CINE › ENTREVISTA AL ACTOR Y PRODUCTOR ITALIANO STEFANO ACCORSI
El protagonista de la recordada El último beso estuvo en Buenos Aires para presentar el lanzamiento de sus dos películas más recientes, una de las cuales, Viajo sola, se estrena mañana. “Es muy divertido para un actor cambiar radicalmente”, dice.
› Por Ezequiel Boetti
Los cuarenta años encuentran a Irene (Margherita Buy) soltera, bonita, independiente y con una cantidad ingente de millas aéreas acumuladas gracias a su trabajo como evaluadora de hoteles de lujo a lo largo y ancho del mundo. Ese bienestar mutará por inconformismo cuando empiece a sentir que le falta algo, que la vida es –debería ser– mucho más que confort al paso y un departamento propio tan coqueto y funcional como gélido y solitario. El pilar sobre el que reposa durante su crisis es su ex pareja y actual mejor amigo, Andrea. Por su parte, la piloto Giulia De Martino (Matilda De Angelis) se encamina a las categorías más importantes del automovilismo mundial, hasta que la muerte de su padre y jefe de equipo pone su futuro en boxes. Pero la entrada en escena de su hermano Loris volverá a rumbearla por la senda del éxito. Ambos hombres tienen en común no sólo la responsabilidad de sostener emocionalmente a dos mujeres en medio de encrucijadas personales y laborales, sino también el rostro de Stefano Accorsi. El actor visitó la Argentina para acompañar las proyecciones de Viajo Sola (2013) y Veloz como el viento (2016) –que se estrenarán comercialmente este jueves y el próximo, respectivamente– en el marco de la Semana del Cine Italiano, realizada hace poco más de un mes en el Cinemark de Palermo.
Conocido aquí y en gran parte del mundo sobre todo desde El último beso (2001), de Gabriele Muccino, Accorsi acumula medio centenar de trabajos, entre series y películas, en 25 años de trayectoria. Los films de María Sole Tognazzi y Matteo Rovere son ejemplos de la riqueza de matices interpretativos que han caracterizado su carrera. En el primero, en el que comparte cartel con Margherita Buy por tercera vez, interpreta a un hombre que empieza aceptar las responsabilidades de la mediana edad, mientras que en el otro se pone en la piel de un ex adicto a las drogas que enciende en su hermana la mecha de la redención. “Me interesa diversificar mi carrera, siempre y cuando sea mediante personajes que me gusten mucho”, dice ante Página/12, y explica: “Es muy divertido para un actor cambiar radicalmente de un trabajo a otro, pero no lo hago como ejercicio. A veces hay que tener mucho cuidado cuando un director te dice ‘tengo el personaje ideal para vos’; es como si todo lo que hiciste antes fuera una mierda. Lo que más me atrajo de Andrea y Loris era que tenían puntos de contacto con algunos personajes que había hecho antes. Me gusta cuando los directores tienen en cuenta las características de un actor y que no nos pidan que seamos algo que no transmitimos: si yo voy a una película sobre un asesino tengo que creerme que el tipo que está ahí es capaz de matar más allá que dé o no su físico”.
–Viajo sola es su tercera película junto a Margherita Buy. ¿Se siente cómodo trabajando con ella?
–Me siento muy bien. Fue divertido y estimulante desde la primera vez porque es una mujer extremadamente irónica y simpática. En esta película, María Sole Tognazzi tuvo que tener mucha paciencia porque nos reíamos mucho juntos.
–¿De dónde sale la química?
–No lo sé, pero a veces tenés la suerte de encontrar una compañera con la que hay una química natural, y en otras es necesario construirla. Margherita es una actriz muy atenta y receptiva que de alguna forma devuelve todo lo que le decís. Cuando estás trabajando, muchas veces mirás a tu compañera o compañero a los ojos y te das cuenta que está mirando para adentro. Ella, en cambio, te mira directamente, te mira de verdad. Es una forma de actuar muy natural.
–Andrea parece una versión más madura de Carlo, su personaje en El último beso. ¿Cree que hay un diálogo entre ambos personajes?
–Puede ser. El personaje de Viajo sola tiene las cuestiones emocionales más resueltas. Es muy tranquilo, más resolutivo. El de El último beso, en cambio, era un hombre que estaba atravesando los 30 años y tenía que tomar decisiones, no tenía las cosas tan resueltas como éste. Andrea es mucho más seguro, y por eso encara la cuestión de la paternidad de una forma mucho más serena y natural.
–Es difícil imaginar a Carlo siendo tan amigo de una ex novia…
–Sí, son personajes muy opuestos en ese sentido. Las relaciones de Carlo eran mucho más pasionales y carnales. Las de Andrea no, son mucho más reflexivas. Hay una puesta a prueba entre Irene y Andrea, pero da la sensación que nacieron para ser amigos. Y también libres. Para una persona que tiene relaciones, ya sea hijos, pareja o lo que sea, las libertades individuales disminuyen mucho.
–Podría pensarse que la vida de lujos y viajes de Irene tiene puntos de contactos con la de un actor reconocido como usted. ¿Es así?
–Sí, son vidas muy itinerantes que están siempre en movimiento, pero hay una gran diferencia: los actores y las actrices siempre estamos buscando el placer que nos genera ser aceptados y gustar. Irene está en un momento crítico pero no necesita ni está buscando un reconocimiento externo. Tiene una vida muy solitaria, pero se da cuenta que está bien así. Un actor se siente bien en soledad cuando ya obtuvo todo el reconocimiento que necesitaba.
–¿En su caso personal es así?
–Antes necesitaba más la aprobación como actor, pero como ahora estoy alternando entre cine, teatro y producción y dirección de una serie, no le doy tanta importancia. Todo eso genera un balance que compensa, es una buena alternativa mental.
–¿Por qué decidió incursionar en la producción y dirección?
–Siempre me parecieron aspectos interesantes porque te obligan a ver el mundo de una forma mucho más compleja, y hay que acostumbrarse a eso. Como actor uno se limita a ponerle el cuerpo a algo que imaginó otro. El trabajo detrás de cámara siempre me generó deseo y curiosidad. Desde chico escribía historias, y ahora me interesaba vivir en carne propia cómo es todo el proceso, desde que surge una idea hasta que finalmente se concreta. Me encontré siendo productor de una forma muy natural.
–Hace un par de años filmó El árbitro, en la que interpretaba a un árbitro de la élite de Europa, y ahora una situada en el universo del automovilismo como Veloz como el viento. ¿Cómo le resultó trabajar en films deportivos?
–Siempre es difícil hacer películas sobre deportes porque son espectáculos en vivo y es muy trabajoso reproducirlos. Por eso mismo inscribimos un auto en el campeonato de turismo italiano que corrió varias carreras pintado como el de la película. Casi todas las escenas de carreras que se ven, salvo algunas que tenían planos muy cerrados, son reales.
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