CINE › “MIENTRAS TANTO”, SEGUNDO LARGOMETRAJE DE DIEGO LERMAN
El director de Tan de repente propone un film coral sobre la soledad, pero no alcanza a escapar de los estereotipos.
› Por Luciano Monteagudo
Dirección: Diego Lerman.
Guión: Diego Lerman, con la colaboración de Graciela Speranza.
Fotografía: José María Gómez.
Música: Juan Ignacio Bouscayrol.
Intérpretes: Valeria Bertucelli, María Merlino, Claudio Quinteros, Sergio Boris, Luis Herrera, Tatiana Saphir, Beatriz Thibaudin, Luis Ziembrowsky, Marilú Marini, Carla Crespo.
El primer largometraje de Diego Lerman, Tan de repente (2003), uno de los debuts más promisorios del Nuevo Cine Argentino, siempre tuvo –y aún sigue teniendo– la particularidad de resistir los encasillamientos y los estereotipos. En esa adaptación de una novela de César Aira (La prueba) había una originalidad que excedía la de su trama y tenía que ver con la concepción del film: los personajes nunca cargaban, como una mochila pesada, con las ideas preconcebidas del director. Mao, Lenin y Marcia, las tres chicas lanzadas a esa road movie con final incierto en Rosario, tenían una vida propia, que era aún más rica porque el film no se preocupaba por explicar nada de ellas. Simplemente estaban allí, movidas por su capacidad de poner en acto sus pulsiones y por la rara fuerza de su encuentro fortuito.
Se diría que con Mientras tanto, el segundo largo de Lerman, que viene de presentarse en la Jornada de los Autores de la Mostra de Venecia, sucede exactamente lo contrario. Cada uno de sus personajes (y son muchos) parece el mero resorte de un mecanismo, una pieza elegida deliberadamente por el demiurgo-creador para ir formando un farragoso puzzle narrativo organizado a partir de una multiplicidad de historias paralelas. El disparador y eje de esa cadena es Violeta (María Merlino), una mujer que atraviesa un conflicto matrimonial y le pide a su pareja “un tiempo” para decidir qué hacer con su vida. En esa instancia, Eva (Valeria Bertuccelli) llega a la ciudad escapando de la pobreza y la orfandad. Simultáneamente una pareja estéril intenta resolver su problema de la manera menos ortodoxa; un hombre abrumado por su madre trata de solucionar sus problemas económicos y sentimentales; un compañero de trabajo de Violeta intenta seducirla; unos slackers porteños (que parecen escapados de La guerra de los gimnasios, un corto anterior de Lerman) se disputan la peculiaridad de sus tatuajes y un perro siniestro desafía la paciencia y el equilibrio emocional de Eva, entre otros pequeños relatos, que incluyen también un ciego canallesco y una nena con culebrilla.
Todas estas microhistorias tienen como denominador común una situación de crisis, de soledad o de violencia contenida y todas, de una u otra manera, están unidas a la manera de un collar, con hebras de diverso grosor. Algunas están cosidas de manera más firme; otras en cambio parecen tener cabos sueltos, pero la sensación que deja la nueva película de Lerman es que siempre se le notan demasiado los hilos. Cada vez que la cámara, sin corte de montaje, pasa su mirada de un personaje a otro –desconocidos entre sí a pesar del entramado que los une– queda en evidencia el carácter programático de la película. Ese “programa” o sistema conspira claramente contra la verdad y la vitalidad de Mientras tanto, que termina siendo un film rígido, previsible, atado a su proyecto de guión, sin la espontaneidad y la sorpresa que hicieron de Tan de repente una obra tan singular.
La idea del film coral, hecho de diversas voces que se van atravesando y superponiendo, surgió hace ya más de diez años con Ciudad de ángeles, de Robert Altman, y luego fue fatigada por Magnolia de Paul Thomas Anderson, Vidas cruzadas, de Paul Haggis (ganadora de la última edición del Oscar) y Amores perros, 21 gramos y Babel, las tres del mexicano Alejandro González Iñárritu, que ha hecho del recurso toda una fórmula, muy exitosa por cierto, tanto en Holly- wood como en Cannes. En favor de Lerman, debe decirse que –a diferencia de estos predecesores– Mientras tanto no es la película de un predicador, dispuesto a dar lecciones de orden moral y a otorgar castigos o redenciones de acuerdo con los pecados de sus personajes. No es el caso. Sin embargo, esa mirada omnisciente sobre la población de su película hace que el film no pueda evitar cierta incómoda condescendencia, un paternalismo que el cine argentino joven había logrado dejar atrás y que aquí reaparece traicioneramente, desde algún rincón del pasado.
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