CINE › BRISAS HELADAS, DEL ROSARINO GUSTAVO POSTIGLIONE
› Por Diego Brodersen
Luego de un breve prólogo, Brisas heladas, primer largometraje del rosarino Gustavo Postiglione en varios años, comienza con un extenso plano secuencia en el cual dos personajes hablan... sobre los planos secuencia en el cine. Homenaje cinéfilo y ligera puesta en abismo, también es el momento que el director de El asadito y El cumple aprovecha para pasar alguna factura irónica a la crítica cinematográfica, al tiempo que introduce una de las evidentes líneas genealógicas del film: el universo del Tarantino de Perros de la calle en particular y el crime film irónico, en boga hace un par de décadas, en general. Son varios los diálogos que se establecen sobre el cine y la música –e incluso alguno sobre los juguetes de la infancia–, casi todos ellos remitiendo a los años ‘60 y ‘70, de Love Story a Polanski y del Clan Manson al Ford Mustang utilizado por Steve McQueen en Bullitt. Seguramente tomados de la pieza original y diseñados para hacerle guiños al espectador de cierta edad y buena memoria, resultan moderadamente simpáticos, pero la mayor parte del tiempo carecen del ingenio suficiente para sostener el interés y detienen el ritmo de la trama policial que los sostiene.
Basada en una obra teatral del propio Postiglione, la trama descansa en viejos topos del noir y el policial duro: el joven empleado raso de un mafioso mantiene una relación amorosa con la esposa de su jefe y, juntos, deciden traicionarlo, robando un importante bolso que le pertenece y asesinando a sangre fría a dos de sus matones. Las cosas, inevitablemente, se complican, en particular cuando la hermana del muchacho aparece súbitamente en medio del conflicto. Y si las traiciones están debidamente a la orden del día, la agenda de más de un personaje oculta más de lo que evidencia. Brisas heladas estructura esa historia a partir de una serie de flashbacks que, por momentos, transparentan y en otros ocultan información. Más allá de la seriedad de las situaciones, el film nunca abandona un tono de juego de salón que se hace más obvio cuando la cámara se establece como testigo principal de un juego actoral que va del naturalismo a la histeria, ida y vuelta. Y muchas veces en la misma escena, en particular en ese loft rosarino que se transforma en el proscenio de las acciones.
Film de actores, el reparto encabezado por María Celia Ferrero y Juan Nemirovsky se completa con la presencia de la legendaria cantante y actriz Elli Medeiros y la participación de Gastón Pauls (como el investigador abocado al caso) y Norman Briski en el papel del capomafia, todos ellos alternativamente entonados o jugados al registro exacerbado y gritón. Brisas heladas no oculta su origen teatral pero en ciertas instancias parece coquetear –tal vez involuntariamente– con un registro cercano a la tira televisiva, apoyado por una fotografía que hace de la noche americana y los tonos fuertes parte de su esencia de simulacro. Elementos que, sin embargo, nunca terminan de transformarse en sello de un procedimiento, más cerca del desbalance que de la preferencia estilística.
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