CINE › EUGENIO CANEVARI PRESENTA EL ESTRENO DE SU OPERA PRIMA PAULA
El primer largometraje de Canevari arrancó su recorrido hace casi un año, en la sección Nuev@s Director@s del Festival de San Sebastián, y hoy se estrena en Argentina. “Lo que siempre estuvo muy presente en la película es el tema de la diferencia de clases”, afirma.
› Por Diego Brodersen
Más allá de lo que puede leerse en una buena cantidad de artículos periodísticos, Eugenio Canevari (30 años) no nació en Pergamino. Aunque, a pesar de su porteñidad de origen, sí paso varios veranos, vacaciones y fines de semana largos en la casa de sus abuelos maternos, en esa ciudad del norte de la provincia de Buenos Aires. El dato no es anecdótico ni irrelevante: fue la decisión de su familia de poner en venta ese inmueble el que lo impulsó a abandonar temporalmente su hogar en Barcelona –donde vive desde hace casi diez años– y acelerar la posibilidad de realizar su ópera prima, Paula, película que arrancó su recorrido festivalero hace casi un año, en la sección Nuev@s Director@s del Festival de San Sebastián, y que ahora se estrena finalmente en la Argentina. “Estaba escribiendo un guión más tradicional, pero la noticia de la inminente venta me generó una enorme nostalgia por la casa y pensé inmediatamente en la posibilidad de adaptar la historia de Paula –que originalmente transcurría en Jujuy– y escribirla en función de ese espacio. Compré un pasaje a Buenos Aires con mis ahorros en diciembre de 2013 y en febrero comenzó el rodaje. Fue algo muy ágil y la historia se fue transformando en función de lo que iba aportando el lugar, la gente, los recuerdos”, afirma el realizador desde España en conversación con Página/12.
Las primeras imágenes del breve (apenas 67 minutos), conciso y potente film de Canevari podrían hacer pensar en un ámbito muy diferente a esa típica casa de campo pequeñoburguesa donde la historia concentrará gran parte de su energía: un perro olfatea y muerde un pedazo de carne en medio de lo que parece un basural. Casi de inmediato, el relato presenta a un matrimonio, a sus hijos y a una de sus empleadas, una joven cama adentro dedicada fundamentalmente al cuidado y atención de los chicos. Un viaje relámpago en moto al pueblo cercano parece indicar que algo preocupa a Paula; algo inesperado y fuera de lo común. Lo que sigue es un retrato de las diferencias de clase de un típico pueblo del interior, en una película que logra decir mucho con los silencios y las miradas, donde las palabras suelen esconder más que iluminar. El éxito del relato se sostiene en esa y otras virtudes, como la actuación reconcentrada y reservada de Denise Labbate en el rol de Paula, quien aporta el punto de vista de todo lo que podrá verse y oírse, anclaje de las tensiones entre los diferentes niveles sociales. “Teníamos una idea sólida, pero el guión era abierto, libre. Lo que estaba muy presente era el tema de la diferencia de clases. Es algo que he vivido mucho: crecí en un entorno medianamente burgués, pero mi familia no tenía mucha plata. Es interesante eso de no tener guita y crecer en un entorno social donde sí la hay, lo viví de una forma muy rara, desde adentro pero también desde afuera. Las conversaciones que tienen los personajes en la última escena de la película las he escuchado, esa liviandad con la cual se tocan ciertos temas, la falta de empatía. Creo que al final es uno de los temas más importantes de Paula”.
–Hay cuestiones que van más allá de la clase social y que tienen que ver con el ámbito rural. En una escena temprana, el hijo mayor acompaña al padre a sacrificar a uno de los perros.
–Por supuesto, esa es una situación absolutamente natural y que desde la ciudad puede antojarse un poco salvaje. Pero en el campo es algo común: si una perra comienza a matar y a comerse a sus crías se le pega un tiro. Por las dudas, antes de que pase algo peor. Recuerdo que el trato que tenía mi abuelo con los perros era muy estricto: les tenía mucho cariño, pero no dejaban de ser animales. Y el que se portaba mal, era castigado. La situación, de alguna manera, funciona como una especie de puente y está relacionada con la situación que vive Paula. La idea del instinto es muy fuerte, por eso la presencia de los perros, esa cuestión ligada al instinto de supervivencia.
–Paula descubre que está embarazada y, a partir de allí, ese tema se transforma en la excusa para que el film exponga las tensiones y conflictos latentes. ¿Esa idea estuvo presente desde un principio?
–La génesis de la película viene dada por ese tema. Nunca logré entender la postura de algunas personas con una ideología usualmente progresista, pero que se plantean el aborto como un asesinato. Es un tema sagrado, de eso no podemos hablar. Por otro lado, hay muchísimas mujeres que lo han hecho, pero de eso no se habla, es algo que no se suele debatir y es mejor mantenerlo escondido. Ahí es donde aparece la clase social: una chica con pocos recursos no tiene los mismos derechos que otra que sí los tiene. El aborto termina funcionando como el mejor ejemplo de la hipocresía de clase: si estás en una situación favorable y tu hija de diecisiete años queda embarazada, por más moral que le quieras meter al tema, vas a la clínica, te hacés el boludo y listo. Sin embargo, esa misma gente, a veces, después va por ahí diciendo que es un asesinato.
