CINE › CHOELE, EL PRIMER LARGOMETRAJE EN SOLITARIO DE JUAN SASIAIN
Relato de iniciación y de ingreso a la adolescencia, el nuevo film del codirector de La Tigra, Chaco decide no correr riesgos formales para concentrarse en un preciso registro de lugares y personajes, siempre interesantes.
› Por Diego Brodersen
Sensatez y sentimientos es lo que prima en el primer largometraje en solitario de Juan Sasiaín (codirector, junto a Federico Godfrid, de La Tigra, Chaco). Relato de iniciación y de ingreso a la adolescencia –como corresponde, a los tumbos–, Choele decide conscientemente no correr riesgos narrativos o formales excesivos para, en cambio, concentrarse en una precisa estructuración de lugares y registros que no por habituales resultan menos interesantes. Coco (el debutante Lautaro Murray, impecable como el resto del reparto infantil) regresa a su lugar de nacimiento y crianza temprana en Choele Choel, en la provincia de Río Negro, para pasar unos días junto a su padre (Leonardo Sbaraglia), separado de su mujer hace algún tiempo y con nueva novia viviendo bajo el mismo techo (Guadalupe Docampo).
El arranque no admite preámbulos y la primera escena, que hace las veces de presentación de los personajes principales, no deja ningún lugar a dudas respecto del tono que adoptará el film de principio a fin: un naturalismo amable y sin demasiados sobresaltos –ni de los buenos ni de los malos–, acompañado de un cuidado en los encuadres y la fotografía que destacan ampliamente la belleza natural de las locaciones, aunque sin caer en pintoresquismos. A partir de un punto de vista que nunca se aleja demasiado de la mirada de Coco, los conflictos resultan tan transparentes como el agua del río que corre por ahí cerca: la llegada de la efervescencia hormonal, la separación de los padres, los anhelos enfrentados a la realidad de los adultos, los celos ante la nueva compañía del padre, complicados aún más por la juventud de la muchacha. Sasiaín evita el posible efecto Verano azul, que pudo haber empantanado la película en escarceos sensibleros, concentrando la atención en los detalles de la relación padre-hijo y también entre ambos y la joven, objeto a la vez de recelos y deseos. En un segundo plano –aunque no por ello menos relevantes– la descripción de algunas escapadas y juegos junto a un amigo y la posible relación sentimental con una vecinita del pueblo.
La mirada de Choele nunca es condescendiente con los personajes, en particular con el joven protagonista, y ello hace que los diálogos y situaciones se sientan usualmente creíbles y honestos. No es un logro menor que la película no pueda ser descripta como “otra sobre el primer amor”. Si algo resiente en parte los resultados del film es cierto miedo al vacío dramático, lo cual hace que algunas de las escenas se encadenen atolondradamente, sin pausas aparentes. Algo similar ocurre con la banda de sonido que, horror vacui musical mediante, repite dos o tres leitmotiv incluso en momentos en los cuales una posible ausencia hubiera aportado bastante más que su evidente omnipresencia. Son los riesgos de ese pulido profesional que a veces se pone demasiado enfático y termina relegando sutilezas.
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