CINE › ENTREVISTA A ANGELA SCHANELEC, QUE PRESENTA UNA RETROSPECTIVA EN EL PAíS
La alemana prefiere “no-actores” para darles sustancia a sus películas. Aquí habla de sus inicios en el teatro y su credo estético.
“Cortázar”, dice Angela Schanelec, señalando una foto del escritor en la tapa de la libreta del cronista. Enseguida comenta con gran entusiasmo el libro que leyó del autor de Rayuela, no precisamente de los más clásicos: Los autonautas de la cosmopista. La referencia da lugar a un veloz intercambio sobre “Cortazár” (así pronuncia la entrevistada, a la francesa), que incluye al entrevistado y la intérprete tratando de recordar cómo se le dice en inglés al jueguito de la cuadrícula y los números sobre el piso. Invitada por el Complejo Teatral Buenos Aires, el Goethe–Institut y la Fundación Cinemateca Argentina, Schanelec (Aalen, 1962) se halla por segunda vez en Buenos Aires, presentando una retrospectiva casi completa de su obra y manteniendo dos charlas públicas en el Centro Cultural San Martín y la Fundación Universidad del Cine, como parte de las llamadas “actividades extramuros” de la Sala Leopoldo Lugones, que como el resto del Teatro General San Martín se halla cerrado por refacción hasta fecha indeterminada (ver aparte).
“Le gustan los viajes”, señala el cronista al relacionar el libro de Cortázar, que cuenta el recorrido del autor y su pareja a través de la autopista París–Marsella, con los que abundan en la obra de Schanelec. Primer rebote de varios durante la entrevista. “No, no me gustan”, responde la realizadora, disipando entre risas cómplices los escasos atenuantes de la negativa. Viajes no faltan en la obra de la realizadora alemana, iniciada en 1994 con un mediometraje y al año siguiente con el largo La suerte de mi hermana (Das Glück meiner Schwester), con el que se inició ayer la retrospectiva programada por el equipo de la sala Lugones. En Mi vida lenta (Mein langsames Leben, 2001), la mejor amiga de la protagonista parte a Roma; toda la primera parte de Marsella (Marseille, 2004) tiene lugar en la ciudad de referencia; al comienzo de Atardecer (Nachmittag, 2007, libremente basada en La gaviota, de Anton Chejov), el personaje interpretado por la propia Schanelec vuelve de un viaje, y Orly (2010) transcurre enteramente en el aeropuerto próximo a la capital francesa.
Pero, claro, que sus personajes viajen no quiere decir que a su creadora o a ellos mismos les guste viajar. Lo hacen por necesidad, como en Orly. O tal vez para fugar de sí mismos, como parecería ser el caso de Marsella y de Lugares en ciudades (Plätze in Städten, 1998), único de sus largometrajes que no será parte del miniciclo porteño. En la entrevista que sigue Schanelec habla de sus películas, sus inicios en el teatro, su credo estético, la así llamada “Escuela de Berlín” –de la cual Schanelec es una de sus integrantes más destacadas–, su film recién terminado y su escasa confianza en la actuación y el amor entre los sexos.
–Usted comenzó como actriz de teatro, y luego pasó a la actuación y dirección cinematográfica. ¿Encuentra alguna continuidad entre una cosa y otra?
– Encuentro diferencias. Actuar me llevó a desconfiar de la actuación. Cuando se interpreta un personaje es fácil mentir, y yo lo que busco en mis películas es distanciarme de la actuación. No quiero que mis actores actúen, en el sentido de interpretar personajes, porque yo como espectadora no me creo a un actor “haciendo de”. Si necesito un panadero en una de mis películas, prefiero poner en ese papel a un no-actor, un actor no profesional. No me refiero a un panadero, para que haga de sí mismo, sino alguien que se dedique a cualquier otra cosa pero que no sea actor. Uso actores profesionales en los casos de personajes que no tienen profesiones definidas o que tienen actividades que los ponen obligadamente en una situación de pasividad, como puede ser un fotógrafo.
–Sus películas están llenas de fotógrafos. En Marsella hay dos, y también en La suerte de mi hermana y La vida lenta. ¿Por qué tantos fotógrafos?
–Me gusta observar a gente que se dedica a observar. Gente que no está involucrada con lo que pasa. Además, los fotógrafos funcionan como alter egos míos en la ficción.
