CINE › JAVIER DIMENT PRESENTA EL ESLABóN PODRIDO, CON LUIS ZIEMBROWSKI Y MARILú MARINI
El director de La memoria del muerto vuelve al género de terror para contar la historia de una familia aislada y endogámica. “Es una mezcla de drama rural, una fábula con tono gore y macabro, una combinación de géneros”, afirma Diment.
› Por Oscar Ranzani
El director Valentín Javier Diment volvió a incursionar en el cine de género con El eslabón podrido, luego de su abordaje desde el terror que plasmó en La memoria del muerto (2012). Para el film que se estrenará el 16 de junio Diment tuvo en cuenta el relato de un amigo suyo, Sebastián Cortés, quien se había ido de vacaciones a un pueblito de Córdoba hace una década aproximadamente. “Cuando volvió nos juntamos. Me contó que era un pueblito de veinte casitas sueltas, con una onda medio siniestra y gente rara. En esa charla empezó a surgir la idea”, reconoce el cineasta en diálogo con Página/12.
El film está ambientado, efectivamente, en un pueblito aislado de unas pocas casas, donde vive Raulo (Luis Ziembrowski), leñador, retrasado mental, de unos 50 años. Su madre es Ercilia (Marilú Marini), una curandera que está senil; y su hermana es Roberta (Paula Brasca), la prostituta joven y favorita del pueblo. Ellos se cuidan y se quieren incondicionalmente. Pero ante la sensación que tiene Ercilia de proximidad de su muerte, le insiste a Roberta con una amenaza: si llega a tener relaciones con todos los hombres del pueblo, el pueblo la desechará, la descartará, y ella morirá. Solo queda un hombre en el pueblo con quien no estuvo: Sicilio (Germán de Silva), el marido de la otra prostituta, que está enamoradísimo de ella. Si su esposa se entera que estuvo con ella no dudaría en asesinarlo.
–Sí, básicamente es una mezcla de drama rural, una fábula con tono gore y macabro. Es una combinación de géneros.
–Hay algo que me interesaba mucho: que la información se fuera desprendiendo de la intimidad de los personajes y no construir en función de la información. Todo el tiempo hay una intención de entrar en estas vidas. No quería que la estructura pesara más que la vitalidad de los personajes.
–El humor forma parte de mí. No puedo correrme de ahí. Me aburro. Necesito cortar la solemnidad de ciertos momentos. Hay gente que clasifica a la película como una comedia negra. Yo creo que no lo es. Si tengo que pasar una noche en un velatorio no es una noche de comedia ni alegre. Ahora, varias veces me voy a cagar de risa, voy a meter chistes y a relacionarme con gente que cuente chistes porque no me interesa mucho lo solemne. Eso no la va a convertir en una noche alegre, va a seguir siendo una noche de mierda, pero el humor es algo natural.
–Conversando mucho sobre todo con Marilú Marini y Luis Ziembrowski, tiramos algunas referencias. Por ejemplo, trabajamos con algunas referencias de Freud de Totem y Tabú, como el tema de lo endogámico y en el esquema casi ritual o sagrado que tiene esa familia, ese matriarcado tan particular. También trabajamos con algunas ideas de Lévi-Strauss de Las estructuras elementales del parentesco. Como eran materiales que a los tres nos gustaban, nos sirvieron mucho para ir haciendo un ping-pong. Y con Paula Brasca laburamos más desde una cosa sensorial y emotiva. Fuimos viendo que se apoyara más en la construcción que tenían los otros dos personajes. Tratamos de lograr el devenir a través de los estados más que desde la construcción psicológica.
–Si bien la película es bastante idiosincrásica y muy argentina, tiende a algo más de lo humano. Tiene una doble alusión la frase “El eslabón podrido”. Una es que hay un eslabón perdido entre el animal y el humano y lo que estamos diciendo es que más que perdido, podría estar podrido. Ese eslabón perdido entre el animal y el humano, por decirlo groseramente, podría ser el personaje de Luis, que es un humano pero carece del ejercicio de la razón. En general, hay unos intereses socioculturales en que ese ejercicio de la razón no aparezca porque básicamente permite la explotación.
–Sí, me interesaba además porque las comunidades rurales aisladas tienen unas lógicas que están corridas de las lógicas bien vistas a nivel masivo. En las comunidades rurales más aisladas no se juzga tanto el incesto. Es mucho más cotidiano que en las grandes ciudades. Hay relaciones incestuosas en familias en que el padre tiene una hija de 15 o 16 años y que están aislados del mundo y se pasan el invierno de nevadas sin poder salir al campo. Esto lo vi bastante viajando por la Argentina. La ley es otra cosa y se toma por mano propia ya que si hay que contactar a un policía, que venga y que haga algo, mientras tanto le afanaron todo o le mataron a la familia. La construcción de la ley interna de la familia, de la ley anti-incesto me interesaba mucho.
–Hay un renacimiento. No hay ninguna duda de eso. En realidad, viene desde que hubo un montón de pibes por los años 2000, como los de Farsa, los de Paura Flics y gente como Daniel de la Vega, Fabián Forte y Nicanor Loreti. Hay un montón de gente que venía laburando en esto de modo marginal desde hace un par de décadas. Y de diez años a esta parte les empezaron a dar un poco más de bola en el Instituto Nacional de Cine. Hay un gran auge porque, además, empieza a haber un interés del público de ver una película que le esté contando un cuento, una historia que lo pueda atrapar, distraer y secuestrar su atención, y no estar viendo como unos retratos casi disléxicos de lo real.
–Eso es buenísimo. Además de los festivales más altos como Cannes, Berlín y Venecia, cada país tiene los suyos que, en el caso de la Argentina, son el Bafici y el de Mar del Plata. Pero además hay otra línea: los festivales de cine de género, que están en un auge espectacular. Todos los países tienen por lo menos uno o dos festivales de cine género y donde empieza a haber un interés de la industria. Son otros valores, más chicos, los que se juegan, pero hay un montón de interesados en comprar películas de cine de género porque empieza a haber un mercado en todo el mundo para el DVD y para la televisión paga que requiere de esos materiales. Y Blood Window es genial porque logra estimular y ayudar a que los directores argentinos que hacemos cine de género podamos acceder a esos circuitos. Mi película participó en el Marché du Film del Festival de Cannes del año pasado y gracias a eso tuvo una gran visibilidad. Por lo tanto, cuando la empecé a mandar a los festivales ya todos tenían la foto. Y ahí también pude conversar con distribuidores y agentes de venta. La vieron de otros festivales y luego me invitaron. Fue buenísimo.
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