Dom 07.08.2016
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CINE › EL DIRECTOR IRAQUI ABBAS FAHDEL PRESENTA SU OBRA MAESTRA HOMELAND (IRAQ YEAR ZERO)

“Quise darles un rostro a los iraquíes”

Exiliado en Francia, Fahdel regresó a su país para retratar la vida cotidiana en Irak antes de la guerra que derrocó a Saddam Hussein y durante los primeros meses de la ocupación estadounidense. “Tenía que filmar todo lo que estaba en riesgo de desaparecer”, dice.

› Por Diego Brodersen

No habría que subestimar o dar por sentada su presencia en pantalla, porque el estreno –por pequeño e independiente que sea, hoy en Malba Cine– del documental Homeland (Iraq Year Zero) es casi un milagro en los tiempos que corren. De aproximadamente cinco horas y media de duración y dividido en dos partes –a pedido de su realizador, se exhibirá de corrido con un intervalo de algunos minutos–, el film retrata la vida cotidiana en Irak poco antes de la breve guerra que derrocó el gobierno de Saddam Hussein y durante los primeros meses de la ocupación estadounidense que le siguió. Con un trabajo de cámara del propio director, quien además estuvo a cargo de todos los roles técnicos y artísticos, se trata de una de esas películas que demuestran que el cine aún es capaz, en mayor o menor medida, de cambiarle la vida a los espectadores. Y ello a partir de un registro que se reduce, fundamentalmente, a retratar a miembros de su propia familia en actividades cotidianas –de esas que suelen denominarse “banales”– y a entrevistar a un puñado de ciudadanos para intentar describir los males infligidos por propios y ajenos, por los ex dueños del país y los relucientes ocupantes. De cacerolas con comida y de bombas que destruyen vidas y hogares, de viajes en auto en busca de un poco de aceite y del miedo a ser secuestrado o asesinado, de continuar viviendo a pesar de todo. De eso trata, entre otras muchas cosas, Homeland (Iraq Year Zero).

Abbas Fahdel vive en Francia desde que cumplió los dieciocho años y Homeland es su cuarto film luego de los documentales Retour à Babylone (2002) y Nous les Irakiens (2004) y del largometraje de ficción L’aube du monde (2008). “Si bien originalmente la idea era estudiar aquí durante tres años y volver a Irak, la vida decidió otra cosa”, afirma el realizador en diálogo exclusivo con Página/12. “A pesar de ello, viajo regularmente a mi país de origen, donde mi familia vive dispersa en diferentes ciudades”. Luego del estreno mundial de Homeland en el festival Visions du réel de Nyon, los últimos 365 días han sido frenéticos para Fahdel, en particular debido a las invitaciones de una gran cantidad de festivales de cine (estuvo aquí el año pasado, en Mar del Plata) para acompañar y presentar su creación y participar de charlas y mesas redondas. El subtítulo del film, “Irak año cero”, es un claro homenaje a la Alemania año cero de Roberto Rossellini, un realizador que le enseñó “una manera de incluir lo íntimo en un contexto social, político e histórico; una manera de rechazar los artificios del cine comercial; una manera de inventar un cine precario y, sin embargo, muy necesario. Por el tema de mi película, obviamente pensé mucho en Alemania año cero. Y también en Paisà”. Fahdel participa activamente en las redes sociales, en particular Facebook, donde regularmente aporta sus reflexiones sobre el estado de su país de origen y el mundo, en estos tiempos de terror permanente (ver recuadro).

–¿Cuál era su idea cuando comenzó a filmar Homeland con los miembros de su propia familia? ¿Comenzó como un rodaje relativamente casual o tenía en mente un concepto similar al de la película terminada?

–A comienzos del año 2002, cuando las amenazas de una nueva guerra se hicieron evidentes, me hice una pregunta: ¿qué hacer? Como iraquí, la respuesta fue: debo volver a Irak para estar con mi familia y amigos y compartir su destino. En tanto cineasta, la respuesta fue: hay que filmar todo, todo lo que está en riesgo de desaparecer, para conservar las huellas (mi lema como cineasta siempre ha sido: observar y conservar). En el avión que me llevó de París a Bagdad escribí algunas notas acerca de qué debía registrar y cómo debía hacerlo. Quería hacer una película en todo derecho, no un reportaje o un film de vacaciones familiares. Entre las opciones formales que ya tenía decididas de antemano estaba la determinación de filmar los rostros. Los rostros de niños y adultos representativos del pueblo iraquí. De alguna manera, esa es mi respuesta a los medios periodísticos y televisivos que no están al tanto de los 25 millones de iraquíes y reducen el país a una serie de caricaturas, incluyendo la del dictador Saddam.

