CINE › MIGUEL LITTIN ES EL DIRECTOR DEL LARGOMETRAJE ALLENDE EN SU LABERINTO
El cineasta fue amigo personal de Salvador Allende y decidió filmar las últimas horas del asesinado presidente chileno como una ficción basada en “la trascendencia de un hombre que elige un momento clave en su destino y decide morir para vivir”, según confiesa.
La imagen del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, protagonizado por el dictador Augusto Pinochet contra el gobierno democrático de Salvador Allende, nunca se le borró de la memoria a millones de ciudadanos chilenos. Tampoco nunca se le esfumaron sus recuerdos recurrentes al prestigioso cineasta Miguel Littin, quien desde los 60 era amigo personal del hombre que logró la llegada del socialismo al poder por la vía del voto. Al momento de producirse el golpe, Littin era director de la productora estatal Chile Films. Fue un cargo que ocupó durante toda la gestión de la Unidad Popular (1970-1973). En su exilio en México y España, los años pasaron para Littin. Sin embargo, siempre le venía ese momento doloroso a la mente. Y lo obsesionaba contar cinematográficamente cómo habían sido las últimas horas del presidente Allende en el Palacio de La Moneda, más allá del hecho político. Se lo preguntaba más bien desde “la trascendencia de un hombre que elige un momento clave en su destino y decide morir para vivir”, según dice el director chileno, en diálogo con Página/12. Quería contarlo “de una manera cotidiana, desde un ser humano, no como héroe del Olimpo”, agrega. El resultado es Allende en su laberinto, que se proyectará hoy a las 20 en el estudio del artista plástico y docente de pintura Alberto Morales (Humahuaca 3857). La avant première será más bien un encuentro íntimo: la capacidad del lugar es limitada y sólo puede accederse por reservas al mail [email protected].
Littin también está en Buenos Aires para firmar un convenio de intercambio de conocimientos, profesores y alumnos entre la nueva universidad en la región de O’Higgins de Chile (donde está organizando el Instituto de Artes Audiovisuales) y la Universidad Nacional de Artes (UNA) de la Argentina. Pero al momento de hablar de la película, se entusiasma con la idea de que pueda ser estrenada aquí. El film de ficción narra las últimas siete horas del presidente Salvador Allende en el interior del Palacio de la Moneda, con la destacada interpretación del actor Daniel Muñoz, quien logra abordar la figura de un hombre profundamente humanista que ni siquiera titubeó cuando los militares coparon y bombardearon la residencia, donde finalmente falleció. El film es también un viaje al espíritu de un ser íntegro que fue protagonista de un momento determinante en la historia de Chile.
–¿Por qué tardó tanto concretar la película? ¿Era necesario asimilar lo que sucedió?
–Sin duda, era necesario tener la serenidad, la firmeza y la seguridad interna como hombre para poder hacerla y afrontar el proyecto. En el momento en que la filmé, ya era mayor que Allende. Pude verlo con mayor transparencia. Siempre fui menor que él, pero llegó un momento en la vida en que yo fui mayor. Entonces, me enfrenté al hecho y escribí guiones; no pude hacerlo en Chile, tuve problemas en su momento con el gobierno anterior y entonces me fui a Venezuela. Filmé toda la película en diecinueve días en el Palacio Amarillo en Venezuela.
–¿Cuánto tiene la película de trabajo de investigación histórica y cuánto de sus propias vivencias?
–Bueno, de investigación histórica, todos los años que pasaron. Y luego, de mis vivencias también todas, porque ya en 1985 había dirigido el capítulo de un documental titulado Allende, el tiempo de la historia, en el que entrevisté a todos los sobrevivientes que estuvieron cerca del presidente esa mañana. Ellos me contaron minuto a minuto, segundo a segundo, todo lo que había ocurrido desde el punto de vista externo de las acciones. Pero internamente era muy difícil penetrar en ellos porque, naturalmente, tenían sus sentimientos muy guardados. Las vivencias mías fueron haber trabajado con el presidente Allende durante mucho tiempo, sobre todo cuando él era candidato y lideraba una cruzada destinada a hacer de Chile otro país, para incorporarlo a la modernidad e incorporar, a la vez, a obreros, campesinos y estudiantes al gobierno. Su desafío era intentar hacer un socialismo distinto a todos los conocidos, desafiando todas las leyes de la historia.
