Vie 28.08.2015
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CINE › LA SAL DE LA TIERRA, DE WIM WENDERS Y JULIANO RIBEIRO SALGADO

Una película para poner en la mesita ratona

› Por Diego Brodersen

El último largometraje documental de Wim Wenders, codirigido por Juliano Ribeiro Salgado, puede ser visto como una versión audiovisual de uno de esos lujosos libros en papel ilustración dedicados a la obra de un artista plástico, en este caso el reconocido fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. No es este el momento ni el lugar para discutir los alcances y límites de la fotografía social de Salgado, de la potencia de sus retratos y la necesidad de expresar el dolor y el desamparo del mundo y sus habitantes a la sensación de explotación plástica de la miseria que decantan algunas de sus imágenes. Y La sal de la tierra no ahonda en ninguna posible discusión acerca de esas y otras problemáticas que importan a todo documentalista de la imagen fija o en movimiento desde que la tecnología permitió el registro visual de lo real. El film de Wenders y J. R. Salgado (hijo de Sebastião) se contenta fundamentalmente con consignar la historia profesional y personal del fotógrafo nacido en Minas Gerais a partir de una lustrosa dirección de fotografía que, por momentos, imita el contrastado blanco y negro que se ha transformado en marca registrada del arte de Salgado padre.

Desde sus inicios como fotógrafo en Brasil, pasando por su exilio político en Francia y el comienzo de sus largos derroteros por Latinoamérica, Asia y Africa (algunas de sus imágenes más famosas fueron tomadas durante una extensa hambruna en Sudán, a mediados de los años ’80), los realizadores exponen datos y anécdotas del artista, narrados en primera persona, que ilustran las fotografías a modo de epígrafes orales, interrumpidos por algunas imágenes de archivo y el registro de sus actividades actuales. El tufillo a documental oficial se ventila por completo cuando, cerca del final, La sal de la tierra se concentra en el trabajo de reconstrucción de la finca familiar de los Salgado, transformada por los cambios humanos y climáticos en un terreno absolutamente infértil. Tarea loable y esperanzadora, sin dudas, pero presentada por el film de manera torpe y vergonzosamente propagandística, como si se tratara del institucional de una fundación ecologista producido con la intención de conseguir financistas.

Resulta interesante que otra de las series fotográficas más famosas de Salgado haya sido tomada en Kuwait luego de la Guerra del Golfo: los pozos de petróleo ardientes y el desesperado intento de los bomberos de todo el mundo por extinguir el fuego es también el tema de Lecciones en la oscuridad, de otro realizador alemán: Werner Herzog. Pero a diferencia de Herzog, quien ha logrado en tiempos recientes hacer propios y personales un par de trabajos por encargo (Encuentros en el fin del mundo, La cueva de los sueños olvidados), y a diferencia también de su propia e interesante Pina, Wenders no logra en La sal de la tierra ir más allá de lo obvio y epidérmico: homenajear al homenajeado sin fisuras ni distancia y reproducir sus imágenes como quien adora a un tótem.

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