CINE › UN DOCUMENTAL CONFESIONAL, EN PRIMERA PERSONA
De apenas 90 minutos y bajo presupuesto, pequeño en escala pero no en sus alcances, La imagen perdida es justamente la búsqueda que hace Rithy Panh de aquello que ya no puede encontrar en su país: las pruebas del genocidio.
› Por Luciano Monteagudo
Uno de los más grandes documentalistas contemporáneos, el camboyano Rithy Panh tiene –como el francés Claude Lanzmann– una preocupación recurrente, obsesiva, como si su obra no pudiera sino girar alrededor del tema que marcó su vida. Y su centro es –como la Shoá para Lanzmann– otro de los mayores genocidios del siglo XX. Desde Site 2 (1989) y la extraordinaria S-21, la máquina roja de matar (2003), el persistente objeto de estudio de Rithy Panh es el Khmer Rouge, la temible organización política liderada por Pol Pot que durante su reinado de terror, entre 1975 y 1979, dejó un saldo de más de dos millones de muertos.
De apenas 90 minutos y bajo presupuesto, pequeño en escala pero no en sus alcances, La imagen perdida es justamente la búsqueda que hace Rithy Panh de aquello que ya no puede encontrar en su país: “Hay tantas imágenes en el mundo, que uno cree que ha visto todo. Que ha pensado todo. Desde hace años, sin embargo, busco una imagen que falta...”, dice su voz en off. Esa imagen que falta es aquella que, para el director, pueda ser capaz de probar el genocidio de todo un pueblo. O de dar cuenta al menos de la muerte de sus padres y hermanos, sepultados por esa inmensa ola negra y atroz, de la cual él fue de niño un milagroso sobreviviente. Pero a falta de esa imagen, Rithy Panh invierte de manera magistral la ecuación de su film: ya no propone la búsqueda de una imagen, sino más bien la imagen de una búsqueda. La búsqueda que permite el cine.
A diferencia de S-21 (sobre una escuela convertida en campo de concentración y centro de torturas), en este caso, por primera vez, Panh hizo un documental confesional, en primera persona. Lo primero que narra el director camboyano –con sencillez y humildad, sin victimizarse pero al mismo tiempo poniendo en valor su propia experiencia personal– es su infancia feliz junto a toda su familia. Y como no le ha quedado ni una foto para representar ese momento, recrea aquel mundo –quizás idealizado– con unos delicadísimos muñecos de arcilla, pequeñas obras de arte talladas a mano por el escultor camboyano Sarith Mang.
Nada hay de estética naïf, sin embargo, en La imagen perdida. Y menos cuando ese mundo que Panh recuerda al comienzo colorido, casi paradisíaco, se vuelve de pronto gris como los uniformes del Khmer Rouge y marrón como el barro en el que él y millones de sus compatriotas –científicos, técnicos, docentes– fueron sumergidos para su “reeducación”, en una inútil Revolución Cultural, inspirada en la que ya había fracasado en la China maoísta. “Mi país de pronto odiaba el conocimiento; las escuelas se convertían en centros de exterminio y las bibliotecas en chiqueros para alimentar a los cerdos”, narra Panh, mientras se ven unos pocos metros de material de archivo con unos chanchos disfrutando en la Biblioteca Nacional.
Allí aparecen algunas otras imágenes: grandes planos generales, con masas de trabajadores recorriendo como hormigas unos arrozales yermos. En ese cine colectivista del régimen, hay sin embargo un solo, absorbente actor protagónico, el único que amerita los primeros planos: el líder Pol Pot, el “Hermano número 1”, que supo ganarse la devoción del campesinado de su país –bombardeado sin compasión por la aviación estadounidense–, pero que luego condujo mesiánicamente a su pueblo a lo que algunos historiadores consideran un “autogenocidio”.
¿Qué atracción, qué misterio escondía este hombre? Sus escasas imágenes, registradas por un camarógrafo que luego de filmarlas corrió la misma, triste suerte de millones de sus compatriotas, no alcanzan a develar el enigma. Pero se diría que, aunque plantea con intensidad esa pregunta, Rithy Panh nunca deja de plantear otra, mucho más íntima, personal, como la que atormentaba al Ciudadano Kane de Welles, que es un poco la de todos los hombres: ¿Dónde quedó su trineo? ¿Qué fue de esa patria feliz y robada que fue su infancia? De esos interrogantes universales está hecho también el cine de Rithy Panh.
Camboya/Francia, 2013.
Dirección: Rithy Panh.
Guión: Rithy Panh y Christophe Bataille.
Fotografía: Prum Mesa.
Música: Marc Marder.
Montaje: Rithy Panh y Marie-Christine Rougerie.
Funciones exclusivamente los miércoles a las 20 horas en la Filmoteca Metropolitana de la UMET, Sarmiento 2037.
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