Mié 22.04.2015
espectaculos

CINE › TRES NUEVAS PELíCULAS EN LA COMPETENCIA ARGENTINA

Desafíos para contar un mundo

Miramar, de Fernando Sarquís, construye una narración tenue en la que los conflictos parecen surgir por sí solos. Cuerpo de letra, de Julián D’Angiolillo, es un exquisito relato visual. Placer y martirio, de José Celestino Campusano, no logra sostener el verosímil.

› Por Horacio Bernades

En la crónica de ayer se hacía mención a ciertas “ficciones débiles”, películas que parecen temer el desarrollo de personajes, el planteo de conflictos, lo propio del drama, como si todo eso fuera fatalmente sinónimo de un cine antiguo, convencional o perimido. Opera prima del cordobés Fernando Sarquís (sin relación de parentesco con el fallecido Sebastián), Miramar demuestra que no tiene por qué ser así. Sarquís construye una narración tenue en la que los personajes, los conflictos, el drama parecen surgir por sí solos, no porque el film los dé por sentados. Es como si “le nacieran” al relato y éste se adaptara a ellos. Parte también de la Competencia Argentina, algo semejante sucede con Cuerpo de letra, opus 2 de Julián D’Angiolillo (realizador de Hacerme feriante, que participó de la misma sección en la edición 2010 de este festival). Con la diferencia de que en este caso los elementos de ficción se le imponen a un documental. A su turno, Placer y martirio, del quilmeño José Celestino Campusano, no logra construir lo básico de todo relato, se trate de documental o ficción: un verosímil que lo sostenga, un mundo propio que funcione como tal.

Una hostería modesta en un balneario igualmente modesto de la provincia de Córdoba, que se llama Miramar porque los vecinos de la zona imaginan el lago como mar. La dueña de la hostería (Eva Bianco, protagonista de Extranjera, Los labios y El recuento de los daños), su hija adolescente (Florencia Decall, hermana menor de Atlántida, magnífica en un registro opuesto), el padre internado, un pasajero fuera de temporada. Con esos elementos mínimos, Sarquís encara un relato que en su primera parte parece no querer terminar de liarse, como si lo invadiera la pereza siestera de la zona, entrando luego en lenta combustión. La que genera la chispa narrativa es Sofía. O su condición adolescente, que la impulsa a la curiosidad y al futuro. Curiosidad ante un forastero poco predispuesto al contacto social, futuro dado por la posibilidad de una beca que la llevaría lejos. Sintomático del modo en que la película se relaciona con sus personajes, se percibe que a su mamá no le gusta nada que Sofía se vaya. No sólo porque es signo del paso del tiempo, sino porque va a quedarse sola. Pero no hay exteriorización o verbalización de un conflicto, que, como el lago cercano, es interno. No tiene salida al mar. Miramar muestra que es posible construir una ficción tenue, sin estructuras dramáticas que exhiban su condición a los gritos.

Cuerpo de letra construye su narración de modo aún más inadvertido. Producto del modo impresionista con que D’Angiolillo maneja sus materiales –nocturnidad, imágenes fugitivas, contraste de luces y sombras, saltos de raccord–, cuesta incluso detectar, visual y narrativamente, a sus protagonistas, chicos que andan por la Panamericana como si vivieran allí. A veces andan literalmente a los tumbos. Cuando se tienen en pie se dedican a pintar los muros. Hasta que alguien armado de un walkie-talkie los conchaba, para que pasen de pintar sus nombres a pintar los de Sergio Massa, Mauricio Macri o Martín Insaurralde. Así como en Miramar la condición adolescente de Sofía da nacimiento al relato, aquí éste surge de ese pasaje de lo individual a la propaganda, de lo que podría llamarse “arte por el arte” a uno por encargo, del amateurismo a la profesionalización, de lo más o menos lumpen a la política de “punteros”. Y de la amistad a su ruptura, cuando cada uno de ellos pasa a servir a un puntero distinto. Todo eso, disuelto en un relato puramente visual, en el que el trabajo de cámara, iluminación, composición y montaje es de una exquisitez que los documentales, expuestos a las contingencias de lo real, no suelen tener.

Pasa en fútbol que ciertos equipos “la rompen” cuando juegan de locales, desluciéndose de visitantes. De Vil romance (2008) a Fantasmas de la ruta (2014), José Celestino Campusano logró narrar –con una genuinidad que sólo quien pisó esas calles puede tener– un conurbano a caballo entre la dura supervivencia y el otro lado de la ley. En El perro Molina, presentada en noviembre pasado en el Festival de Mar del Plata, correrse unos kilómetros más hacia el campo –y, consiguientemente, el western– generaba los primeros tropezones. En Placer y martirio, Campusano da un salto mortal, lanzándose a pleno Puerto Madero y narrando la relación entre un señor sumamente adinerado (está muy bien que no se sepa cómo hizo ese dinero) y una señora insatisfecha que parecería actualizar, en su lánguida busca de ruptura, a la Graciela Borges de Crónica de una señora o Heroína.

Lo que validaba el cine previo del autor, dándole una verosimilitud única, es que parecía narrado por los propios seres que lo habitaban. Lejos de casa, el realizador de Vikingo parece tan perdido como estos personajes lo estarían en Berazategui. Todo lo que antes sus méritos permitían pasar por alto (diálogos demasiado escritos, en ocasiones marmóreos, más recitados que nunca por actores más fuera de lugar que en cualquier otra ocasión) quede ahora expuesto y desnudo. Como la propia protagonista, a quien su insatisfacción matrimonial pone en manos de un psicopatón con plata, que la hunde en el ridículo.

* Miramar se verá por última vez mañana a las 15.20 en Atlas Multiplex Belgrano 1. Cuerpo de letra, mañana a las 21.30 en Village Caballito 4. Placer y martirio, hoy a las 18.15 en Village Recoleta 4 y el viernes a las 22.15 en Atlas Multiplex Belgrano 1.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux