CINE › FABIO ZURITA Y SU DOCUMENTAL SOBRE ANTONIO PUIGJANE
El documentalista quiso ir más allá de la condena por el copamiento de La Tablada y decidió echar luz sobre la vida del sacerdote de larga militancia por los derechos humanos. Así nació Antonio Puigjané, el piru (un franciscano a contrapelo).
› Por Oscar Ranzani
El padre Antonio Puigjané no tiene la misma popularidad que otros curas comprometidos que pasaron a la historia como, por ejemplo, Carlos Mugica. Pero su compromiso lo marcó desde sus once años, cuando sintió que quería ser sacerdote. Siempre se mantuvo alejado de la cúpula eclesiástica, porque este fraile capuchino fue un militante por los derechos humanos y un gran defensor de los pobres: entraba a las villas miseria sin ningún tipo de prejuicio. También formó parte del Movimiento Todos por la Patria, cuyos integrantes, a fines de los 80, convencidos de que se estaba gestando un nuevo golpe de Estado contra el entonces presidente Raúl Alfonsín, decidieron copar el Regimiento de La Tablada ya que consideraban que ése era el epicentro de operaciones. El 23 de enero de 1989 unos cuarenta miembros del MTP tomaron el cuartel de La Tablada. Puigjané perdió su libertad cuando se presentó voluntariamente ante la Justicia Federal ese mismo año. El fraile no sabía que pesaba sobre él una orden de detención. A pesar de declarar que desconocía por completo la idea del copamiento militar –algo que fue ratificado por distintos integrantes del MTP, quienes señalaron que se lo habían ocultado porque sabían que Puigjané se opondría al plan–, fue condenado a veinte años de prisión. Cumplió siete en la cárcel de Caseros y dos en el penal de Ezeiza. Luego, estuvo bajo libertad condicional hasta que fue indultado por el entonces presidente Eduardo Duhalde durante su interinato.
El cineasta Fabio Zurita leyó por pimera vez el nombre del franciscano en un ejemplar de la revista Humor de 1983. Años después, tuvo una charla con Osvaldo Bayer por lo sucedido en La Tablada y decidió visitar a Puigjané cuando estaba en libertad condicional. “Me cayó muy bien, y luego fui con una cámara y le hice una primera entrevista. Fueron quince años de seguir la vida de Antonio”, señala Zurita a Página/12 sobre el origen de su documental Antonio Puigjané, el piru (un franciscano a contrapelo), que se estrenó el jueves en el Espacio Incaa Gaumont. A lo largo de 75 minutos, Zurita presenta la historia de Puigjané con testimonios de personas que lo conocieron y del propio protagonista. Puede conocerse desde la obra que realizó en la villa Martillo Chico de Mar del Plata, pasando por su trabajo en La Rioja junto a monseñor Enrique Angelelli, hasta su relación con las Madres de Plaza de Mayo. Testimonios como los de Osvaldo Bayer y Nora Cortiñas permiten trazar el perfil comunitario y solidario que aún hoy tiene este religioso. Y, por supuesto, está relatado el episodio de La Tablada y las consecuencias que tuvo para el sacerdote.
–¿Cómo fue el trabajo con Angelelli en La Rioja, donde tuvo protagonismo la familia Menem?
–Cuando él fue a La Rioja a principios de los 70, el gobernador era Carlos Menem y los hermanos Menem vivían en Anillaco. Angelelli le pidió que fuera a reemplazar a un cura que era amigo de la gente poderosa de la zona y que daba las misas de espalda, o sea, un tipo que estaba alejado de la gente. Cuando llegó Antonio, vestido de manera informal con jeans y sandalias, comenzó a ir a la casa de la gente para colaborar en lo que necesitaran. Y generó cosas en la misma gente que empezó a aceptar ese modo de ser cura. La familia Menem lo recibió bien, le ofreció una camioneta para que se moviera por el pueblo. Antonio se subía a la camioneta e iba a reunirse a las cooperativas. En determinado momento, Amado Menem le preguntó si quería estar con la “gente de bien” o con el movimiento rural. Y Antonio optó por los campesinos, que estaban reclamando las tierras. Automáticamente le quitaron la camioneta.
–¿Cómo surgió su relación con las Madres de Plaza de Mayo?
–El padre de Antonio ayudaba a los curas, les llevaba de comer y recortaba las noticias y las guardaba en un cuadernito. Con el tiempo, el padre desapareció de la vida de Antonio, quien nunca supo qué le había pasado. En 1978, un comisario les entregó a los curas las “pruebas” de por qué Antonio era “subversivo”. Y les mostraron las cosas que tenía el papá de Antonio. Entonces, Antonio asoció que habían matado a su padre. Y se fue de La Rioja. Fue a la iglesia de Pompeya. Un día, había una mujer llorando y Antonio se le acercó y le preguntó por qué lloraba. Ella era la Madre de Plaza de Mayo Carmen García, quien le dijo que su hijo había desaparecido. Le contó que las Madres se juntaban en Plaza de Mayo. Y Antonio le comentó que le gustaría ir. Al poco tiempo, apareció en Plaza de Mayo.
–Haciendo la investigación, ¿a qué conclusión llegó respecto de por qué fue condenado a veinte años de prisión?
–Para mí fue una condena pendiente que tenían para Antonio. Se la tenían que dar. Era el castigo de la Iglesia por desobedecer tanto y aparte por haberlos acusado directamente de ser cómplices de la dictadura. También la Iglesia siempre le impidió participar en política y él participó. En parte, la Iglesia lo dejó solo, salvo los amigos y los curas más comprometidos. A los mismos militares también los irritaba porque era un sacerdote y no podían entender que él estuviera en lo que para ellos era “el lado equivocado”.
–¿Por qué cree que Puigjané no tuvo la popularidad de otros curas comprometidos como, por ejemplo, Carlos Mugica?
–Yo creo que lo de La Tablada lo opacó. Ver las imágenes esas en la televisión y que las repitieran constantemente creo que hizo que Antonio quedara muy tapado con eso. La gente lo estigmatizó. Encima, asumió una culpa que no tenía, más que nada para acompañarlos. Y a la gente le dio miedo. Fue una mezcla de culpa y miedo que tenían muchas personas a las que les pregunté y que se ponen a llorar porque no pudieron acompañarlo, por no ir a la cárcel, porque lo abandonaron, porque se sintieron cobardes. Hay un montón de cosas. Cuando le dieron veinte años, Antonio lo tomó con alegría porque pensó que, como era una farsa tan grande, iba a salir toda la gente a hacer, no sé, una revolución. Y sin embargo, la gente se cuidó por miedo. Hacía pocos años que había retornado la democracia. Si ahora también existe el miedo (como sucedió cuando detuvieron a Milagro Sala, que muchos empezaron a callarse) imagínese a cinco años del final de la dictadura.
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