–¿Cómo definiría a su propia familia en término de clase social en la estructura iraquí?

–Mi familia pertenece a la clase media, la que más sufrió durante los años de embargo y después de la invasión estadounidense de 2003. La clase media es aquella que asegura la cohesión del país, la que proporciona los cuadros que necesita el país. El agotamiento y el aplastamiento de esa clase durante los años de embargo y después de la guerra han contribuido al colapso del país y su caída en el caos.

–En la primera parte del film puede verse a una sociedad muy rica, compleja y diversa. ¿existió desde un principio la idea de acercarse a ella desde una mirada etnográfica?

–Si, absolutamente. De hecho, era una mis principales motivaciones para hacer la película. Quería darles un rostro a los iraquíes, mostrarlos en su rica diversidad, en su vida cotidiana, ya que nunca los vimos representados en la prensa y los medios de comunicación. El enfoque etnográfico tal vez provenga de la influencia de Jean Rouch, que fue mi profesor en París durante dos años.

–En la segunda parte, esa misma sociedad es mostrada a partir de una división ideológica muy fuerte. ¿Esa escisión fue sofocada y enterrada durante los años de Saddam Hussein?

–Bajo Saddam, toda forma de libre expresión era imposible, ante el temor de ser arrestado y ejecutado. Después de la caída de su régimen, el discurso fue liberado y cada iraquí podía expresarse y contar cómo era la vida durante la dictadura. Esta libertad de expresión tal vez sea la única consecuencia positiva de la invasión de Estados Unidos.

–Existe en su film un evidente interés por la pérdida del acervo cultural: museos saqueados, archivos fílmicos incendiados. ¿Cómo describiría esa pérdida?

–Pertenezco a una generación que ama la lectura, la escritura, las películas, escuchar música. La cultura fue de una gran importancia en nuestras vidas. Por lo tanto, era lógico que me sintiera muy afectado por la destrucción de los pilares de la cultura iraquí en el clima de caos engendrado por la invasión estadounidense. Esa destrucción comenzó durante los años del embargo, durante los cuales hemos visto como algunos escritores y profesores universitarios vendían sus colecciones de libros para darles de comer a los miembros de sus familias.

–Es claro que la película debe durar lo que dura, ya que trabaja a partir de la acumulación de situaciones y descripciones, transportando al espectador a ese mundo que desconoce.

–Cuando comencé el rodaje no tenía idea de cuál iba a ser la duración final de la película. Sólo al comenzar a ver el material en bruto me di cuenta de que sería muy larga. Esa longitud es la que ha descorazonado a varios productores y cadenas de televisión a las cuales había contactado para pedirles alguna clase de participación en la producción del film. Al recibir esas negativas, decidí que la producción debía ser absolutamente independiente. De esa manera, asumí todos los roles: productor, camarógrafo, sonido, mezcla, montaje, dosificación de color… Por lo tanto, hay un único nombre en los títulos finales. La duración de más de cinco horas me parece necesaria para familiarizar al público con los personajes y generar la impresión de estar viviendo junto a ellos, de compartir sus experiencias y sentimientos.

–Al ver su film, puede palparse la sensación de asistir al nacimiento del mundo que vivimos hoy en día: la radicalización de ciertos grupos islamistas, el ISIS, los constantes atentados terroristas. ¿Está de acuerdo con esta idea?

–Totalmente de acuerdo. Al invadir Irak, los estadounidenses crearon una situación de caos permanente que terminó favoreciendo la aparición de ISIS. A menudo pienso en el final de El beso mortal, la película de Robert Aldrich, cuando el personaje femenino abre la caja maléfica. Los estadounidenses abrieron una caja de Pandora, de donde han salido monstruos que comenzaron a causar estragos primero en Irak y luego por todo el mundo.

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