Mar 12.09.2006
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CINE › SE PRESENTO “BRAND UPON THE BRAIN!” EN EL TORONTO INTERNATIONAL FILM FESTIVAL

Una alucinación en blanco y negro

El gran momento del festival fue un film mudo con música en vivo. Pero se trata de una obra actual, del notable Guy Maddin.

› Por LUCIANO MONTEAGUDO
Desde Toronto

Desde hace cinco años, el Toronto International Film Festival ha incorporado a sus programas habituales –ya de por sí ambiciosos, con 18 secciones y más de trescientos films en diez días– la proyección de un clásico del cine mudo, acompañado por música sinfónica en vivo, como se hizo en el último Bafici, con la proyección en el Teatro Colón de El acorazado Potemkin. Este año, sin embargo, Toronto ha mejorado la oferta: el que seguramente será recordado como el momento cumbre del festival fue la proyección con música en vivo de un film mudo, en blanco y negro... Pero un film mudo contemporáneo, realizado este mismo año por quien debería ser considerado, hoy por hoy, como uno de los cineastas más delirantes y originales de la actualidad, canadiense para más datos: Guy Maddin.

En la bellísima sala del Elgin Theater –monumento histórico nacional, un teatro de lujo fundado en 1913 y restaurado en todos sus detalles, incluida su magnífica cúpula con figuras alegóricas doradas a la hoja– tuvo lugar la única exhibición de Brand Upon the Brain!, la nueva alucinación de Maddin, todo un veterano del festival, desde que Toronto le rechazó hace casi veinte años uno de sus primeros trabajos, Tales from the Gimli Hospital (1988), como recordó con mea culpa el director de la muestra, Piers Handling. Desde entonces, prácticamente no ha habido uno solo de sus films –y son muchos, entre cortos y largometrajes– que no haya pasado por Toronto. Sin embargo, Maddin fue durante mucho más tiempo del necesario una figura casi secreta del cine underground y de vanguardia. Algunos porteños podrán recordar, allá por el 2000, una retrospectiva de su obra en la Sala Lugones (curada por Rubén Guzmán, un argentino que fue colaborador de Maddin en varios de sus films) y afortunadamente se está por estrenar en Argentina, en un par de semanas, La música más triste del mundo (2003), la única de sus películas que alcanzó distribución internacional, quizá porque está protagonizada por Isabella Rossellini, quien desde entonces se convirtió en una de sus principales defensoras y le encargó especialmente, el año pasado, un corto de homenaje a su padre, el gran Roberto Rossellini, para celebrar el centenario de su nacimiento.

Ahora, Brand Upon the Brain! viene a confirmar, por si todavía era necesario, que Maddin hace un cine que no se parece a nada ni a nadie que no sea a sí mismo. La estética de Maddin, en todo caso, se nutre de los clásicos del cine mudo, pero vistos a través de un vidrio oscuro, como si hubieran sido reprocesados en la memoria emotiva del realizador a través de su inconsciente más profundo. Hay algo perturbadoramente onírico, freudiano en su obra que en Brand Upon the Brain! se expresa de la manera más libre, con un humor surrealista, sin por ello caer nunca en la frivolidad ni la parodia. Por eso se hace difícil intentar una descripción de su argumento –que se nutre tanto del Frankenstein de James Whale como de Les vampires de Feuillade– sin traicionar ese delicado filo de la navaja que transita el film de Maddin. Basta con decir que todo surge de un recuerdo traumático de Guy (así se llama también el protagonista, igual que el director), que regresa a la isla donde pasó su infancia, dominada por un faro fálico gobernado desde la torre por su madre posesiva y castradora, que de niño lo vigilaba permanentemente desde un telescopio. El fluir de la conciencia es arrollador: la evocación retrotrae a Guy a esa isla habitada sólo por unos niños huérfanos, a quienes su padre –recluido en un laboratorio siniestro en la mazmorra del faro– les extrae con horribles fines el “néctar de la juventud”, dejándoles en el cerebro esa “marca” de la que habla el título de la película. A esto hay que agregar que el niño Guy está perdidamente enamorado de una joven detective que llega a la isla a investigar el caso y que –travestida de hombre y cubierta por un antifaz negro– seduce a la hermana del protagonista, creando un inquietante ménage à trois.

La única proyección en el Elgin –que solamente se repetirá dentro de un mes en el Lincoln Center, en el marco del New York Film Festival– incluyó no sólo a miembros de la Orquesta Sinfónica de Toronto, sino también a un actor-narrador a cargo del relato (como el benshi del cine mudo japonés), a tres “compositores de efectos especiales” que utilizaron únicamente sonidos producidos por sus instrumentos de percusión y, last but not least, ubicado estratégicamente en un palco y a cargo de las seráficas voces de los niños, un auténtico cantante castrato, a quien Maddin admitió haber encontrado por casualidad en un baño turco de Winnipeg, su ciudad natal. “Me parecía escuchar la hermosa voz de un niño, pero cuando se disipó el vapor me encontré frente a un hombre de 47 años”, explicó Maddin. “Sufrió una desgracia médica, pero canta como un ángel.”

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