–Otra constante son las referencias a Francia: Marsella, Orly, Lugares en ciudades transcurre en París.
–Francia es el país extranjero que mejor conozco, París la ciudad extranjera donde más tiempo estuve. Debo decir también que nunca dejé de sentirme un poco extranjera allí. Tal vez justamente por eso uso esas ciudades, porque mis personajes también se sienten extranjeros.
– El entorno afecta particularmente a sus personajes.
–Siempre imagino las escenas, las historias incluso, en relación con un espacio determinado. Cuando escribo una ficción, lo primero no es la historia ni el personaje, sino el espacio. En ese espacio se inscriben el personaje y la historia. Tanto me importan los espacios fílmicos que mis primeras películas las filmé en mi propia casa o las de mis amigos.
–¿De allí la abundancia de planos generales en sus películas?
–Efectivamente. Tiendo a filmar a los personajes en relación con su contexto.
–¿Eso la lleva a colocar la cámara a distancia, de modo de permitir que en el cuadro ingresen siempre el personaje y el ambiente?
–Sí. Aunque hay películas como Atardecer, que tiene muchos primeros planos, porque transcurre casi toda dentro de una casa. Depende de lo que el espacio me imponga.
–Es llamativo que esa película, que transcurre en un espacio fijo, esté inspirada en un texto ajeno, La gaviota, de Chejov. Las que escribió usted misma, que presentan relaciones inestables, en tránsito, se inscriben también en espacios de tránsito. Incluso cuando esos espacios son cerrados, como el aeropuerto de Orly.
– (Schanelec se mueve con cierta incomodidad en el sillón)… Esas son interpretaciones y no me gusta interpretarme a mí misma.
–El problema es que el periodista tiene que hacerlo.
–Bueno, hágalo solo (risas).
–De acuerdo. ¿A qué se debe la preferencia por los planos fijos?
–Yo fotografío el espacio, y el espacio no se mueve. En ocasiones, cuando se mueven los personajes, los sigo con panorámicas o travellings. Pero otras veces dejo que entren o salgan de cuadro y mantengo el encuadre sobre el espacio vacío, para recordarle al espectador que hay un fuera de campo en el que la vida de esos personajes continúa.
–En sus películas aparecen muchas familias, en general destruidas o en crisis.
–Creo que la relación madre–hijo es esencial. En Atardecer, esa relación está destruida. Hasta el punto de que la madre no impide una decisión extrema del hijo, que la sumirá en la clase de dolor del que no se vuelve. Pero no en todas mis películas es así. [Duda] ¿No hay relaciones familiares positivas en mis otras películas?
–Parece que no. En Mi vida lenta a una madre se la ve molesta con su hijo, y otra, que tiene una hija, se deprime cuando le diagnostican un nuevo embarazo. En Orly todas las relaciones madre-hijo y madre-hija no funcionan bien…
–Es verdad… (risas).
–Las relaciones de pareja no están mucho mejor.
–El de madre e hijo o hija es el único amor de verdad. La relación hombre-mujer es siempre una de poder y posesión.
–Usted es parte de lo que se conoce como Escuela de Berlín, movimiento surgido en los años 90, que revitalizó el cine de su país. ¿Qué puede decir de ese movimiento?
–Ya tiene varias generaciones. Yo soy parte de la primera, junto a algunos colegas de los que soy amiga, como Thomas Arslan. También soy amiga de Christoph Hochhäusler, que es algo posterior. Cuando surgimos con nuestras primeras películas (Christian Petzold es otro de los primeros), en el cine alemán no había nada. Había unas comedias que no valían nada y eso era todo. Creo que tuvimos algunas coincidencias en términos temáticos, y en lo formal éramos y seguimos siendo muy distintos. La generación más reciente piensa las cosas en términos más comerciales.
–¿Qué puede decir de su película más reciente, The Dreamed Path?
– Está terminada, se estrena ahora, en el verano europeo. Actúan Maren Eggert, la actriz de Marsella, y un actor inglés. Es la historia de la relación entre una actriz y un sin techo, que transcurre a lo largo de treinta años. Empieza en Grecia y termina en Alemania. Puse a una actriz para hacer de actriz porque hubiera sido un poco raro poner a una no-actriz para ese papel (risas). Y no puedo contarle más, necesitaría una hora y media para hacerlo.
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