte de su cine. ¿Coincide?
–Sí, es verdad, pero la realidad es que no sabría hacer un film enteramente político. Me gusta partir de lo íntimo y mostrar desde ahí cómo la política está presente todo el tiempo, condicionando las situaciones y los comportamientos de los personajes. Siempre busqué historias íntimas sobre el amor, sobre el momento en que termina o comienza, pero el modo de pensar el trabajo del protagonista, si gana mucho o poco o el auto que maneja, todo eso es política.
–En una entrevista definió al cine como la posibilidad de “poder compartir el dolor de los demás, pero no contar el propio”. Es una definición rara para una cineasta tan preocupada por lo íntimo y lo personal. ¿Cómo la explica?
–Sigo estando de acuerdo conmigo misma (risas). Me avergüenza mi propio dolor y, por lo tanto, hablar de él. Aunque, en realidad, no sé si vergüenza es el término justo, porque soy capaz de decir cosas horribles de mí. Pero en la intimidad es un proceso mucho más complejo y no sabría cómo pasar todos esos sentimientos contradictorios a un guión. Siempre me dije que mi dolor es pequeño, así que intento pensar que no tiene importancia o valor suficiente al lado del que atraviesa el resto. Y, paradójicamente, me toca mucho más fuerte el dolor de los demás. Algunos directores saben contar historias personales centradas en su propio dolor a través de un sistema narrativo irónico, y eso para mí es genial. Pero la verdad es que temo no poder ser tan irónica para distanciarme lo suficiente.
–Casi todos sus guiones están coescritos con Jean-Pol Fargeau. ¿De qué forma se da el trabajo conjunto?
–Logísticamente es difícil, porque tenemos que estar en el mismo espacio y, como él vive en Marsella, es necesario que venga a París. Cuando estamos juntos tomamos un café, una copa de vino o simplemente compartimos una salida al cine, y eso nos brinda un sentimiento a través del cual podemos llegar a una escena del guión. Nuestro trabajo es muy armónico y nos complementamos perfectamente.
–También suele trabajar con los mismos actores, músicos (Stuart Staples y su grupo Tindersticks) y con la misma directora de fotografía (Agnès Godard). ¿Con todos ellos ocurre lo mismo?
–Es que los quiero y no me gustaría dejarlos. Hay un conocimiento mutuo, pero no somos amigos. Por ejemplo, con Stuart nos juntamos y hablamos muchísimo, pero no quiero ser muy cercana a él. También conozco muy bien Agnès, pero no somos amigas. No podría trabajar con todos ellos si fueran mis amigos, es necesario mantener cierta distancia emocional para que el resultado sea mejor. Es cierto que durante los rodajes se forman vínculos muy fuertes, pero después desaparecen.
–Les salauds , su film más reciente, fue su primera película rodada en digital. ¿Ha sido un cambio importante?
–Sí, totalmente. Fue un cambio a la fuerza. Trabajamos con una cámara Red y modificó muchísimo mi forma de filmar. Es un equipo que retrata muy bien la noche y la oscuridad, pero no la intimidad de un cuerpo o de una escena amorosa, porque es una cámara muy clínica. Me gustaría tener la opción de elegir el formato más adecuado, pero es cierto que todo el negocio está volcándose definitivamente hacia lo digital, y es muy difícil resistir.
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