CINE › ENTREVISTA A GRACIELA BORGES Y PEPE CIBRIAN CAMPOY
Aunque ambos tienen extensas trayectorias, por primera vez coinciden en la actuación: en la película El espejo de los otros, que se estrenará el jueves próximo, encarnan a dos hermanos. “Son dos seres muy solos, lo único latente que tienen es la sensación de familia”, los definen.
› Por Oscar Ranzani
Ambos destilan sentimientos muy profundos al momento de hablar de una película o de una obra de teatro, pero toman la misma actitud cuando tienen que expresarse sobre el sentido de la vida. Y vaya si la vivieron: Graciela Borges y Pepe Cibrián Campoy le han encontrado un sentido a vivir al servicio de los demás. No de una manera filantrópica, claro, sino a través de lo que siempre supieron hacer: gustarle al público que los sigue o que los descubre en cada nueva interpretación. Por algo, ella es “la” actriz del cine argentino, y él es el pionero del teatro musical en el país. Como si faltara algo en sus vastas trayectorias, coincidieron por primera vez para actuar en una película. Para Cibrián Campoy es el debut en la pantalla grande. Borges, en cambio, trabajó con buena parte de los directores que hicieron historia en el cine argentino y con quienes están consolidando su talento: desde Leonardo Favio hasta Lucrecia Martel, desde Leopoldo Torre Nilsson hasta Luis Ortega, desde Lucas Demare hasta Daniel Burman. Y ahora volvió a trabajar con Marcos Carnevale (Viudas), director de El espejo de los otros, que se estrena el próximo jueves.
En el film comparten elenco con otras figuras: Norma Aleandro, Leticia Brédice, Alfredo Casero, Mauricio Dayub, Julieta Díaz, Luis Machín, Oscar Martínez, Javier de Nevares, Ana María Picchio, Favio Posca, Carola Reyna, Marilina Ross y María Socas. Borges y Cibrián Campoy componen a dos hermanos que son dueños del restaurante Cenáculo, emplazado donde están los restos de una catedral gótica. Cenáculo tiene una característica que lo hace único en el rubro: tiene una sola mesa, donde todas las noches los comensales definen algo trascendente en sus vidas. A lo largo de diversas historias que se conectan –no al estilo de Relatos salvajes, porque forman una sola historia principal– transitan los personajes con sus secretos, sus lealtades, sus traiciones, sus codicias, sus miserias, sus amores, sus infidelidades y sus soledades.
“Me contaron una historia de una catedral derruida que iba a ser digitalizada y me pareció extraordinario entrar en otro lugar en el cine porque es fantástico y nunca lo había hecho”, cuenta Graciela Borges en la entrevista con Página/12. La actriz cuenta que desde hace mucho tiempo tenía ganas de trabajar con el creador de obras emblemáticas como Drácula, El Jorobado de París y Las mil y una noches, entre tantos otros musicales: “A Pepe lo quiero desde hace dos siglos y nos entusiasmamos mucho con la historia. Y cuando me dieron el guión me gustó mucho. Después, se nos va de las manos cómo se realiza porque, a pesar de que tenemos monitores donde se ven las imágenes, no es lo mismo, y no tuvimos siempre referencia de lo que pasaba. Me gustó mucho hacer un personaje que esté tan solo, salvo con su hermano y, en un punto, con su hijo, en un proceso tan corto como lo fueron cinco o seis días de filmación”. A Cibrián Campoy lo sedujo hacer cine por primera vez. “Respeto muchísimo a Marcos y me gusta lo que hace como director. Y además está el privilegio de trabajar con Graciela. Más allá del afecto que nos tenemos desde hace muchísimo tiempo, la admiro porque es la mujer-cine”, agrega el actor, director teatral y dramaturgo.
–¿Cómo compusieron sus personajes y cómo definirían las personalidades de cada uno en base a la filiación?
