CINE › DOS DíAS, UNA NOCHE, LA NUEVA PELíCULA DE LOS HERMANOS JEAN–PIERRE Y LUC DARDENNE
A pesar de la notable actuación de Marion Cotillard, el film de los hermanos belgas exhibe algunas abdicaciones en el guión que eran inimaginables en films anteriores. Afortunadamente, los últimos minutos ofrecen el equilibrio acostumbrado en su cine.
› Por Diego Brodersen
Luego de una serie de infinitas cancelaciones y reprogramaciones se estrena finalmente en la Argentina la última película de los hermanos Dardenne, lanzada mundialmente en el Festival de Cannes 2014. Motivo de celebración para sus seguidores pero también de preocupación por una disciplina de trabajo cinematográfico (difícilmente pueda aplicarse mejor el término que a los directores de El hijo, Rosetta y El niño) que comienza a mostrar algunas tensiones y fisuras internas y que, por primera vez, puede entenderse como mera aplicación de una fórmula. ¿Es Dos días, una noche un film despreciable, que puede pasarse por alto sin mayores consideraciones? Definitivamente no, pero tal vez los realizadores belgas hayan forzado demasiado la máquina en esta ocasión. No vale la pena discutir el casting de Marion Cotillard, gran estrella del cine francés, ya que su encarnación de Sandra –esposa, madre de dos hijos, empleada de una pyme dedicada a la fabricación de paneles solares– resulta ejemplar: luego de algunos minutos de proyección, el film logra que el espectador no vea a la Cotillard haciendo de joven proletaria sino a una trabajadora en problemas interpretada por una actriz llamada Cotillard. La diferencia entre ambas nociones es enorme y bastó para ello un acertado uso (o falta de) maquillaje, un vestuario apropiado y una dirección actoral férrea.
Lo problemático en Dos días, una noche es, en última instancia, conceptual y de representación. En gran medida el de los Dardenne ha sido siempre un cine de concepto, pensado y gestado alrededor de una idea central, a partir de la cual se elabora una tesis (generalmente dialéctica) acerca de cuestiones como el trabajo y las condiciones en que se lleva a cabo, la inmigración, la noción de paternidad/maternidad y otros temas prioritarios en la vida contemporánea europea y del resto del mundo. Aquí el punto de partida involucra a Sandra y a la decisión de la pequeña empresa en la que trabaja de poner al resto de sus 16 empleados entre la espada y la pared: optar mediante una simple votación por despedirla y obtener una prima de mil euros o mantener ese puesto de trabajo y no recibir el aumento de sueldo. Que Sandra esté saliendo de una depresión crónica que le imposibilitó de trabajar durante un tiempo no es un detalle menor en la postura de la empresa y, ciertamente, es un dato que pesa fuerte en la mirada de sus compañeros. En particular de aquellos que andan ahogados en deudas o que simplemente necesitan ese dinero extra para dar algún salto en su economía cotidiana. En pocas palabras: es el capitalismo, estúpida.
De allí en más, con el fuerte apoyo de su marido luego de una primera instancia de resignación, Sandra iniciará una carrera contra reloj durante la cual intentará convencer a sus colegas –uno por uno, visitándolos en sus propios hogares– de que voten por su permanencia en el trabajo. Podrá pensarse que tal situación resulta un tanto forzada y que, en líneas generales, las empresas –grandes o chicas– no se andan usualmente con tantos rodeos para dejar en la calle a sus empleados. Incluso es posible preguntarse si ese planteo posee una lógica financiera que permita sostenerla. De nuevo, el concepto, que puede entenderse en el mejor de los casos como metáfora. Aunque en un cine fuertemente marcado por su impronta (hiper)realista, esa génesis narrativa introduce un poco de ruido en la señal. Y son varios los “olvidos” o abdicaciones que el guión incorpora sin demasiadas consideraciones, inimaginables en films anteriores, como poner en pantalla el alta hospitalaria más veloz de la historia o el hecho mismo de que la historia no transcurra en dos días y una noche. Como si en pos de alcanzar el objetivo de máxima: hacer chocar los intereses de la protagonista y su familia con los del resto de la sociedad –representada por el ámbito laboral y comunitario cercano y la patronal– los realizadores se llevaran por delante la minuciosa elaboración artesanal del material que era una marca notoria de su arte.
En ese sentido, cada uno de los camaradas a los cuales Sandra visita durante ese fin de semana resultan ser no tanto personajes como arquetipos, desde un extremo al otro del arco que va del egoísmo a la solidaridad. El suspenso funciona, ciertamente, y la cámara sigue a Cotillard como lo ha hecho con tantos otros personajes en películas previas de los hermanos, logrando interés y empatía. Pero la sumatoria de escenas y su decantación resulta sistemática, sin demasiada vida más allá de su calidad de ilustración de las ideas que la sostienen. Afortunadamente los últimos minutos de metraje, durante y después de la temida votación, evitan cualquier tipo de excesos y reencuentran un equilibrio y potencia que se corresponden con una férrea toma de posición del personaje de Sandra, a su vez iluminación ética y maduración como ser humano. Un cierre justo, preciso y movilizador que vuelve a poner de relieve la máxima humanista que ha movido el cine de Jean-Pierre y Luc Dardenne desde sus primeros esfuerzos en el cine de ficción.
Deux jours, une nuit; Bélgica/Francia/Italia 2014
Dirección y guión: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne.
Fotografía: Alain Marcoen.
Montaje: Marie-Hélène Dozo.
Diseño de producción: Igor Gabriel.
Duración: 95 minutos.
Intérpretes: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Catherine Salée, Baptiste Sornin, Pili Groyne.
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