CINE › EL PERIODISTA RAúL VIARRUEL PRESENTA SU DOCUMENTAL SALDAñO, EL SUEñO DORADO
Así define el realizador del film las condiciones de reclusión de Víctor Hugo Saldaño, el argentino que desde hace dieciocho años espera su ejecución en el llamado Corredor de la Muerte de una prisión de Texas, en los Estados Unidos.
› Por Oscar Ranzani
El cordobés Víctor Hugo Saldaño se propuso concretar dos sueños cuando tenía 17 años: encontrar a su padre en Brasil (quien había abandonado a su familia cuando el niño tenía apenas dos años) y recorrer el mundo. El primer sueño se concretó. El segundo terminó en una verdadera pesadilla. Saldaño viajó por gran parte de Latinoamérica hasta que ingresó como inmigrante indocumentado a los Estados Unidos. Durante un tiempo, trabajó como lavacopas, jardinero y carpintero. Hasta que llegó a Texas y su vida tuvo un vuelco tremendo. Allí conoció al mexicano Jorge Chávez y entró en una espiral del delito y la marginalidad. El 25 de noviembre de 1995, Saldaño, de 23 años, y su cómplice asaltaron y asesinaron a Paul Ray King, un vendedor de computadoras. Chávez fue condenado a cadena perpetua, pero Saldaño recibió como sentencia la pena de muerte, convirtiéndose en el primer argentino destinado a morir por una inyección letal en los Estados Unidos. Como inmigrante desocupado, latino e ilegal, a Saldaño le tocó bailar con la más fea: el informe de un perito psicólogo señaló que “es más peligroso por ser latino y pobre”. Con ese señalamiento, se logró que se revisara su condena. Incluso, se sancionó la Ley Saldaño en Texas, que indica que no se puede agravar la pena de nadie por su raza u origen. El caso llegó a la Corte Suprema de los Estados Unidos, que ordenó revisar el fallo. Pero en un segundo juicio se ratificó la condena. Desde entonces, pasa sus días en el macabro Corredor de la Muerte de Texas. Este es el caso que investigó el periodista Raúl Viarruel en el documental Saldaño, el sueño dorado, que se estrenará mañana jueves en el Espacio Incaa Gaumont.
Respecto de cómo tomó conocimiento del caso, Viarruel comenta a Página/12: “Porque ha tenido mucho impacto en Córdoba fundamentalmente”. Y como el periodista y cineasta es también cordobés se enteró hace mucho del calvario de Saldaño. “El disparador fue una noticia sobre una inminente ejecución que iba a haber hace algunos años. Eso fue lo que me movilizó a acercarme al caso. Una vez que tomé contacto con la madre de Saldaño, con la idea de llevar adelante una investigación, decidí hacer la película y contar lo sucedido”, agrega Viarruel. La idea no es sólo contar el caso, sino también los vericuetos jurídicos que tuvo. “Es una gran crónica de la historia personal de Saldaño y lo que ha hecho, pero también lo que significa el sistema judicial norteamericano en relación a los pobres y los inmigrantes en Estados Unidos”, subraya el director.
–¿Con ese señalamiento quiso denunciar la discriminación judicial del sistema penal estadounidense?
–Claro. La historia fuerte de la película es lo que tiene que ver con las violaciones a los derechos humanos desde que se inicia el caso, porque en la película se muestran imágenes que fueron obtenidas a través de una cámara de seguridad en un recinto de la Policía de Plano (Texas), donde Saldaño fue interrogado después de involucrarse en el crimen en el año ’95. En esas imágenes (en realidad, la grabación dura dos horas) puede verse claramente cómo Saldaño, que no tenía abogados y estaba totalmente indefenso en términos legales, fue coaccionado y doblegado psicológicamente hasta lograr incluso su autoincriminación.
–¿Cómo llegó a conseguir esa cinta que, por lo que se ve en su película, puede inferirse que data de cuando Saldaño fue detenido?
–Efectivamente fue grabado en ese interrogatorio. La cinta me llegó con la condición de no revelar la fuente porque se trataba de un material sensible. Así que la condición fue respetar precisamente ese pedido.
–¿El film busca estimular el debate sobre la pena de muerte?
–El tema de la pena de muerte está muy ligado a lo que significa este calvario durante dieciocho años en el Corredor de la Muerte. Es decir, el doble estándar del sistema judicial estadounidense con pobres y ricos (y esa distinción entre quienes pueden acceder, pero quienes no, lo sufran) va ligado también a lo que significa esta concepción muy fuerte cultural e idelógica de Texas acerca de la aplicación de la pena de muerte. Y también del Corredor de la Muerte. En la película no se plantea el debate directamente, pero sí subyace lo que significa una pena como ésta.
–¿Cómo es el Corredor de la Muerte y su rutina?
–Es un lugar de extrema seguridad que está absolutamente definido por sus características, porque allí es donde los condenados esperan para ser ejecutados. Es un lugar sin tiempo y prácticamente con espacios infrahumanos porque es una celda de tres por tres, donde no se les permite contacto con otras personas. Ahí, los prisioneros son llevados a un patio donde se puede ver la luz del sol, pero que también está cerrado, como para que hagan un poco de ejercicio. Según dicen los abogados de Saldaño, eso es cuando a los guardias se les ocurre. No es algo taxativamente explicitado, sino que depende de la voluntad de los guardias. Tienen tres comidas al día que no son más que las calorías que les exige la ley para que el prisionero conserve una salud mínima y no tenga ningún tipo de incidentes que le pueda provocar la muerte, lo que significaría un grave problema para ellos. En definitiva, está establecido de esta manera: recluido sin contacto humano y con una alimentación que es realmente muy pobre en la variedad porque se refiere solamente a la posibilidad de las calorías, no a la diversidad.
–¿Cómo trabajó la estructura narrativa para no santificar pero tampoco demonizar a Saldaño?
–Ese fue uno los preceptos a dejar claramente establecido, porque el propio Saldaño asumió la culpabilidad de su crimen y su familia así también lo entiende. Entonces, la idea era ser honesto en ese sentido y no exculpar a Saldaño de algo que él participó y estuvo involucrado. Incluso, en las imágenes de la cámara de seguridad se puede ver a un Saldaño hasta cínico, más allá de su inocencia de no entender cabalmente qué era lo que le estaba por ocurrir y en el lío que se había metido. No es amigable la imagen que surge de esa filmación. Pero, en definitiva, me parecía bueno también que se pudiera mostrar como un reflejo de lo que era Saldaño y cómo pensaba en ese momento. Eso me parecía muy interesante y coincidía con este objetivo de ser lo más estrictamente honesto.
–¿Por su oficio de periodista armó el documental como una crónica?
–Claro, en realidad es una gran crónica que recorre lo que fue su derrotero tanto a nivel personal, describiendo el viaje con el que llegó a Estados Unidos (porque el viaje es parte del sueño dorado que él tenía), y lo que significaron las diversas instancias judiciales y diplomáticas. Esa es la columna vertebral del caso narrado por los protagonistas que han sido la madre, los abogados y también los funcionarios de Cancillería.
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