CINE › CINE TRES RECUERDOS DE MI JUVENTUD, DE ARNAUD DESPLECHIN, CON MATHIEU AMALRIC
La nueva película del gran director francés despliega unos relatos dentro de otros, al punto de que el film, tributario del cine de Truffaut, se vuelve una apasionante novela epistolar, con los jóvenes amantes enviándose cartas frenéticamente.
› Por Luciano Monteagudo
Como casi todos los films previos del cineasta francés Arnaud Desplechin (Roubaix, 1960), Tres recuerdos de mi juventud elige el camino del desborde y la desmesura romántica, no porque su tópico sea el amor –que también es parte esencial del film– sino por su carácter de obra subjetiva, ina- cabada y abierta. En su nueva película, que sirvió de apertura al reciente Festival de Mar del Plata y en mayo pasado brilló en el Festival de Cannes, Desplechin parte una vez más de sus recuerdos personales y de su educación sentimental, para terminar haciendo un film novelesco, en el sentido fabuloso, imaginario del término.
Hay toda una tradición en este campo en el cine francés y es la de François Truffaut y su saga sobre Antoine Doinel, que comenzó nada menos que con Los 400 golpes (1959) y se extendió luego por dos décadas, siguiendo el crecimiento de su protagonista, Jean-Pierre Léaud. Y Desplechin parece adherir a esa tradición en estos recuerdos de su juventud, que vienen a ser una suerte de “precuela” de Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle), la película con la que Cannes lo dio a conocer allá por 1996.
Aquí reaparece Paul Dédalus, suerte de alter ego de Desplechin (así como Stephen Dédalus era el de James Joyce), nuevamente interpretado por Mathieu Amalric, que veinte años atrás fue el estudiante universitario que, recién llegado de Roubaix –la ciudad natal del director–, tomaba por asalto la Sorbona... y a casi todas sus compañeras de estudio. Es el Dédalus adulto quien ahora narra sus souvenirs de adolescente (Quentin Dolmaire), cuando vive una aventura casi de espionaje durante un viaje de estudios a la ex Unión Soviética.
Ese viaje iniciático será el primero de los muchos de Dédalus, que decidirá estudiar antropología en París y dejar atrás, en Roubaix, a su primer y gran amor (Lou Roy-Lecollinet, una suerte de nueva Léa Seydoux), aunque nunca puede olvidarla ni dejarla del todo. Un poco como le sucedía al Doinel de Besos robados (1968), una película que Desplechin le hizo ver a su joven protagonista.
El gran flashback sobre el cual reposa la estructura del film le permite a Desplechin desplegar unos relatos dentro de otros, como si fueran cajas chinas, en las que también la película se vuelve una apasionante novela epistolar, con los amantes enviándose cartas frenéticamente. Cartas que los actores muchas veces leen en voz alta, mirando fijo a cámara, como si hicieran al espectador confidente de sus confusos, volcánicos, sentimientos, muy a la manera del Truffaut de Los dos inglesas o La historia de Adela H. Como esos títulos, Trois souvenirs de ma jeunesse es un film de época, pero no del siglo XIX, sino de la década del 80, signada por la caída del Muro de Berlín y por la aparición de la música “house”.
Esa marca de época funciona en el film de Desplechin también como un signo de identidad. Como todo adolescente, Paul no termina de saber quién es y qué quiere de la vida. La vieja casa natal es el refugio al cual Paul vuelve una y otra vez, como no deja de volver con Esther, con quien durante unos años tan fugaces como intensos vivirá el amor de su vida. Pero hay todo un mundo allí afuera que el joven Dédalus está dispuesto a explorar, sin atarse a nada ni a nadie. Se diría incluso que la antropología, para Paul, es ante todo su pasaporte a lo desconocido, hacia todo aquello que hay fuera de Roubaix y que él está dispuesto a explorar, ya sea en Bielorrusia o en las desiertas planicies de Tajikistán.
El de la identidad es todo un tema que corre, como un río subterráneo, bajo la tormentosa superficie de Tres recuerdos de mi juventud. Aquel viaje iniciático a la URSS, en el que decide entregar su pasaporte a un muchacho judío de su edad que pretende emigrar a Israel, determinará que Paul Dédalus tenga una suerte de doble del otro lado del mundo, alguien que con su mismo nombre y apellido, y su misma fecha y lugar de nacimiento, también atraviesa aduanas y fronteras. Mientras tanto, el verdadero Paul nunca termina de saber cuál es su lugar de pertenencia, más allá de esa casa y ese amor de juventud a los que regresa cíclicamente, como quien se aferra a unos recuerdos tan idealizados como los de una novela. O de una película.
Trois souvenirs de ma jeunesse; Francia, 2015.
Dirección: Arnaud Desplechin.
Guión: Arnaud Desplechin y Julie Peyr.
Fotografía: Irina Lubtchansky.
Música: Grégoire Hetzel.
Intérpretes: Quentin Dolmaire, Lou Roy-Lecollinet, Mathieu Amalric, Dinara Droukarova, Françoise Lebrun, Olivier Rabourdin.
Duración: 120 minutos.
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