Graciela Borges: –Mi idea es que son dos seres muy solos, muy acostumbrados a su soledad; lo único latente que tienen es la sensación de familia. Equívoca o no, se sostiene en el alma. Y el chico, el hijo de ella, es el nexo entre los dos. Juntos hacen este trío que es verdaderamente una familia.
Pepe Cibrián Campoy: –El personaje es más cínico, más intrigante, muy fascinado con lo que pasa en el afuera y no sé si tan consciente de lo que pasa con el adentro. Hay cosas que ella no quiere enterarse en relación a su hermano. Y este hombre tiene un profundo amor hacia ella. Se aman entrañablemente. Por eso tienen “un negocio en común”; si no, no podrían llevarlo adelante, porque hay una familia en común. Permanentemente traté de trabajar el dolor, esa angustia personal que él tiene por la vida y que no tiene que ver necesariamente con ella, aunque se lo reproche. Para mí, la película es una historia de amor. Y creo que todas las historias tienen un punto de amor.
–Borges, usted nuevamente compone a una hermana. ¿Cree que son personajes menos densos de los de la película de Daniel Burman?
G. B.: –Nunca comparo, pero la otra era divertida y siniestra. Era insoportable. Esta es también insoportable, pero las dos me dan mucha piedad. Si vos no amás a los personajes que hacés, aunque sean negativos... Es como los personajes terroríficos de Favio; por ejemplo, la señorita Plasini o el señor Fernández, que eran tan miserables, pero su cámara tenía amor sobre ellos. Si uno no se enamora y no tiene perdón sobre ellos, no los puede hacer. Igual, son historias diferentes, hermanos diferentes.
–¿Prefiere identificarse con el personaje antes que tomar distancia a la hora de componer?
G. B.: –Tengo piedad sobre lo que hago. Tomo distancia, pero sé que si no puedo amarlo, no voy a hacerlo bien. Aunque haga una asesina. Tengo un perdón para cada uno de los pecados en la vida y en general. Y si no tengo cierto perdón sobre los personajes nefastos, no puedo componerlos.
–Cibrián Campoy, algo contó algo acerca de su debut en el cine. ¿Qué diferencias encontró respecto del teatro?
P. C. C.: –No puedo hablar de diferencias: es otro mundo, al que me fascinó entrar. Y ojalá pueda hacer mucho cine porque es maravilloso. Esta película me completa la vida. Si me llaman para otra, bienvenido sea. Pero no desde un lugar de divo, sino desde un lugar como el que estuve en esta película: por el amor que yo siento por ellos. Como creo que la vida es amor y a esta altura he cumplido bastante mis sueños –incluso éste–, pensaba: ¿Para qué voy a cumplir sueños que no me den mucha alegría?
G. B.: –Quiero agregar que comparar el teatro con el cine es como comparar el caballo con el automóvil. Cuando uno estaba arriba de un caballo, tracción a sangre, no le pedía que corriera más que un auto; y con un auto es al revés. Pero de verdad, los actores de teatro son preocupantes en cine.
–¿En qué sentido?
G. B.: –Porque en el teatro se llega hasta la última fila, mientras que en el cine hay un plano, donde lo único que ves es tu mirada y está todo concentrado. En el teatro, para llegar es mucho más abierto, mucho más compuesto. Tener la naturalidad para el cine es muy difícil.
–De acuerdo con cada historia, la trama transita por temas como el amor, la soledad y la muerte. ¿Creen que estos son los grandes temas de la vida?
P. C. C.: –Pero, ¿cómo no?. Todos los temas que toca son absolutamente existenciales: la traición, la envidia, el enojo, el pánico, la comprensión, el perdón. Son temas esenciales y por eso creo que el público va a tener una gran empatía. Habrá una parte de la película con la que los espectadores tendrán una empatía distinta, como sucede con los personajes de una obra de teatro. Cuando una obra logra que haya empatía con el público y, en definitiva, que el adulto se convierta un poco en niño y se emocione y se sorprenda, es mágico. Nunca había hecho cine, pero he visto muchas películas y soy hombre de teatro, más allá de la diferencia en cuanto al “cómo”, porque en teatro no tengo un primer plano. Puedo tratar desde una luz un primer plano pero obviamente en la fila 32 no te ven como en la fila 1. Es más: la fila 1 te quita magia porque ves que el decorado es decorado y descubrís otros aspectos. En el cine eso no pasa. Por eso, cuando se llevan al cine obras de teatro generalmente no funcionan: es muy difícil llevar una magia a la otra. Salvo Chicago o Amor sin barreras, para hablar de las obras musicales. Entonces, creo que esta película transita por todo lo que el hombre existencialmente se pregunta.
