Mar 19.04.2016
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CINE › BAFICI > PAOLO BRANCO, PRODUCTOR DEL MEJOR CINE EUROPEO

Entender al director

En casi cuatro décadas, produjo más de trescientas películas, dirigidas por las estrellas más brillantes del firmamento del cine de autor europeo contemporáneo, desde Oliveira a Wenders.

› Por Ezequiel Boetti

Nacido en Lisboa hace 65 años, Paulo Branco era, a mediados de los 70, un promisorio estudiante de química. Hasta que decidió virar su carrera –y su vida– al cine primero como programador de una sala y después como productor. Desde entonces no paró, y en casi cuatro décadas de trayectoria produjo más de trescientas películas (la base de datos IMDB le atribuye “sólo” 266), varias de ellas dirigidas por algunas de las estrellas más brillantes del firmamento del cine de autor europeo contemporáneo: Manoel de Oliveira, Wim Wenders, Chantal Akerman, Philippe Garrel, Pedro Costa, Joao Canijo, Christophe Honoré, André Téchiné, Raoul Ruiz, Jerzy Skolimowski, Werner Schroeter, Jacques Doillon y un largo, larguísimo etcétera. Apenas días después de confirmarse su participación en el último film de Terry Gilliam (ver aparte), el portugués hizo las valijas rumbo a Buenos Aires, donde el Bafici lo esperaba con un pequeño Foco (demasiado pequeño, teniendo en cuenta el volumen de títulos de su obra) compuesto por nueve películas bendecidas con su sello. Sobre las particularidades de su trabajo, la relación con las nuevas generaciones y cómo amalgamar la mirada artística propia con otra ajena habla líneas abajo.

–La productora Lita Stantic, una de las más importantes a la hora de apoyar los primeros trabajos de varios de los directores insignia del Nuevo Cine Argentino, dice que busca proyectos que la hagan sentir diferente. ¿Qué factores tiene que tener una película para que usted la produzca?

–No lo sé, sinceramente. Puede hacerlo producto de la casualidad, de encuentros, de querer trabajar con algún director que admiro, de encontrarme con un joven que tiene un proyecto que me seduce, de ir a una aventura... Todo proyecto es diferente. No hay una regla: a veces decido participar en dos segundos, a veces en un año.

–¿Cómo articula su gusto con la viabilidad económica de una película?

–No articulo, ése es el problema. Es verdad que hay películas que son fáciles de producir, otras que pensamos que lo son y al final nos encontramos con agujeros terribles, y algunas que en apariencia van a ser muy difíciles y terminan saliendo rápido y bien. He hecho tantas películas diferentes que no puedo decir que tenga una filosofía. Y si algún día la tengo, dejo de producir. Si paro a pensar, voy a desaparecer. A mí me interesa el placer de hacer existir un proyecto que pienso que vale la pena ver en una pantalla.

–¿Le interesa involucrarse en las decisiones artísticas?

–Sí, trato de entender sobre todo lo que el director quiere hacer. A partir de ahí, mi contribución pasa porque salga de la mejor manera posible. Mi rol es eso: estar atento y al servicio de la creación artístico de ellos, pero siempre con un pie en la realidad. Siempre tiene que haber interacción.

–¿Los directores se adaptan a usted o usted a ellos?

–No, yo tengo que adaptarme a ellos. Algunos después se adaptan a mí, pero esa es otra cuestión. Ellos saben que tengo mi personalidad, pero que soy una persona clara y transparente.

–IMDB consigna siete películas producidas por usted durante 2016. ¿Cómo divide su atención entre tantos proyectos?

–Cada uno es como un hijo: tienen que cuidarse entre ellos y yo a todos por igual para que no se pongan celosos. Para eso es clave primero la cuestión tecnológica, que me permite estar acá y resolver cosas con un celular, y después que puedo tomar decisiones solo porque, al menos en términos de producción, no tengo que rendirle cuentas a nadie, siempre que sepa que tenga en claro que la responsabilidad de esa decisión es mía. Además, en el caso particular de los de este año, estuve involucrado desde el comienzo.

–La lista para 2016 abarca desde trabajos de veteranos como Wim Wenders y Terry Gillian hasta el primer largometraje del francés Grégoire Leprince-Ringuet, que tiene 28 años. ¿Busca un balance entre directores veteranos y otros nuevos?

–Sí, totalmente. Pienso que a lo largo de toda mi trayectoria mantuve ese balance. Con algunos directores empecé cuando eran nuevos y después fuimos creciendo juntos. A mí me interesa eso: al mismo tiempo que sigo trabajando con quienes conozco bien, ir descubriendo gente que me traiga cosas nuevas.

–¿Y cómo adapta su mirada a la de los jóvenes?

–Tengo que ser medio camaleónico, tengo que cambiar la piel según cada director. Cada película es un prototipo y no puedo tratarlas a todas por igual. Cada una tiene sus cuestiones y hay que ir buscando soluciones diferentes.

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