Vie 15.09.2006
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CINE › RETROSPECTIVA DE IM KWON-TAEK EN LA SALA LUGONES

El padre del cine coreano

Hasta ahora desconocido aquí, pero admirado por la crítica internacional, abrió un camino en la filmografía de su país. Hasta el jueves se verán varias de sus películas más recientes.

Mal que le pese a Hollywood, que desde la Motion Picture Association hace todo lo que está a su alcance por neutralizarlo, el Nuevo Cine Coreano es una realidad que va mucho más allá del circuito de festivales internacionales. En primer lugar, es dueño y señor en su propio país, donde desde el 2001 domina el 50 por ciento de su mercado interno, algo que no consigue ni siquiera el cine francés, el más encarnizado defensor de los cines nacionales contra la hegemonía de Hollywood. Fuera de sus fronteras, el cine coreano vive todo un boom en Asia y se exporta mucho más allá de la región, como lo prueban los films de Kim Ki-duk, Im Sang-soo y Park Chang-wok que se han venido estrenando en Buenos Aires. Pero hubo un punto de partida, un primer comienzo para este despegue y es el que se propone revelar el ciclo “Im Kwon-taek: maestro del cine coreano”, que se está llevando a cabo hasta el jueves próximo en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530).

Desconocido hasta ahora en Argentina, el cineasta Im Kwon-taek es el padre del cine coreano contemporáneo y jugó en su país “un rol de una naturaleza e importancia comparable a la que representan Jean Renoir para el cine francés o John Ford para el cine estadounidense”, según Jean-Michel Frodon, de Cahiers du Cinéma. Nacido en 1936, Im ingresó en la industria del cine a muy temprana edad, realizando su primer largometraje, el drama patriótico Adiós al río Duman, en el año 1962. A partir de entonces, el joven director trabajó “como un insecto” –según sus propias palabras– entregando más de cincuenta películas en los diez años siguientes, en su mayoría films de diversos géneros populares: comedias, films bélicos, películas de acción. En los años ’70, Im supo reinventarse como autor de films personales, reflexivos sobre algún momento del pasado de su país o acercándose a alguna tradición a punto de desaparecer del mapa cultural, a través de una estética cinematográfica clásica, pero no por ello exenta de experimentaciones narrativas. Su largometraje número 98, Pinceladas de fuego (presente en esta muestra) ganó el Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes de 2002 y actualmente Kim se encuentra terminando su película número 100.

El ciclo de la Lugones está integrado por ocho de sus films más recientes, en copias nuevas en 35 mm enviadas especialmente desde Seúl por el Korean Film Council (Kofic), con la colaboración de la Embajada de Corea en Buenos Aires. Abrió el fuego Ven, ven, ven, hacia arriba (1989), un título que deriva de un famoso canto budista, para una película que –en palabras del crítico Ben Applegate– “confronta a la audiencia con una pregunta de alcances morales y espirituales: ¿qué es la piedad y dónde es posible encontrarla?” Hoy se verá Festival (1996), donde el conocido interés del realizador por aquellos aspectos de la cultura coreana que parecen a punto de extinguirse se complementa con un atrevido juego narrativo.

Mañana será el turno de Seopyeonje (1993), el film que lanzó a Im Kwon-taek al circuito de los festivales internacionales, un rico examen de la modernización de la sociedad coreana en los años de posguerra y un film tan poético como melancólico, que reactualiza la tradición del pansori, estilo de relato musical muy popular en el siglo XIX. El domingo se proyectará Pinceladas de fuego (Chihwaseon; 2002), la historia del renombrado pintor del siglo diecinueve Ohwon (Choi Min-sik, protagonista de la reciente Old Boy), un artista cuyo trabajo y personalidad revolucionarios cambiaron para siempre el rostro del arte coreano. “Otra obra maestra de un director injustamente desconocido, un verdadero artista desnudando en este film el alma de otro artista”, escribió Michael Wilmington en el Chicago Tribune.

El ciclo de la Lugones continúa a partir del lunes con un film de gran aliento épico, Las montañas de Taebak (1994); El hijo del general (1990), donde Im volvió al cine de género que había realizado en los años ’60; Perdición (1997), “donde expresé toda mi furia y frustración sobre la lamentable situación de las prostitutas, otro ejemplo de cómo los pobres son explotados de diversas maneras” (Im dixit), y finalmente Chun-hyang (2000), donde –según el crítico Quintín– “el contraste entre la fuerza primitiva del relato teatral y la estilización de su correlato fílmico es fascinante”. Más información en www.teatrosanmar tin.com.ar/cine

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