G. B.: –Lo que pasa es que un espejo es muy difícil. Reconocerse es muy difícil. Los espejos son terribles. Borges decía que es innecesario verse en el espejo. Por ahí es verdad... Es dificultoso verse. Entonces, hay personajes con los que tenés empatía y otros con los que si te sentís parecido o algo por el estilo, no te gustan mucho.
–¿Verse en los personajes es un ejercicio que hace el actor?
G. B.: –Puede que sí o que no. Nunca me encuentro parecida al personaje. Salvo en Heroína, nunca tuve un personaje que fuera parecido a mí. Tenía cosas de mí porque la personalidad está impresa en muchas cosas. Es como decir que Brando era el mejor actor dramático y, sin embargo, siempre era Brando. Y para mí era enorme. Entonces, la explicación es difícil.
–Era un actor descomunal pero, a veces, algunos decían que “Brando hacía de Brando”.
G. B.: –Pero, ¿sabés qué difícil es Brando haciendo de Brando?
P.C.C.: –Claro, Van Gogh siempre es Van Gogh. Y hay un sello que imprime el intérprete, el creador que personaliza. De pronto, hay una evolución: Picasso pasa de una época rosa y azul al cubismo, pero sigue siendo Picasso. Brando no era igual cuando hizo Un tranvía llamado deseo que cuando hizo El último tango en París. Era otro hombre, otra historia, pero sigue siendo Brando.
–Es cierto: las personas se van modificando a lo largo de su vida. Por eso, no se les puede pedir a los actores que no cambien a lo largo de su trayectoria, ¿no?
G. B.: –Tal cual. Muy bien. Y está bueno modificarse. Es tomar conciencia.
–Y crecer.
G. B.: –¿Y sabe qué? La aceptación, que es el primer precepto espiritual.
–Ambos eligieron sus carreras desde chicos. ¿Cómo recuerdan el llamado de la vocación?
G. B.: –No lo recuerdo, pero es porque hice prolijamente lo que me parecía que tenía que hacer. Surgió. Empezó todo a los 14 años, pero no como un divertimento, porque tengo luna en Capricornio y soy de decir: “Tengo que trabajar, tengo que hacer esto, tengo que hacer esto otro”. Es asqueroso, pero es así. Es una necesidad estúpida, pero me sucede. Hice mucho. ¿Si fui muy feliz siempre? Creo que no. Y la vocación, si era vocación, no estoy segura. Me cuestan más cosas de la vida que de las películas.
P. C. C.: –Yo soy Tauro, pero siento absolutamente lo mismo que ella. Ese maldito llamado interno del “tengo, tengo, debo, debo” en vez del “quiero, quiero, quiero”. Entonces, no parás. Pero en relación a cómo lo viví, pienso en mi madre, que empezó a trabajar a los 4 años por la vida, porque sus padres eran actores pobres y tenían que trabajar y trabajar. Ya de grande, le pregunte: “Pero vos, mamá, ¿tenés vocación?”. Y me dijo: “No sé”. No tenía otra, pero no por lo económico: era su forma de vida. No lo analizó en su momento.
G. B.: –Una vez hice un reportaje con Rita Hayworth que salió en la tapa de la revista Siete Días, que fue un honor para mí. Y yo le pregunté, teniendo en cuenta que era una gran estrella y que había hecho tantos films, cómo había tomado su carrera. Ella me contestó algo que me quedó siempre marcado. Me dijo: “No sé. Yo me acuerdo de que terminaba uno y sabía que a la semana siguiente o a las dos semanas venía el sobre con la que me pagaban en el estudio. Ahí me daba cuenta de que cambiaba el film”. Impresionante, ¿no? Y así seguí.
