CINE › TRUENO Y LA CASA MAGICA, DE BEN STASSEN Y JEREMIE DEGRUSON
Promocionada por un gato argentino que no tiene nada que ver con el protagonista de esta producción belga, muy superior a la de su “primo” local, Trueno y la casa mágica juega entre la animación realista y la fantasía total.
› Por Diego Brodersen
Más allá de la engañosa campaña local, que se acerca peligrosamente a la trampa cazabobos (“No te pierdas la súper peli de mi primo Trueno”, afirma Gaturro en los afiches publicitarios), no hay nada que relacione al famoso gato creado por Nik con el protagonista de Trueno y la casa mágica. Hecha la necesaria aclaración, el felino del largometraje dirigido por los belgas Ben Stassen y Jérémie Degruson (conocidos aquí por su anterior Las aventuras de Sammy: En busca del pasaje secreto) podrá envidiar la fama y el dinero de Gaturro, pero su aventura cinematográfica es bastante más digna que la protagonizada por su “primo” de estas pampas. Cosa curiosa, la procedencia del film sólo puede corroborarse a partir de la ficha técnica y artística; ni el título original ni el idioma que hablan los personajes ni las referencias geográficas o culturales permiten adivinar su país de origen: Bélgica. No es casual, ya que la película está pensada sin atenuantes como un producto para el mercado internacional y, por ende, su versión original es en estricto idioma inglés. El estilo del trazo y la animación, el tono y todas las referencias de la historia forman parte de un ideal de “internacionalismo” basado en el modelo de la animación digital mainstream producida hoy en los Estados Unidos.
A pesar de esa falta de carácter, la historia del gatito que es adoptado y protegido por un viejo mago luego de ser abandonado por sus amos originales tiene varias virtudes para ofrecer a su público, eminentemente infantil. El diseño de los personajes humanos y en particular el de los animales, juguetes y autómatas no apuesta a la mímesis o el antropomorfismo extremo y está jugado a un nivel intermedio entre la fantasía total y la construcción de un realismo que resulta verosímil en la lógica del universo narrativo. Como en Toy Story, los más diversos juguetes y cachivaches cobran vida en la enorme y mágica mansión del título, aunque en este caso los humanos son plenamente conscientes de su condición de seres con vida propia. Y como en Babe, el chanchito en la ciudad –la obra maestra del australiano George Miller–, serán en parte los animales los encargados de proteger el santuario de una posible invasión exterior, en este caso un sobrino del anciano ilusionista que desea quedarse a toda costa con la casa y mandar al anciano a un geriátrico... en Long Island (ya se ha dicho: esto no es Bélgica).
Inclinada hacia un tono cómico y con varios pasos de slapstick, Trueno y la casa mágica impone la persecución como situación recurrente, con sus planos subjetivos y correspondientes contraplanos que hacen uso y algo de abuso de la sensación de profundidad. Los animales encarnan previsiblemente arquetipos y estereotipos, tanto dramáticos como étnicos: el conejo gruñón y receloso, el ratoncito pusilánime, el chihuahua latino, la pareja de palomas italianas. Si algo se extraña en la película de Stassen y Degruson es la posibilidad de encontrarse con diversos niveles de lectura, cierta complejidad que hace que los mejores exponentes de la animación contemporánea puedan ser disfrutados sin indulgencia por espectadores de las más diversas edades. Aquí no hay mucho detrás de la impecable superficie de la animación 3D, aunque el veloz ritmo de la narración y el ingenio del diseño visual compensan en parte esa falta de estilo y sustancia.
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