–¿La idea no fue contar lo que sucedió sino cómo sucedió?
–Exactamente, porque los hechos hasta ese momento desde las 7 de la mañana hasta las 2 de la tarde eran conocidos, pero lo que es desconocido hasta hoy es cómo sucedieron las cosas, cuáles fueron las motivaciones más internas, los personajes que estuvieron cerca de Allende. Y había que ver cómo se narraba eso.
–Si bien es una ficción basada en hechos reales, se nota su marca personal. ¿Fue difícil combinar la objetividad histórica con la subjetividad del cineasta?
–Muy difícil. Fueron 19 días de rodaje y las noches casi no las dormí pensando en cómo enfrentar justamente la disyuntiva que usted señala, cómo ser objetivo o subjetivo. Definitivamente opté por lo subjetivo, por lo que pensé sobre cómo habían ocurrido las cosas que ocurrieron. Y esto lo hice basándome en el conocimiento interno del presidente por haber estado tantos años junto a él.
–Una característica que tiene la película es que muestra cómo se vivió el golpe de Estado, algo que se vio en muchas películas chilenas, pero en este caso usted lo propuso desde las entrañas del propio Allende, ¿no?
–El es quien narra su propia historia. Cuando veo la película, reconozco la forma de enfrentar lo visible y la materia. Allende era un hombre de una gran espiritualidad, cosa que no era muy conocida por esta característica de “machote” que se les pone a todos los políticos que son marxistas, marxistas-leninistas, etcétera. Y pareciera que ahí no cabría otra posibilidad o definición. Pero Allende era más que nada un humanista, profundamente humanista. Y su ideología y su manera de enfrentar la vida eran latinoamericanas y estaban basadas en los grandes sucesos históricos de América latina, sin lugar a duda.
–La Justicia chilena concluyó que Salvador Allende no fue asesinado aquel 11 de septiembre de 1973, pero usted deja abierta esa escena. ¿Por qué?
–Como ciudadano, estoy absolutamente seguro que lo mataron. Pensar que a las 7 de la mañana Allende entraba y era recibido como jefe de Estado y que a las 2 de la tarde sacaron su cadáver envuelto en un choapino boliviano, bueno… Estos militares que bombardearon y entraron volteando las puertas con tanques, que destrozaron La Moneda y la incendiaron, no fueron precisamente a darle los buenos días. El estaba con una metralleta y estuvo combatiendo desde las 10.30 de la mañana hasta las 2 de la tarde. No hay ningún hecho lógico que me indique a mí que él se haya suicidado, porque alguien que toma la decisión de luchar hasta la muerte por una idea no tiene ningún motivo razonable para que al final tome una decisión contra sí mismo. Quiero hacerle ver un hecho: cuando los bomberos tomaron el cadáver y lo extendieron sobre el sofá, uno de ellos tomó el choapino y tapó su cabeza que estaba incólume. Y lo que mostraron los militares era un héroe sin cabeza, cumpliendo además lo que decían los documentos desclasificados de la CIA tras la muerte del Che: “Nunca más un héroe con cabeza en América latina”.
–¿Sigue habiendo resistencia en los grupos de poder para evitar que se cuente esta parte de la historia de Allende?
–A los funcionarios, a los administradores, no les gustan los héroes. Y Allende no administró, quiso cambiar todo. Y cambió la faz de la sociedad chilena en mil días. Habiendo participado en polémicas sobre este punto en Chile, decidí dejarlo abierto en la película porque creo que el público es mucho más inteligente.
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