–Y esa persistencia que comparten cuando tienen que estudiar un personaje, ¿no les impide disfrutar, en algún punto?
G. B.: –Puede ser que sí o no. A veces disfrutás más, a veces menos, algunas cosas no te parecen demasiado logradas.
P. C. C.: –Pero en el mientras tanto disfrutás como loca...
G. B.: –Ah, claro. A mí, en esta vida lo que más me conmueve es el conocimiento que tengo de los seres humanos: la gente que he visto tan rica, no en dinero sino tan inteligente. Entonces, digo bendiciones. Es un lujo conocer gente como la que conocí.
–¿Qué tiene que tener una obra o una película para que los conmueva?
P. C. C.: –Creo que no hay fórmula, porque si no todos seríamos conmovedores y todo sería éxito económico. No hay fórmulas. Trato de dar al otro lo mejor que yo puedo. Y estoy convencido de eso. No escribo desde el teatro para ser éxito. Lo deseo, pero escribo lo que a mí me gusta. A lo mejor hay una empatía. Y ella (por Borges) y yo somos gente muy honesta, muy ética con la creación. El deseo es gustarse uno, entonces se trabaja con otra gente que uno fomenta para que se gusten y para que luego, efectivamente, guste al público, a la gente, a los medios. Tiene que ver con una necesidad muy personal de disfrutar uno. Y eso genera fantasmas, duendes, monstruos, angustias. Es revolcarte en la creatividad previa, estar aterrado ante el resultado del parto. ¿Qué padre o madre no va a estar aterrado frente a qué va a pasar con su hijo, si va a ser sano, si va a ser más alto o más bajo, si va lograr triunfar en su vida, lograr su camino, no por dinero sino por hacer lo que le gusta? Entonces, creo que ahí está la creación. Y uno como actor pone toda esa energía. El día que se termina es un postparto, porque te sentís muy vacío. Como director, me siento muy vacío porque, además, ya después no es mío el espectáculo: es de los actores y del público. Una película es del público. Y la ventaja del cine es que eso queda. Hoy hay videos y filmaciones, pero antes el teatro no tenía esa posibilidad.
–En base a la amplia trayectoria que ambos tienen, ¿qué le dirían a alguien que recién se inicia en el terreno actoral en cuanto a qué debe y qué no debe hacer?
G. B.: –Como en la vida, lo único que hay que hacer es resistir. En el cine mucho más. Esa es mi única premisa.
P. C. C.: –Creo que el artista es un superviviente, es sobrehumano, es un héroe. Solamente llegan aquellos que, como Hércules, deciden cumplir las hazañas. Y si no, hay que ser público, que es maravilloso. Es un rol muy importante, porque sin público no hay teatro y no hay cine.
–Se sabe que el teatro y el cine son sus dos grandes pasiones y les han dado mucho a cada uno. ¿Tienen alguna deuda pendiente con la vida?
P. P. C.: –Yo no. Vos, Graciela, ¿sí?
G. B.: –Yo cada día hago lo mejor posible sin esperar resultado. Me di cuenta de que uno llega a la mitad de la vida y empuja a la otra mitad. Y, entonces, estamos cumplidos.
–¿Cómo imaginan la vejez? ¿Es algo en lo que piensan?
G. B.: –Nunca pienso en la palabra “viejo” porque no creo en las edades, en los números. Creo, como Picasso, que el que es joven, lo es para toda la vida. Y algunos son muy viejitos y van a ser muy viejitos toda la vida. Pero si nos damos cuenta del número, vamos a meternos cosas en la cabeza que no son buenas. Uno no es un número. Si no te dieras cuenta de que hay gente grande o vieja (palabra que nunca uso), no envejecerías.
P. P. C.: –¡Genial! ¿Qué podría agregar a eso?
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux