CINE › EXORCISMO EN EL VATICANO, DE MARK NEVELDINE
› Por Juan Pablo Cinelli
Es increíble que a esta altura la industria del cine parezca seguir como obligada por obediencia debida una regla tácita según la cual todos los años deben hacerse dos o tres películas de exorcismos. Y por lo visto todas se estrenan en la Argentina: hace unos meses pasó Donde se esconde el diablo y ahora le toca a Exorcismo en el Vaticano, de Mark Neveldine. No es que la regla no se aplique a otros subgéneros del cine de terror, pero este caso es insostenible, porque da la impresión de que no hay nadie capaz de encontrar para el tema un recorrido novedoso. Al contrario de lo que pasa con los zombis, que inspiran a muchos directores y siempre están dispuestos a apropiarse de nuevas metáforas y sentidos, las películas de exorcismos suelen ser planas y vacías, con un desbalance notorio entre golpes de efecto (siempre abundantes) y contenido (por lo general escaso). Para seguir con el paralelismo, también llama la atención que ambos arquetipos contradigan en esencia sus rasgos más característicos porque, en contra de las lecturas que pueden hacerse de sus películas, los posesos suelen ser verborrágicos, expansivos, plurales y hablar muchas lenguas. En cambio las de zombis resultan simbólica y narrativamente más ricas, desmintiendo la abulia inexpresiva de sus alienados personajes. Puede que el asunto tenga una explicación simple. Mientras que los films de exorcismo son fábulas religiosas, sobre todo católicas, y por lo tanto sumamente rígidas, puritanas y conservadoras, los zombis son laicos, hecho que quizá permita entender por qué sus películas son menos dogmáticas y capaces de mayor expresividad.
Como casi todas las películas de exorcismo y algunas de posesión (que aunque puedan parecerse y compartan varios elementos no son lo mismo), Exorcismo en el Vaticano respeta a rajatabla la especificidad de los roles. Así, es una mujer a la que vuelve a colocarse en el lugar de amanuense demoníaco al que debe redimirse y salvarse, no sin antes hacerla atravesar por al consabido ritual de sometimiento físico, delegando en las figuras masculinas el lugar de salvadores y custodios de la ley y la virtud femenina. ¿Puede haber algo más conservador? Claro: que la posesión se justifique en el hecho de que la protagonista es la hija abandonada de una prostituta. Pero además el film de Neveldine (¡qué lejos quedó su promisorio debut con Crank: Veneno en la sangre, original relato de acción con Jason Statham!) incurre en una serie inconsistencias estructurales que le impiden ser convincente a la hora de ir más allá de lo general. Y para colmo desbarranca en momentos de involuntaria hilaridad, sobre todo dentro del desarrollo del propio exorcismo (un clímax fallido), momento en que a la pobre posesa sólo le falta empezar a sacar de la boca una tira de pañuelitos de colores anudados, como si ser mago de pelotero y tener el diablo adentro fueran más o menos la misma cosa.
The Vatican Tapes, Estados Unidos, 2015.
Dirección: Mark Neveldine.
Guión: Christopher Borrelli y Michael C. Martin.
Duración: 91 minutos.
Intérpretes: Olivia Taylor Dudley, Michael Peña, Dougray Scot, Djimon Hounsou y otros.
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