–Tal vez de manera no tan frontal, aparece asimismo el tema de la soja: se habla de su cultivo, se escuchan noticias en la radio sobre el uso del glifosato, un avión pasa varias veces fumigando.
–Hacía diez años que no volvía a Pergamino y me encontré con que todos los caminos que solían estar poblados de animales y diferentes cultivos… ahora es soja y más soja. El tema del monocultivo y del uso del glifosato es algo que me interesa y que he investigado leyendo noticias e informes, pero cuando lo vi personalmente me impactó mucho: el paisaje cambió radicalmente. La idea en la película no era hablar directamente de esto, pero sí quería que fuera algo que estuviera en la atmósfera. En algún punto hay algo muy oscuro en esa familia, porque son capaces de contaminar su propia vida en función de la guita, prefieren eso y sacrificar un poco la salud de sus propios hijos. Es un tema que también, de alguna manera, intenté relacionar con la situación de Paula, de su embarazo; son dos cosas que están ligadas. Ella es una niña que se comporta de una manera muy instintiva, casi primitiva, y tal vez presiente que el entorno está podrido, que no vale la pena traer a una criatura al mundo. Son ideas que quizás no son tan visibles, pero están detrás, y la intención era trabajar esa combinación de elementos.
–¿Cómo y dónde encontró a su actriz, la debutante Denise Labbate?
–El proceso fue muy extraño porque tuvimos apenas dos meses de preparación antes del rodaje. Al llegar a Pergamino, me puse en contacto con la mujer de un primo de mi madre, que es actriz y está ligada al mundo de la cultura de la ciudad. La decisión era que el equipo artístico debía ser de Pergamino. Y Estefanía Blaiotta –quien finalmente terminó interpretando a la madre de la familia– se interesó y me planteó publicar en el diario zonal un llamado a casting abierto a todo el mundo. Vinieron unas 35 personas, entre ellas Denise. Lo interesante es que había otra chica que me gustaba más, porque tenía un físico más acorde al personaje que tenía en mente, pero Denise entró con una energía, una tranquilidad… que no es nada habitual, algo muy especial y misterioso. Hicimos una improvisación y, al terminar, nos miramos con Estefanía y dijimos: “es ella”. Fuimos creando el personaje paso a paso y surgió de forma natural. Fue un lujo trabajar con ella.
–¿El resto del reparto es no profesional? ¿Cómo fue trabajar con ellos desde el punto de vista de la dirección actoral?
–La mayoría son amateurs, aunque algunos de ellos actúan en teatro en Pergamino. Cada actor tiene su método, pero nos planteamos un rodaje donde pudiéramos trabajar con tranquilidad cada escena, un espacio de mucho diálogo y libertad. Lo que hicimos fue elaborar un concepto de cámara invisible: intentar que la cámara intercediera lo menos posible en la situación para que los actores estuvieran más relajados. Mantener cierta calma en cada secuencia, para que casi no actuaran en un sentido tradicional. El ambiente durante la filmación fue casi familiar, muy relajado. Luego hubo un proceso de reducción, porque un actor de teatro que nunca participó de un rodaje tiende naturalmente a la sobreactuación, por lo que fuimos puliendo esos detalles.
–La última escena de Paula transcurre durante una fiesta de cumpleaños y funciona casi como un cortometraje dentro del film. Al mismo tiempo, es donde todas las líneas abiertas por la historia comienzan a confluir. ¿La idea de esa secuencia estuvo presente desde un inicio?
–Estaba desde un inicio, sí, desde la escritura del guión. Y con esas características, incluido el personaje de la chica que, de alguna manera, hace las veces de contraste de la protagonista. Para el rodaje de esa escena –que nos llevó un día completo, desde la mañana hasta la noche– el planteo fue que los actores tuvieran una idea general de la situación, qué temas tenían que tocar, y que la cámara fuera cubriendo de manera circular el espacio, como si estuviera paseando. Incluso pautamos con el sonidista que no íbamos a usar claqueta, porque sabíamos que iban a surgir cosas espontáneas. La idea era observar y no tanto dar indicaciones, aunque hubo algunas situaciones que sí eran necesarias para la narración. Luego, el montaje fue un verdadero dolor de cabeza, un proceso que nos llevó varios meses. En algún momento el montajista no estaba satisfecho con los resultados, pero yo defendí la escena a muerte, porque me parecía un momento muy importante para contraponer a todo lo visto con anterioridad: ese silencio que se convierte en una verborragia completamente vacía. Diría incluso que la construcción misma de esa secuencia está realizada durante el montaje: teníamos muchísimos planos, pero el orden y la forma se logró en la edición.
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