Vie 14.08.2015
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CINE › TED 2, DIRIGIDA Y PROTAGONIZADA POR SETH MACFARLANE

Los derechos de un osito de peluche

La habilidad del actor y director para crear situaciones y disparar chistes a repetición hace divertida esta segunda parte de Ted, que acompaña los intentos del muñeco por ser considerado “individuo”. Lástima cierta moralina, que pretende agregarle “contenido” al film.

Como en su primera parte, Ted 2, de Seth MacFarlane, vuelve a ser un festival de chistes y gags a los que es difícil cuestionarles la gracia, pero cuya efectividad depende demasiado del tipo de humor que esté dispuesto a aceptar cada espectador. Mientras más amplio sea ese registro, incluyendo la grosería, la incorrección política extrema, la escatología (también extrema) e incluso muchas veces lo cándido, entendiendo por esto último lo inocente pero también lo lisa y llanamente estúpido, más se disfrutará de la experiencia que propone esta segunda película protagonizada por el descontrolado osito de peluche y su mejor amigo humano. La diferencia con la anterior es que esta vez MacFarlane, actor, escritor y director, queriendo sumar a la historia algo de contenido (en el sentido más chato del término, el más banal), mete la pata en el mismo charco que aquellos que suelen ser los blancos favoritos de sus burlas. De esta manera, la película acaba en un berenjenal moral del que no sale del todo bien parada, y además genera un lastre de unos cuantos minutos extra que podrían haberse ahorrado.

Desde lo formal, Ted 2 de algún modo actualiza el modelo de comedia que con tanto éxito hicieron los hermanos Zucker y Jim Abrahams en los años ’80 con Top Secret o ¿Y dónde está el piloto? (que ya en la película original era homenajeada de manera explícita), o yendo hasta el fondo del asunto (y salvando las distancias), lo que hacían otros hermanos, los Marx, en los albores del cine sonoro. Es decir, se desentiende de la lógica narrativa para construir sobre una lógica humorística, haciendo que la historia sea apenas un vehículo para que el humor pueda dispararse en las direcciones más inesperadas, sin tener que responder dentro del relato más que a su propia gracia. En ese sentido, este es un film mucho menos complejo que el anterior, en donde humor e historia se amalgamaban de un modo poderosísimo para crear una alegoría hilarante acerca de la amistad y las dificultades de volverse grande. Pero esta vez MacFarlane le reserva una porción minoritaria, pero fundamental en los términos del propio relato, a intentar esbozar un mensaje demasiado explícito. Con los consabidos riesgos que semejante pretensión acarrea: los de caer por las barrancas de lo innecesariamente didáctico, de la moraleja torpe y la moralina más rancia. Todo lo que para una película como esta, cuya apuesta es lúdica por definición, representa una contradicción literal.

El asunto no es complicado: Ted es un osito de peluche que cobró vida gracias a un deseo navideño de John, su dueño, durante la infancia. Tras haber crecido juntos, Ted consigue tener una vida propia, independiente de su vínculo con John: trabaja, se ha casado y ahora con su esposa quieren tener un hijo, algo imposible para un peluche. La solución es adoptar, pero el trámite se complica porque, en tanto muñeco, Ted también carece de entidad civil. A partir de ahí el osito comienza a perder su vida social por no ser considerado legalmente una persona sino un objeto, una mercancía cuya esencia es la de ser propiedad de alguien antes que individuo. Lo que sigue es la cruzada de Ted y John por obtener el reconocimiento de esos derechos. Aunque todo esto suena muy pretencioso (y lo es), MacFarlane logra morigerar la cosa a partir de su gran habilidad para crear situaciones y disparar chistes a repetición, por lo general muy buenos y disfrutables, sobre todo para quienes posean una buena cultura cinéfila de corte pop. Justamente en ese laissez faire humorístico está lo mejor de Ted 2, porque por ese camino se convierte en un parque de diversiones en el que todo el tiempo se está deseando dar una vuelta más. Liberarse a ese impulso puede hacer de la película una experiencia grata.

Por el contrario, en lo concerniente a esa lección de vida que la película pretende dejar, el trabajo de MacFarlane es tosco y superficial. E incluso viciado de una mirada de inesperado perfil conservador, según la cual los derechos del subversivamente encantador Ted a ser considerado un individuo, sólo le serán concedidos una vez que él y John hayan dado una prueba de ser útiles a la sociedad, de estar dispuestos a adaptarse a la norma, de encajar en los moldes de los cuales la película se ríe. Nada más alejado del espíritu del personaje y, sobre todo, del humor revulsivo de su creador.

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